Por Jorge Gómez Barata
Al presentar la fórmula de “Un país dos sistemas”, Deng Xiaoping empujó al límite la innovación social socialista al creer posible la convivencia, en un mismo espacio nacional y bajo un mismo liderazgo, del socialismo y el capitalismo desarrollados. Tal vez no se percató de que las instituciones son diferentes, y existen prácticas incompatibles.
La audacia dejó perplejos a los conservadores chinos, quienes creyeron que el eficaz modo de producción y el atractivo estilo de vida del poderoso enclave financiero erosionaría los valores y debilitaría las estructuras de la República. En cambio, muchos hongkoneses sospecharon que podía ocurrir lo contrario, y cuando funcionaran las asimetrías y se aplicara el modo socialista de ejercer el poder serían abducidos por la madre patria.
Las reformas impulsadas por Deng Xiaoping asombran por su amplitud y profundidad, pero más aún por su éxito. Dos veces purgado y otras tantas rehabilitado accedió a la máxima jerarquía china y, desde esa posición, entronizó fórmulas de mercado, cameló a los chinos de ultramar, y concedió facilidades a la inversión extranjera. La guinda del pastel fue la fórmula ideada para reincorporar a Hong Kong y Macao, que durante 155 y 150 años respectivamente fueron colonias de Gran Bretaña y Portugal.
El líder chino no sólo se atrevió a entronizar fórmulas de mercado para hacer viable el socialismo, sino que incorporó a su sistema político dos enclaves capitalistas, que conservaron sus instituciones liberales, las estructuras económicas, la moneda, la capacidad para dictar leyes propias, mantener aduanas y fronteras, funcionando con una razonable autonomía.
La excepcionalidad es visible. Macao es la única ciudad de China donde el juego no sólo es legal, sino que constituye la primera industria. Cada año en sus 36 casinos, 44,000 millones de dólares cambian de manos. Por su parte en Hong Kong existen 7,500 rascacielos, se habla en inglés, la moneda oficial es el dólar, los vehículos se conducen por la izquierda, la principal fiesta es la Navidad, y el 37 por ciento de los universitarios son extranjeros.
Según se afirma, la propuesta de Deng era como un disparo por elevación que mostraba a Taiwán una zanahoria para atraerla a la “madre patria”, sin violencia, y sin suprimir su status, sus conquistas, ni imponer a sus ciudadanos e instituciones los rigores de la organización estatal socialista y el predominio del partido comunista vigentes en China.
Tal vez, Deng era consciente que al incorporar Hong Kong a China importaba las contradicciones de un sistema ajeno al socialismo, y aunque con sus 1,104 km² y siete millones de habitantes, el enclave es demasiado pequeño para constituirse en un “Caballo de Troya”, y sin embargo, podía devenir en un mal precedente, foco de inestabilidad, o en un ejemplo inquietante. Así ha ocurrido.
Mientras en China, a pesar de las tensiones de las reformas, se mantiene un control razonable, en 2012 en Hong Kong se creó un movimiento de naturaleza ideológica denominado “Escolarismo”, que mediante protestas populares impidió la inclusión en los programas educacionales de contenidos presuntamente asociados al adoctrinamiento. ?
En 2014 en el enclave capitalista tuvieron lugar masivas protestas, al parecer inspiradas en los movimientos “Occupy”, desencadenados en Occidente para reclamar una reforma electoral que pusiera fin a la excesiva tutela de Beijing. La ocupación de calles e instituciones y el levantamiento de barricadas provocaron la intervención de la policía antidisturbios, que utilizó gases lacrimógenos.
La rebelión fue sofocada y sus líderes condenados, pero las causas más profundas persistieron. A la larga, la idea de machihembrar estructuralmente el capitalismo con el socialismo puede no ser viable. No se trata sólo de que convenga a China, también se necesita ser aceptable para los hongkoneses. Lo mismo que para bailar tango, para completar la fórmula de Deng se necesitan dos que marquen el paso.
En 2019 la inestabilidad regresó a Hong Kong, esta vez con más amplitud y participación ciudadana que el movimiento “Escolarista” de 2012 y la “Revolución de los Paraguas” de 2014, lo cual conlleva a un endurecimiento de las posiciones de China, cuyo presidente Xi Jinping ha advertido que existe una “línea roja” que no puede ser sobrepasada. Las informaciones acerca de movimientos de tropas, incluso de tanques hacia el emporio financiero, inevitablemente recuerdan a Tiananmen, que también forma parte del legado de Deng Xiaoping.
Quienes creen que existe futuro para un socialismo que reúna en un todo social el desarrollo, la prosperidad económica, la sostenibilidad, y la democratización, confían en que, como mismo las reformas económicas arrojaron resultados halagüeños para China, también pudieran lograrse en otras áreas.
La pregunta del momento es: ¿Cuál de los dos fenómenos prevalecerá? ¿China terminará por parecerse a Hong Kong o será a la inversa? Tal vez no ocurra lo uno ni lo otro y suceda exactamente lo contrario.