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Internacional

Ecos de mi tierra

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El mono de la vecina

La vecina un mono tiene, hermoso por su tamaño; velludo, que no es extraño, porque de raza le viene. Con sus gracias la sostiene libre de hallarse mohína; ella es graciosa, ladina, y yo paso a relatar lo que me hace pensar el mono de la vecina.

Yo le tengo antipatía créemelo, caro lector, pues me causa mal humor su excesiva monería. De fijo lo cogería dándole como propina una soberbia tollina según me llena de encono porque, amigo, es mucho mono el mono de la vecina.

De la mañana a la noche, de la noche a la mañana, con él puesto a la ventana se merece un buen reproche. Al salir a pie o en coche, sin él, no se determina; con él todo lo camina; y así se la va pasando, contento y siempre gozando el mono de la vecina. Es tanta la travesura del condenado animal que me causa por mi mal una ardiente calentura. Corregirlo no procura el alma que lo apadrina, yo adelgazo como espina, pues con sus muchos excesos me tiene vueltos los sesos el mono de la vecina.

Federico Aguilera

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Carta de amor de un boniato a una calabaza

He visto una carta escrita por un boniato Tenorio que volcó su repertorio por una calabacita. Y así escribió: –Señorita Calabaza de la sierra, es tanto el calor que encierra su amor, que vivo penando y me consumo largando cáscaras a flor de tierra.

Jojoto estoy por mi afán de hacerme pronto su esposo, y en mi corazón lechoso clavó su diente el Tetuán. Ya mis bejucos están presos por la cochinilla, y tanto el sol me aterrilla, que sudo y me deshidrato y la llamo en mi arrebato Calabacita Amarilla. Mi sangre –digo, mis manchas– por ambos lados bifurco y se riegan por el surco mis hojas secas y anchas. Temo que sanchos y sanchas me saquen en una muela, y le pido en esta esquela que me ame, para casarnos y en nuestra muerte abrazarnos en una misma cazuela.

Mi familia, sin diploma, ni títulos superiores, es parte de los mejores bejucos de La Coloma. Yo soy rosada redoma del mundo vegetariano, y si mi amor boniatano puede lograr que le cuadre, a su calabazo padre iré a pedirle la mano.

Y, efectivamente, el día de recoger la cosecha, otra boda quedó hecha por amor y simpatía. La calabaza lucía su presea de pimpollo y el boniato, como el pollo bonito y de buena raza, se abrazó a su calabaza en un ajiaco criollo.

El cuento que he relatado –aunque parece festivo– es todo un ejemplo vivo para el que esté enamorado. Si alguno tiene pensado constituir un hogar, ya puede seleccionar a su mujer del futuro, ¡para que dé por seguro, que lo van a salcochar!

Chanito Isidrón

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