Por Sonia Pérez D.
San Pedro Sula, Honduras, 13 de mayo (AP).— En los polvorientos y mal iluminados barrios de San Pedro Sula , todo el mundo conoce las leyes no escritas: hay lugares a los que no se va sin permiso. Al volante, baje las ventanillas para que las pandillas y sus vigías puedan ver quién está dentro. Es más seguro quedarse en casa al anochecer, dejando las calles para pandilleros y traficantes de drogas, que están armados y no tienen reparos en matar.
Es en la segunda ciudad más grande de Honduras donde en los últimos meses se forma caravana tras caravana de migrantes . Las comitivas ponen rumbo al norte, a México y hacia Estados Unidos, para huir de la violencia , la pobreza , la corrupción y el caos. Todas esas realidades son palpables en las calles de la ciudad, que recuerdan por qué miles de personas siguen marchándose pese a los peligros y a la incertidumbre de si podrán quedarse incluso aunque logren entrar en Estados Unidos.
En el distrito norte de San Pedro Sula , donde periodistas de Associated Press acompañaron a la policía en una noche reciente, viven casi 230 mil personas y apenas hay 50 agentes para patrullar sus 189 vecindarios, incluidos los más peligrosos: Planeta, Lomas del Carmen y La Rivera Hernández. El subinspector de policía Wilmer López señaló que en la zona se habían desarticulado dos laboratorios de droga en el último año. Había detenido a pandilleros incluso de nueve años.
De vuelta a casa, ha encontrado empleo en construcción para esta semana, pero no hay nada seguro para después. Su esposa y él dependen del dinero que envía su hija, que emigró a España y pagó los siete mil 500 dólares de tarifa del coyote. Entre tanto, cuidan de las dos hijas que dejó su hija en San Pedro Sula.
La socióloga hondureña Jenny Argüello opina que las necesidades alimentarias de una familia media de cinco miembros cuestan el equivalente a 650 dólares al mes, por encima del salario mínimo de unos 400 dólares.
En la década de 1990, la mayoría de los emigrantes se marchaban para buscar una vida mejor, señaló Argüello. Sin embargo, “hoy en día es la única alternativa que tienen los hondureños de sobrevivir”.
Por AP