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Pedagogía política. Aprender y desaprender

De haber obtenido el mismo éxito en la economía que en la “Pedagogía Política”, llamada también “trabajo ideológico”, el socialismo real tal vez hubiera sobrevivido y cumplido su cometido histórico.

De cara al colapso socialista, la propaganda y la agitación políticas, plagadas de dogmas y clichés y desplegada en una descomunal escala y con una amplitud que abarcó todas las esferas del pensamiento y la espiritualidad, diversos campos científicos y las disciplinas universitarias, fueron más parte del problema que de la solución.

En Cuba el esfuerzo de promoción de la concepción del mundo, las ideas políticas y la ideología marxista-leninista ha sido extraordinariamente exitoso, no sólo porque comenzó en los primeros años del triunfo de la Revolución, sino porque a partir de 1959 se integraron a la vasta obra educacional y cultural emprendida.

La pedagogía política en Cuba no fue una labor de “adoctrinamiento” ni de enculturación mediante la inculcación de ideas exóticas, sino parte del proceso de crecimiento cultural de la nación, promovido por Fidel que, hasta el fin de sus días, consagró su talento y sus energías a la difusión del pensamiento avanzado y a la generación de conciencia revolucionaria.

Aunque no es posible establecer una separación nítida, la pedagogía política en Cuba avanzó en dos direcciones, una liderada y ejercida personalmente por Fidel Castro, cuya prédica realizada tanto persona a persona como a través de los medios, se esforzó en generar y fortalecer convicciones revolucionarias desde la práctica y el protagonismo popular.

La otra vertiente, desplegada principalmente por el partido, se ocupaba de la concientización, por vía de la propagación de los contenidos teóricos, especialmente la difusión del marxismo-leninismo lo cual, desde los primeros momentos estuvo a cargo de los cuadros del antiguo partido comunista.

En conjunto, la obra fue tan exitosa que, en apenas unos años, se asimiló el cambio del modelo político, se entronizaron las ideas básicas del socialismo, tal y como entonces se conocía, fue desplazada la ideología burguesa, neutralizado el anticomunismo, creándose condiciones para la comprensión de trascendentales cambios en todas las esferas de la vida social, entre otros, el ocaso de la democracia liberal, el fin de la propiedad privada, la colectivización, la estatización de los medios de difusión y la instauración del ateísmo.

Ese esfuerzo se coronó cuando el estudio del marxismo-leninismo fue incluido en el sistema nacional de enseñanza y la Constitución de la República adoptada en 1976, lo adoptó como ideología oficial del estado.

En esa andadura la filosofía marxista-leninista, formada por el materialismo dialéctico e histórico, la economía política (del capitalismo y el socialismo) y el comunismo científico, se constituyeron y hasta hoy, con exclusividad, forman el núcleo de la cultura política del pueblo cubano, la academia, los directivos de las organizaciones de masa, los medios de difusión y los círculos dirigentes.

Ese fenómeno, cultural y políticamente trascendental, porque dotó a las masas de un arsenal de argumentos en general bien fundados, comporta el problema de que tales saberes incorporaron también ideas y preceptos erróneos. Así ocurre con elementos de la doctrina económica, ideas acerca de la estructura y las funciones del Estado y del Derecho, nociones sobre las clases sociales y su papel, funciones de la ideología y otros asuntos nodales.

El cambio de mentalidad a que llamó el primer secretario del Partido Comunista de Cuba, Raúl Castro y sin lo cual la modernización de las estructuras y relaciones sociales, así como la gestión gubernamental, social y partidista en la sociedad cubana, no parecen ser viables, implica no sólo incorporar nuevos conocimientos y enfoques, sino también desaprender saberes en su momento correctamente incorporados, pero ahora desactualizados y obsoletizados.

Marx, Engels y Lenin no se equivocaron, tampoco erraron los que escribieron manuales para difundir entre las masas complejas ideas filosóficas y económicas, no fallaron quienes en los años setenta copiaron el modelo económico y la institucionalidad soviética. Los equivocados son quienes, a pesar de abrumadoras evidencias, un cuarto de siglo después, persisten en sostener criterios cuya inviabilidad fue probada hasta la saciedad por el colapso del socialismo en Europa Oriental y la Unión Soviética.

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