Alfredo García
A tres días de las elecciones parlamentarias de Israel, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, se va quedando solo.
Como preámbulo de su decadencia, el pasado miércoles Netanyahu sufrió humillante derrota en el Parlamento al quedar anulado su proyecto de ley para autorizar la grabación con cámaras en los colegios electorales. Todos los diputados opositores se ausentaron en el momento de la votación, privando al gobierno de mayoría absoluta. Según denunciaron sus líderes, la ley tenía como objetivo reducir la participación en los colegios electorales de poblaciones con mayoría israelí-árabe.
La Asamblea o Knéset es un parlamento unicameral compuesto por 120 escaños, elegidos en circunscripción única, para un mandato de 4 años. Se necesitan 61 asientos para la mayoría absoluta, nombrar al primer ministro y formar gobierno. Aunque 8 agrupaciones políticas compiten, la atención se centra en tres: el Likud, partido de centroderecha, presidido por Netanyahu, el Kahol Laván, coalición de centro cuyo líder es, Benjamin Gantz, ex jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel y Lista Conjunta, una alianza progresista de 4 partidos árabes-israelíes, siendo su líder, Ayman Odeh.
La oposición árabe-israelí ha ido creciendo por la aprobación en julio de 2018 de la polémica Ley del Estado Nación, que estableció el carácter judío del Estado de Israel y declaró el hebreo como única lengua oficial, lo que es considerado una versión israelí del “apartheid” y violación al reconocimiento de “igualdad entre todos los ciudadanos”, proclamadas en la Declaración de Independencia de Israel.
A partir de la elección presidencial de Donald Trump, Netanyahu puso fin al distanciamiento con la Casa Blanca que caracterizó los dos mandatos del presidente, Barack Obama, e inició alianzas políticas con partidos de la ultraderecha religiosa, para ser candidato como primer ministro por quinta vez consecutiva, mientras asumía posiciones extremistas de derecha que fueron apoyadas por Trump. Declaró a Jerusalén capital de Israel, expandió la colonización judía en territorios ocupados, reprimió con violencia las protestas palestinas, aplicó la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, prometió hacer lo mismo sobre el Valle del Jordán y la parte Norte del Mar Muerto si ganaba las elecciones e insinuó una inminente guerra contra la organización palestina Hamás.
Inesperadamente el pasado 5 de septiembre Netanyahu viajó a Londres para una cumbre relámpago con el primer ministro británico Boris Johnson, según algunos analistas, para “aumentar la presión occidental sobre Irán”, como contrapeso a las intenciones de Trump de considerar una reunión con el presidente iraní, Hasan Rohani, a finales de septiembre en el marco de la Asamblea General de la ONU.
El pasado jueves, con similar urgencia y fuera de lugar, Netanyahu viajó a Rusia para entrevistarse con el presidente Vladimir Putin. “No estamos dispuestos a resignarnos ante la amenaza de Irán en Siria y por ello debemos actuar”, manifestó el primer ministro israelí al presidente ruso. A cambio, Netanyahu recibió una tajante condena de Rusia a su promesa colonialista sobre el valle del Jordán, algo que concitó el repudio unánime de la Liga Arabe, incluyendo los aliados estratégicos de Trump, Arabia Saudita y Egipto.
En la recta final de su campaña electoral, el enigmático silencio del presidente Trump, la intempestiva salida de sus dos mayores aliados en la Casa Blanca, Jason Greenblatt, mediador para el Medio Oriente y John Bolton, consejero de Seguridad Nacional, así como sus urgentes viajes al Reino Unido y a Rusia, con el pretexto de presionar a Irán, señalan el ocaso del veterano halcón israelí.