Zheger Hay Harb
La nota colombiana
El 19 de abril de 1970 los colombianos anochecimos convencidos del triunfo del general Rojas Pinilla y nos despertamos con el anuncio de que el triunfador había sido Misael Pastrana Borrero. Como protesta coyuntural contra ese asalto a la decisión popular nació el M19, un movimiento político militar que cambió las costumbres políticas del país.
Ese fue apenas el punto de quiebre y puede decirse que pretexto para lanzarse; sus fundadores, antiguos miembros de las FARC, algunos incluso expulsados de esa organización, venían buscando una forma nueva de hacer política, sin la rigidez de las guerrilleras existentes, alejada de los dogmas, nacionalista y no militarista. No todos esos objetivos se cumplieron y en algunos casos llegaron a imitar lo que criticaban, pero me atrevo a asegurar que ese aire fresco que significó la propuesta inicial del M como se le llamaba, cambió la forma de hacer política no sólo de la izquierda sino el comportamiento en general de las organizaciones políticas de todos los matices.
Su jefe y fundador, Jaime Bateman Cayón, originario de Santa Marta, era un caribeño informal, descomplicado, completamente opuesto a la imagen acartonada que proyectaban los jefes políticos tradicionales, aún los rebeldes de izquierda: daba entrevistas peinándose el afro que lo caracterizaba, decía que estaba protegido por la cadena de oración que su madre había creado para blindarlo, que el himno de su organización iba a ser la conocida cumbia La ley del embudo (lo ancho pa’ ellos, lo angosto pa’ uno), esgrimía tesis cercanas a la Teología de la Liberación, se declaraba nacionalista y ajeno a los alineamientos tradicionales de la izquierda con la línea Moscú o la que dictaba Pekín aunque no criticó abiertamente la pro cubana del ELN, criticaba el militarismo de las guerrillas y llamaba a la conformación de un gran sancocho nacional en el que cupieran todos los partidos, todos los movimientos y todas las personas en torno a acuerdos mínimos por un país más democrático y equitativo.
El M secuestraba periodistas sólo para que escucharan sus tesis y llevaran al gobierno nacional sus propuestas de paz y de acuerdos con altos representantes de la burguesía y la política nacional y los liberados hablaban de ellos con simpatía. Su primera acción fue el robo de la espada de Bolívar. (Después la devolverían como gesto simbólico de “adiós a las armas” cuando pactó su desmovilización en 1990). Realizó acciones de alto impacto popular estilo Robin Hood como el robo de camiones repartidores de leche y víveres para distribuirlos en los barrios pobres.
En 1980 se tomó la embajada de la República Dominicana y las negociaciones, realizadas en una camioneta enfrente de la embajada, entre representantes del gobierno y una guerrillera menudita le acarrearon una popularidad que nunca habían tenido los movimientos insurgentes.
El 31 de diciembre de 1978, en una operación espectacular, a través de un túnel que iba desde una casa con la cobertura de empresa de productos médicos hasta la armería del Cantón Norte del ejército, sustrajeron 5,000 armas. Luego vino la represalia brutal con torturas de cientos de detenidos, muchos de los cuales no habían tenido nada que ver con el robo de las armas. Muchos intelectuales y artistas cayeron en esas redadas en que el ejército reaccionaba por su orgullo herido y el rencor que siempre mantuvo contra esa guerrilla.
En 1985 el M19 realizó la toma del Palacio de Justicia anunciando que se proponían hacer un juicio al presidente Belisario Betancourt por haber traicionado el proceso de paz. La brutal retoma por el ejército se saldó con guerrilleros, magistrados y civiles inocentes torturados, asesinados y desaparecidos y los procesos para juzgar a los responsables militares aún no finalizan aunque hay oficiales condenados y los desaparecidos van siendo encontrados con cuentagotas.
El respaldo popular al M alcanzaba cotas que nunca había tenido ninguna organización de izquierda y, a pesar de que cayó en algunos de los males que les criticaba a las otras organizaciones, siempre conservó esa aura de “guerrilla buena” que se les negaba a las demás.
Sin duda el origen de clase media urbana de sus dirigentes tenía algo que ver con esa imagen, lejos de la de los jefes adustos y los campesinos que en su mayoría integraban las otras filas guerrilleras. Cuando en 1990 firmaron la paz, su candidato presidencial, el apuesto y carismático comandante Carlos Pizarro, hijo de un Almirante de la Armada Nacional, de clase media alta, era aclamado por multitudes; artistas e intelectuales le ofrecieron su ayuda y se diseñó una campaña de convocatoria multitudinaria. Cuando fue asesinado en plena campaña presidencial, su entierro se convirtió en una verdadera multitud en romería sollozante y su segundo al mando, Antonio Navarro anunció allí mismo que se mantendrían en su propósito de paz.
En las elecciones a la Asamblea Constituyente de 1990 el M19 obtuvo una votación nunca antes lograda por la izquierda y su ex comandante fue copresidente de ella. Después no supieron mantener el nivel político y en las siguientes elecciones parlamentarias fueron duramente castigados.
Su antiguo comandante, Antonio Navarro Wolf fue ministro de Salud, gobernador y alcalde catalogado como el mejor del país en ambos cargos y senador por varios períodos con votaciones altísimas. Pese a eso acaba de perder el pulso frente a la candidata del Partido Verde por la candidatura a la alcaldía de Bogotá, con lo cual muy posiblemente la izquierda ha perdido la oportunidad de mostrar una gestión exitosa en el segundo cargo en importancia en el país.