Por Marina MenéndezFotos: Lisbet Goenaga(Especial para Por Esto!)
LA HABANA, Cuba, 20 de abril.- El conductor del ómnibus paró en seco y se llevó las manos a la cabeza; descendió, fue hacia la puerta trasera, y pidió a los jóvenes acomodados con sus instrumentos en el fondo, que bajaran.
Pero no pocos pasajeros salieron en defensa del grupo musical: ¿por qué ellos no podían seguir disfrutando la suave descarga que interpretaban los jóvenes?
Mientras algunos asentían y otros, nunca interesados en la novedosa “puesta” que acontecía, seguían mirando por las ventanillas o concentrados en los audífonos y su propia música, la pasajera Amarilis Pajón dio al confundido o intransigente chofer, argumentos irrebatibles: “Esto es arte, como arte hay en las flores y las plantas. ¿Por qué no los deja tocar? ¡Peor es el reggaetón que muchos de ustedes ponen!”
Entonces el hombre volvió ante el timón; cerró las puertas de la guagua (como llamamos en Cuba a los camiones), y arrancó.
Cierto que el acontecimiento era insólito. Desde que triunfó la Revolución, desaparecieron de los ómnibus cubanos los músicos que interpretaban una o varias piezas por lo que el pasajero pudiera dar cuando estos “pasaran el sombrero” (aquí también le decían “pasar el cepillo”). Nunca más se vio a instrumentistas y cantantes en los ómnibus.
Sin embargo, la irrupción ahora de seis miembros de Ensemble Interactivo de La Habana en una ruta P2 atestada de gente, como nunca se ha visto en Yucatán, tampoco pretendía recoger dinero.
Se trataba, sencillamente, de brindar una opción de música culta a los pasajeros: por demás, música experimental, muy distinta a la que últimamente se escucha en esa o cualquier otra guagua, y a veces a unos decibeles que apenas se puede soportar.
Como ha ocurrido durante años en las célebres chivas colombianas, en La Habana se ha puesto de moda que los conductores hagan escuchar durante el viaje su propia música. No es que fuera compuesta por ellos: se trata de la que a ese chofer le gusta.
Así, Ud. puede recorrer media hora de camino de pie junto a un asiento o en el mismo estribo escuchando la dulce y apaciguadora voz de José José, que lo relaja en medio de la aglomeración y el calor; pero también puede estar obligado a viajar escuchando los estridentes acordes de un reggaetón, que termina por ponerles los nervios de punta.
Esto puede no ser lo peor, sino aquellos viajeros que no usan audífono y, por el contrario, montan al ómnibus con su propia bocina conectada al celular, en un singular dancing-light que obliga a sus congéneres a taparse los oídos, o “bailar” a su ritmo.
Otra visión
“Quisimos, sencillamente, ofrecer a las personas otra visión de la música y de la cultura”, explica a POR ESTO!, Pepe Gavilondo, un joven egresado de piano en la Escuela Superior de Arte quien además compone, es productor musical, y coordina el trabajo del Ensamble, un colectivo de jóvenes artistas al que él rehúye llamar grupo, porque entre ellos, dice, la dirección es colectiva, los unes el afecto y el conocimiento mutuo, y todos tienen la misma facultad de decidir y de opinar.
En su opinión, el país transita por una crisis cultural que tiene uno de sus exponentes en esas bocinas con reggaetón u otro ritmo con un volumen muy alto, y fuera de lugar.
“Quisimos capturar ese concepto y llevarlo a través de nuestra música. Dijimos: si las personas, sin permiso ni nada, suben al ómnibus y ponen sus bocinas (a veces dos o más), entonces nosotros tenemos la misma libertad de ofrecer nuestro arte.
“Durante una hora y diez minutos no paramos de tocar. Llegamos a la penúltima parada y pudimos haberlo hecho hasta el final, en la localidad habanera del Cotorro, alejada del centro de la ciudad. Pero, finalmente, el chofer nos conminó a bajar so pena de llamar a la policía. Decía que estábamos ‘haciendo bulla’.
“Nosotros tratamos que la interpretación, aunque experimental como todo lo que hacemos, no resultara demasiado vanguardista y fuera asequible; más tonal, de modo de lograr más identidad con el pueblo; pero también tuvimos momentos experimentales y de performance.
“Puedo decirte que a muchas personas les encantó, y hasta grabaron con su celular. Muchos hasta se despedían de nosotros al finalizar su viaje.
“Como quiera que sea, el fenómeno de montarse en una guagua en Cuba siempre está relacionado con una experiencia negativa: la espera del ómnibus es tediosa, hace calor, y cuando, encima de eso, montas y escuchas una música alta, te sientes peor.
“Nosotros quisimos ofrecer, sencillamente, otra visión. Nuestro objetivo no es político; pero las personas comunes necesitan saber que estas cosas existen también”.
Contra el pseudoarte
La penetración cultural que lacera nuestra identidad y las manifestaciones de pseudoarte constituyen hacen tiempo preocupación del Estado cubano.
En tal sentido, el Consejo de Ministros emitió, en abril del año pasado, el Decreto 349, que actualiza el 226 de 1997 e identifica como contravenciones difundir música o brindar espectáculos que transmitan un lenguaje sexista, vulgar y obsceno; pornografía, violencia, discriminación u otro antivalor que afecte al desarrollo de la niñez y la juventud, así como el ofrecimiento de servicios artísticos sin autorización de una institución cultural, entre otros postulados.
Sin embargo, algunos como los muchachos de Ensemble de La Habana han optado por ir haciendo algo por sus propias manos.
Se trata de un grupo de creadores e intérpretes egresados todos de las escuelas de arte, y dedicado a la música experimental pero no con vocación europeísta, sino con los pies y los oídos puestos en la música cubana.
No leen el pentagrama porque todo su trabajo se basa en la improvisación, aunque no sea exactamente improvisado. Apuestan a la música libre y sin dogmas, según lo demande la situación.
“Todo arte se puede adaptar a las personas”, piensa Gavilondo.
Su “asalto” al camión P-2 demostró, además, que los seres comunes también tienen la capacidad de reconocer y disfrutar el arte, por «rara» que les parezca su forma.