Por Adriana Robreño
Pareciera que Brasil está a la deriva. El piloto que comanda la nave del gigante suramericano no es capaz ni de organizar su propio gobierno. Jair Bolsonaro es un presidente que se muestra desinteresado de sus tareas políticas e institucionales y los problemas sin solucionar cada vez son mayores.
El capitán cree que aún está en plena campaña. No se da cuenta de que ese momento acabó, que es necesario empezar a gobernar más allá de las redes sociales que le valieron el triunfo con mensajes cortos, agresivos y de poca reflexión. Es momento de cambiar el tono y comenzar a negociar con los actores políticos, si es que es capaz de hacerlo.
Ya hay un choque entre el inquilino del Palacio de Planalto y el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, que -para beneficio de la clase trabajadora- puede resultar en el fracaso de la reforma jubilatoria, una medida impulsada por el ex mandatario investigado por corrupción Michel Temer y esencial para el actual Ejecutivo, sobre todo desde el punto de vista simbólico. Sin embargo, ni el líder del gobierno en la Cámara Baja, ni el ministro de la Casa Civil, encargado de la articulación política, son capaces de negociar los votos necesarios para aprobar esa ley tan impopular que puede acabar con la seguridad social de miles de brasileños y que beneficiaría a empresarios y banqueros.
Entonces, se pudiera decir que hasta cierto punto le conviene a la población la desidia del presidente, pero el problema radica en que en medio de toda esta situación, el jefe de Estado dedicó la mañana de este martes a ir al cine para ver un filme de carácter religioso. Así, sin entender cuál es la función para la cual fue electo, el señor Bolsonaro se concentra en temas de poca relevancia pero con potencial para dar de qué hablar.
Los medios brasileños reportan, por ejemplo, que el jefe del Ejecutivo pidió celebrar el aniversario del golpe militar del 31 de marzo de 1964 que acabó con el mandato de Joao Goulart e implantó una dictadura en la nación suramericana por 21 años. La iniciativa tendrá, sin dudas, una gran aceptación por parte de sus seguidores más radicales y conservadores; sin embargo, ha provocado un gran revuelo al punto de que la etiqueta #DictaduraNuncaMás resultó uno de los asuntos más comentados en las redes sociales. Un usuario escribió: “Bolsonaro quiere conmemorar un período marcado por muertes, tortura y desapariciones, es una ofensa a la democracia. ¡Para el período más vergonzoso de nuestra historia no hay conmemoración, hay luto!”
Cada vez menos brasileños confían en Bolsonaro y esto lo refleja un reciente sondeo del Instituto Brasileño de Opinión que muestra cómo su popularidad se ha desplomado un 15 por ciento en tan sólo tres meses de mandato.
Las críticas se multiplican y llegan hasta los medios hegemónicos de comunicación, los mismos que dieron apoyo al golpe contra la presidenta Dilma Rousseff. Esta semana los diarios O Globo y Estadao publicaron sendos editoriales donde mandaron al presidente a asumir su cargo con la responsabilidad que amerita.
A eso se suma un tema cada vez más debatido en los círculos políticos: cómo abreviar la pesadilla bolsonarista. Según un artículo del intelectual Eric Nepomuceno, publicado en el sitio Rebelion, entre los militares hay, además de profunda irritación, un temor creciente de que los desastres provocados por el capitán presidente los contamine a punto de arrastrar su imagen entre la opinión pública. También les preocupa la forma cada vez más veloz de pérdida del capital político de que el presidente todavía disfruta, amenazando de manera decisiva los puntos considerados esenciales del programa de gobierno elaborado, en muy buena parte, por ellos.
Mientras tanto, Brasil sigue a la deriva.