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Política de mala fe

Con repulsivo oportunismo político, Jair Bolsonaro, electo presidente de Brasil para probar que las mayorías intoxicadas y manipuladas se equivocan, respaldó el asesinato del general iraní Qasem Soleimani y afirmó poseer información acerca de que el militar muerto estuvo involucrado en el ataque terrorista a la Asociación Mutual Israelí Argentina (Amia) en Buenos Aires en 1994.

Así Bolsonaro le hace otro quiño a Donald Trump, y con mala entraña revive artificialmente un asunto de alta sensibilidad para la administración del presidente de Argentina Alberto Fernández, especialmente para su vicepresidenta Cristina Fernández, contra los cuales profesa un odio visceral.

Argentina tiene una relación especial con el Oriente Medio. Allí radica la más importante comunidad judía de América Latina, la mayor del Nuevo Mundo, excepto Nueva York. También viven allí más de tres millones 500 mil personas de origen árabe, 600,000 de ellos musulmanes, y paradójicamente, se refugiaron muchos nazis. En 1960, uno de los más sanguinarios, Adolf Eichmann fue ubicado y secuestrado por el Mossad que lo llevó a Israel donde fue juzgado y ejecutado, todo con la aprobación del primer ministro David Ben Gurion.

En mayo de 1992 la embajada de Israel en Buenos Aires fue objeto de un ataque terrorista que dejó 29 muerto y 242 heridos, y en 1994, en otro atentado con bomba en la Asociación Mutual Israelita de Argentina (AMIA), perecieron 85 personas y más 300 resultaron heridas. En esa época el país era gobernado por Carlos Saúl Menen, curiosamente descendiente de árabes.

Desde los primeros momentos, sin argumentos que sustentaran la “duda razonable”, fueron judicialmente involucrados varios ciudadanos de Irán, sindicados como autores intelectuales y cómplices. Aunque 26 años después, tras exhaustivas investigaciones y varios juicios, todavía nadie ha sido condenado por el atentado, las sospechas y las ordenes de captura libradas por INTERPOL contra esas personas siguen vigentes.

En 2007 y 2009, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, cada uno en su momento, los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernandez denunciaron a Irán por falta de colaboración para esclarecer el atentado en la AMIA. Debido a que ninguna gestión dio resultado, en 2013, aprovechando una coyuntura favorable, y al parecer actuando de buena fe, la presidenta Cristina Fernández suscribió un Memorándum de Entendimiento con Irán, mediante el cual ambos estados se comprometían a participar en una “Comisión de la Verdad” sobre el caso AMIA, para, al menos interrogar a los sospechosos iraníes notificados por INTERPOL.

Obsérvese que en el momento de los hechos en 1994 ni después Qasem Soleimani no solo no fue implicado, sino que ni siquiera se le mencionó por la sencilla razón de que entonces el general fallecido no había salido de su provincia natal Kermán, no tenía ninguna proyección internacional, y no alternaba con el liderazgo de la teocracia chiita.

De hecho, hasta años después no fue nombrado jefe de Al-Quds, un cuerpo secreto de operaciones especiales. Obviamente en 1994 no tenía jerarquía ni oportunidad para liderar una operación como la de AMIA.

La gratuita especulación del presidente Jair Bolsonaro es una muestra de la habitual falta de ética con que encara su gestión política.

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