Por Marina MenéndezFotos: Lisbet GoenagaEspecial para Por Esto!
LA HABANA.— Quizá porque cree en el valor de que los humildes accedan al arte, y porque le sigue asistiendo la sencillez y llaneza de su natal Caibarién, lo cierto es que José Fúster ha dedicado los últimos 25 años de su vida a embellecer el poblado marino que le acogió como otro hijo, mientras vive ajeno a los oropeles de los certámenes competitivos y de las galerías famosas.
Esa humildad y la entrega sin reservas a la costera localidad habanera de Jaimanitas es lo que ha hecho de él no sólo una figura admirada en este su nuevo pueblo sino, además, alguien querido.
La constante cercanía con el mar ha provocado que se califique como “un guajiro de costa” que llegó aquí “nadando”. Esa es la autodefinición jocosa de un hombre que dice vivir feliz con sus vecinos y sus amigos. “Este es mi mundo”, asegura.
Y, claro, está la obra que le ha convertido, además, en un artista famoso. El proyecto crece cada semana con el nacimiento de una nueva escultura, otra torrecilla o aquel mural que van añadiendo cuentas al rosario gigantesco y multicolor conformado por sus realizaciones en cerámica y que, al extenderse, han ido uniendo los contornos de su casa con los de la vivienda del vecino; ésta con una parada de ómnibus; la parada con el pequeño comercio de la esquina, la tiendita con el portón de la escuela, el colegio con la casa del médico, ésta con el parque…
El resultado es una localidad polícroma y colmada de figuras que hacen sentir al visitante en una urbe salida de los cuentos. Como si fuera un paisaje nacido de un dibujo infantil. O un pueblito de caramelo.
Tan hermosa y llena de fantasía se ve esta parte de La Habana que se le ha apodado Fusterlandia. Sólo que aquí no hay luces de neón, sino un Sol cálido; y la alegría no es provocada por el vértigo que originan los carrouseles del famoso parque de diversiones estadounidense, sino por la concordia y la buena vecindad ostensibles en una vida cotidiana que ennoblece la convivencia con el arte.
Todo el mundo se ha beneficiado y no sólo porque, poco a poco, Fúster va revistiendo la fachada de cada vivienda y sitio público con esas hermosas y bien combinadas losas que han ido rescatando y embelleciendo el pueblo, más allá del desgaste provocado por los años y el salitre.
La vida es también ahora más bonita y la gente ha cambiado, afirma David González, su amigo, nacido en el lugar, y quien confiesa a Por Esto! que allí las personas antes vivían “para adentro”, como es habitual en estos pueblos marinos apartados del centro de la urbe.
Fue él quien le aconsejó al artista “que siguiera” cuando la escasez de la crisis conocida como período especial hizo dudar a Fúster sobre si avanzar con la idea de repetir aquí un proyecto que él conoció en Rumanía por los años de 1990 en Targu Jiu, muy cerca de Hobita, la aldea natal de uno de sus paradigmas, Constantin Brancusi, quien había llenado su pueblo de obras gigantescas.
Era entonces el año de 1992, y los cubanos nos sobreponíamos a carencias impensadas. Pero en medio de las ausencias materiales, estaba muy bien que al espíritu le sobrara alimento… Dos años después el espacio abrió las puertas al público y empezó el proyecto en serio.
Ahora Fúster ha concretado en la isla el mismo concepto de Brancusi, y hasta ha logrado que a muchos vecinos le salieran nuevos trabajos; no sólo porque algunos de ellos han aprendido sus modos de hacer como parte de las brigadas constructoras que materializan sus pinturas y diseños.
Desde hace algunos años vienen muchos turistas a conocer y fotografiar sus creaciones. Y los residentes han ido abriendo expendios de artesanía o de comida ahora que el terruño se va haciendo casi cosmopolita y es lícito en Cuba el trabajo privado.
Vienen turistas desconocidos pero también artistas famosos, como la actriz cinematográfica de Estados Unidos, Susan Sarandon, quien ha estado en dos ocasiones.
Y es habitual ver a Fúster radiante, recorriendo las calles de un lado a otro en una simpática silla eléctrica que le permite no agotarse bajo el implacable Sol veraniego.
Se asomó a las artes plásticas en las escuelas de formación de instructores de arte fundadas por Fidel; pero considera que se abrió al mundo a los 14 años, cuando se incorporó a la Campaña de Alfabetización.
Ese paso lo independizó, y también le hizo descubrir la vocación. Su primera inquietud y apreciación de la belleza se la provocaron las piedras de los riachuelos en las montañas orientales, donde enseñó a leer y escribir a los campesinos.
“Luego opté por una beca de arte, y casi sin querer me hice artista al paso de los años, con valiosos compañeros que ahora son muy reconocidos”, cuenta a Por Esto!
“Este proyecto lo inicié una vez que había logrado reconocimiento en la cerámica y conocido la obra de Gaudí, Picasso, Brancusi. Me inspiré en este pueblo en un momento muy desafortunado pero muy glorioso de la historia de Cuba. Y empecé a hacer esto, primero con los pocos recursos que yo tenía, un poco para levantarle el ánimo a la gente y demostrar que sí se pudo y se podrá siempre.
“Cuando miro atrás y recuerdo que no había nada, me queda la satisfacción de ver que hemos crecido; siempre viene mucha gente y somos un punto de referencia. Veo que valió la pena.
“He obtenido premios de arte comunitario a nivel provincial, pero yo no me preocupo por los galardones. Lo importante es mi propia autoestima, que está en alto. Y los vecinos, que están felices conmigo”.