Jorge Gómez Barata
Aunque muchos la entienden de otra manera, prefiero aplicar el concepto “innovación social” a la introducción de nuevas ideas, saberes y prácticas encaminadas al perfeccionamiento del orden vigente, y no a su ruptura. La innovación social es un componente del progreso general, parte de la evolución, no de la revolución, y mucho menos de la contrarrevolución.
Mientras en las áreas de la tecnología, los negocios, la práctica económica, y las innovaciones, incluso las de gran trascendencia como Internet, telefonía móvil, redes sociales, comercio electrónico, economía colaborativa y otras, ocurren de modo más o menos espontáneo en las esferas política y social. Suele tratarse de desafíos conscientemente asumidos que requieren de una concepción previa, planeamiento, actitudes abiertas a la rectificación y voluntad política.
Si bien para muchos países la innovación social en las esferas económicas sociales y políticas es una cuestión funcional que se resuelve con el mejoramiento del desempeño de las instituciones, y la elevación de su eficiencia para otros, como ocurre en América Latina y Africa, se trata de corregir deformaciones estructurales más o menos profundas, mediante la remodelación, incluso la creación de nuevas instituciones.
Para el socialismo real la “innovación social” debió haber comenzado por una nueva lectura o reinterpretación de la llamada doctrina marxista-leninista, especialmente de la “economía política del socialismo”, que en calidad de soporte teórico e ideológico, sirvieron de base a los esfuerzos para la construcción del socialismo, los que resultaron fallidos en una decena de países, donde por no innovar a tiempo ni apartarse de un canon doctrinario cuyas deficiencias impedían alcanzar los objetivos propuestos, condujeron al fracaso.
Al asociar la “innovación social” al perfeccionamiento de las estructuras y prácticas del socialismo, incluidos los modelos económico y político, China, Vietnam y Cuba, que en momentos de euforia revolucionaria creyeron posible abolir las estructuras e instituciones asociadas al capitalismo, comenzando por la propiedad privada, la democracia liberal, el mercado, y otras, introducen innovaciones para, mediante reformas que comienzan por la economía, corregir defectos funcionales y estructurales del sistema.
La innovación social puede o no ser autóctona o foránea, original o importada, sin embargo, necesariamente ha de ser oportuna, eficaz, y consensuada, de modo que genere ventajas y disfrute de la aprobación mayoritaria del pueblo. Las experiencias de China, Vietnam, y la propia Cuba evidencian que las innovaciones sociales funcionan mejor cuando viajan de arriba abajo, y desde el núcleo del sistema hacia la periferia.
Obviamente, sobre todo en las sociedades socialistas, establecidas sobre la exclusividad ideológica y la homogeneidad política, las innovaciones sociales suelen parecer sospechosas, por lo cual no basta con la creatividad del pensamiento, sino que es preciso lidiar con un nivel de oposición. En 2016 Raúl Castro afirmó que: “…La velocidad de los cambios, seguirá estando supeditada al consenso…”
Raúl Castro no necesitó mucho para convencer al pueblo de la justeza y la viabilidad de sus propuestas. Es cierto que encontró resistencia, también lo es que esta no provino de las masas, que en lugar de asustarse por la liberalización de la economía, la flexibilización ideológica, la apertura política que incluyó los avances en la normalización de las relaciones con los Estados Unidos, las aplaudieron.
En Cuba no conozco ni una sola persona opuesta a las reformas propuestas por el expresidente Raúl Castro, de las cuales ninguna ha fracasado, incluso las de naturaleza política encontraron espacio en la nueva Constitución de la Republica, cuyo sistema político se define ahora como un “estado socialista de derecho…”, definición a la cual el gobierno, el parlamento, el sistema judicial, y otras estructuras políticas habrán de someterse.
La dinámica cubana cuenta con amplios espacios para innovaciones sociales, económicas, y políticas, para cuyo despliegue es preciso asumir que no es posible avanzar reiterando formulas fallidas. Para el socialismo forjado en el siglo XX, el cambio no es electivo, sino una necesidad presente en prácticamente todas las esferas de la vida social.