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Internacional

Ola de suicidios

MARIPASOULA, Francia, 15 de junio (AFP).- En los pueblos amerindios del sudoeste de la Guayana francesa, se habla del tema con mucha discreción. No es sencillo admitir la ola de suicidios que golpea a la comunidad wayana, especialmente a los más jóvenes, desgarrados entre tradición y modernidad, y perturbados por el impacto de la minería ilegal.

Desde enero, se contabilizaron por lo menos seis suicidios y 13 intentos de ahorcamiento en la comunidad wayana, que cuenta con 1.500 habitantes principalmente instalados a las orillas del Maroni y del Tampok, a una hora de avión y varias de piragua de Cayena, capital de este departamento de ultramar francés en América del Sur.

“Aquí en Twenké, dos personas, una madre y su hija de 10 años, se suicidaron”, afirma Pauline Aloike, una wayana de 20 años. “Hay muchos muertos, jóvenes de 15 años, a veces menos, pero también adultos que tiene un trabajo”, dice. “Es una desgracia. Encima que ya no somos muchos”, agrega.

“Es un 0,5% de la población que desaparece por suicidio cada año”, indica el doctor Rémy Pignoux, que alerta sobre esta problema desde 2004.

En Taluen, otro pueblo wayana, los niños van a la escuela en kalimbé, la vestimenta tradicional. Sus habitantes continúan lavándose en el río, utilizan la culebra -una estera trenzada que sirve para moler la mandioca-, y es común cruzarse a las mujeres con los pechos desnudos ocupándose de sus actividades diarias.

No todos están conectados aún a la central eléctrica fotovoltaica y el agua corriente solo llega a grifos de agua colectiva. Pero todos tienen una antena satelital, y los jóvenes, teléfono portátil en mano, están en whatsapp y Facebook, incluso si la red viene del vecino Surinam.

Droga y alcohol

La influencia de la minería artesanal ilegal de oro alrededor de los pueblos es mucha. “Algunos se dejan tentar por el dinero fácil y se suman a la logística (transporte, espías para avisar de la presencia de los gendarmes). Les parece más fácil que nuestros programas de valorización del artesanado, la agricultura o la economía maderera.

Los buscadores de oro clandestinos también traen con ellos alcohol, droga, prostitución y violencia. “Tuve que evacuar a un joven de 12 años completamente adicto al crack”, cuenta el doctor Pignoux.

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