Un insospechado sondeo realizado por Gallup en 2018, mostró que de los estadounidenses en edades comprendidas entre 18 y 29 años de edad, un 51% apoyaba el socialismo y el 45% favorecía el capitalismo. Por su parte, la fundación Víctimas del Comunismo (VOC, por sus siglas en inglés), que realizó un estudio similar, corroboró en general las cifras de Gallup en medio de angustias ante lo que calificó como “una tendencia preocupante”.
El aspirante demócrata a la Casa Blanca, Bernie Sanders, que estremeció a la élite del partido con sus actos políticos masivos y combativos, así como su victoria en varios estados sobre su contrincante Hillary Clinton, es el líder del socialismo democrático, tema convertido en campo de disputas de toda índole.
Aceptar el socialismo en Estados Unidos para muchos es como intentar que un supremacista bese los pies a un negro. Aunque la VOC encontró que solo el 9% de los consultados establecía una asociación del término con los postulados marxistas-leninistas. Su referencia más cercana era la de Sanders; incluso la mayoría la relacionaba con Barak Obama o Hillary Clinton. ¡Qué herejía!
Con la denominación de socialismo científico, Karl Marx y Federico Engels se propusieron distinguir su doctrina del resto de las corrientes socialistas existentes a mediados del siglo XIX; y que no han dejado de proliferar.
No obstante la derrota de Sanders en las primarias de 2016, los Socialistas Democráticos de América, organización que deriva del antiguo Partido Socialista de América (DSA, por sus siglas en inglés) y que le apoyó en su candidatura, aumentó su membresía casi diez veces en dos años, aunque esta no es significativa. Pero existen diferencias sustantivas entre el programa del congresista de Vermont y el ala más radical de su movimiento, que basa su programa en la “propiedad colectiva sobre los medios de producción”, con distintas variantes.
Figuras en ascenso entre los socialistas democráticos, afirman que su objetivo es desmantelar el capitalismo “para empoderar a la clase obrera y a los marginados en nuestra sociedad”. Estiman que el estado de bienestar podría mitigar las peores desigualdades durante un tiempo, y en el mejor de los casos lograr “una tregua temporal entre los patrones y los trabajadores”.
Pero son palabras mayores que pueden expresar una retórica radical en condiciones adversas que no se corresponden con el contexto histórico de la nación ni de la situación internacional. Mientras que el común de los norteamericanos identifica el socialismo con sociedades de los países desarrollados tales como Suecia, por ejemplo, que combina la economía de mercado con una presencia reguladora y activa por parte del Estado.
Sanders ha retomado la política keynesiana del “New Deal” aplicada por Franklin D. Roosevelt durante la Gran Depresión de la primera mitad del siglo pasado, y que fue desplazada por el neoliberalismo de la década del 80’; consistente en un programa inversionista con un activa participación reguladora del Estado. Su posición es compartida por Alexandria Ocasio-Cortez, una personalidad emblemática del Partido Demócrata, elegida como congresista nacional a los 29 años.
De llegar al Despacho Oval, Sanders reforzaría la educación pública; crearía un sistema de salud gratuito; priorizaría planes de infraestructuras para combatir el desempleo, además de elevar el salario mínimo; entre otras medidas para paliar las desigualdades; en fin, una sociedad más inclusiva sin llegar a los extremos.
El premio Nobel de economía Paul Krugman dijo lapidario: “Lo que quieren los estadounidenses que apoyan el ‘socialismo’ es en realidad lo que el resto del mundo llama democracia social”. Sin embargo, tampoco hay que rondar los límites de lo absoluto.