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Guitarrón por tumbadora

Por Marina MenéndezFotos: Lisbet Goenaga(Especial para Por Esto!)

LA HABANA, Cuba.- Desde que abre los ojos cada mañana, Nelson Jiménez se siente y se levanta “mariachi”, condición que lo distingue de otros músicos quienes, como él, hacen melodías mexicanas, dice, pero más motivados por el perfil comercial del género y un formato que está de moda, como nunca en las últimas décadas, para ciertas ocasiones. Al menos, así ocurre en La Habana.

Se llevan mariachis a las bodas, a las quinceañeras, y hasta a las aquí llamadas “fiestas de santo” en alusión a las ceremonias yoruba, donde el guitarrón y la vihuela sustituyen hoy, muchas veces, al clásico tambor y a los violines, que también estuvieron en boga para tales celebraciones.

Según Nelson y su colega Ronny Cavarroca Fernández, se contabilizan ahora en la capital entre unos 20 y 30 grupos de mariachi donde se incluyen los que ambos, por separado, fundaron y dirigen: Sol Latino y Sol de mi tierra.

Sería arriesgado calcular, sin embargo, cuántas agrupaciones de ese tipo existen en la Isla. Sobre todo, porque no todas han sido categorizadas por alguna de las varias empresas musicales cubanas, y porque es en las provincias orientales y, concretamente en sus campos, donde históricamente más gustan y se escuchan los corridos y otros ritmos autóctonos de “México lindo y querido…” ¿Cuántos habrá por allá?

Una nota publicada en Las Tunas esta semana, cuando se celebró en México el Día del Mariachi, convocaba a un concurso que confiere al ganador el Premio Lola Beltrán. Y otra información dada a conocer hace algún tiempo en un diario de Santiago, convocaba a los seguidores de la música mexicana a conformar un club.

Pero, quizá, la mejor expresión de esa predilección de que goza el mariachi en las zonas rurales, la brinde un hecho que ambos músicos hacen notar durante el ameno diálogo con Por Esto!: el único programa de la TV de la Isla que incluye la música mexicana en cada emisión, es un espacio dedicado, precisamente, a la vida en los campos de Cuba: “Palmas y Cañas”.

Perviven, sin embargo, los programas radiales de antaño donde todavía pueden escucharse las grabaciones de Jorge Negrete, Miguel Aceves Mejías o Pedro Infante, entre tantos otros que bordaron la llamada Época de Oro del cine de aquel país, y de donde debe habernos llegado el gusto por “lo mexicano”.

Y se disfrutan sus discos junto a los de otros relevantes exponentes de la cancionística, más contemporáneos, como “esa voz que a usted le gusta -se anuncia en la presentación del programa- la de Javier Solís”.

Unos y otros desataron en Cuba, en su momento, los suspiros de las muchachas, y atizaron el espíritu justiciero de los varones, “hombres a todo” como en aquellos filmes, y conquistadores de tantos corazones femeninos.

Muchas décadas después, aquellas cintas apenas se proyectan y, sin embargo, toda una pléyade de jóvenes cubanos canta, toca, se viste y sufre los desengaños amorosos que los famosos cuentan en sus canciones, como lo hacen los astros de la música mexicana en el celuloide.

Así ocurre con Nelson, de 25 años. “Desde niño me atrajo esa música. Me sabía todas las canciones de Pedrito Fernández: esas fueron mis primeras rancheras. Un día oí a Vicente Fernández, y me quedé ‘loco’; deslumbrado por su voz. Desde ese momento, mi sueño fue la música mexicana y convertirme en mariachi.

“Luego, una novela colombiana que se estrenó en 2006, ‘La hija del mariachi’, me cambió la vida. Cuando cumplí 20 años, mi madre me llevó un grupo a la casa. Les pedí cantar con ellos un número, y me dejaron. Algún tiempo después se quedaron sin cantante y vinieron a buscarme. ‘¿Te atreves a ayudarnos?’, me preguntaron. Les gustó y me quedé con ellos. Así empezó mi carrera”.

Pero no todos llegan de ese modo. Y llegan muchos. ¿Es porque se gradúan tantísimos jóvenes de las escuelas cubanas de arte? ¿O es que el mariachi halla contratos bien pagados en las actividades particulares?

Para Ronny, el derrotero ha sido una escogencia consciente nacida del amor, y después de viajar y hurgar en los ricos ritmos cubanos.

Una experiencia que duplica la de su bisoño compañero de filas, le faculta para compartir con él sus experiencias y echar una mirada a la presencia de la música mexicana aquí durante las últimas décadas.

Tiene 41 años y toca desde los 16, cuando aún no se había graduado de violín en una prestigiosa academia habanera. Ha pasado por varias orquestas populares, tradicionales y por charangas típicas después que se inició como violinista en los dos únicos grupos de mariachi que existían entonces en la ciudad, y donde tocó sucesivamente: Real Jalisco y Mariachi Habana, el más longevo que tiene hoy la capital.

Pero el Real Jalisco se desintegró, y varios de sus músicos conformaron sus propios grupos. “Así empezaron a proliferar”, considera.

Entre sus preferencias también están el jazz latino y la música clásica. Sin embargo, la madurez musical ha devuelto a Ronny a las interpretaciones con que comenzó.

“Es que a mí me encanta la música mexicana”, confiesa.

En su opinión, es la que más se acerca a la música clásica, y estima que no resulta un género de fácil interpretación, como muchos desconocedores piensan.

“Es difícil lograr la sincronización necesaria entre los tres instrumentos que forman la base: guitarrón, guitarra y vihuela. Eso lleva tiempo, ensayos y disposición”.

Una profesión difícil

La percha con los trajes de sus músicos impecablemente colgados a la entrada de su apartamento en un barrio de Centrohabana, y la existencia en el hogar de varios instrumentos imprescindibles a la música mexicana, exhibe el celo y la profesionalidad con que Ronny conduce su grupo.

Igual ocurre con Nelson, quien ha acudido esta tarde a conversar de música, como tantas veces, mientras sueña con conocer el rancho de Vicente Fernández.

Pero materializar la apuesta por el mariachi no resulta un propósito fácil para ninguno.

Los instrumentos los mandan a hacer, muchas veces, a jóvenes pero avezados artesanos de la madera y las cuerdas de la zona oriental de Cuba. Y los trajes se encomiendan a la única modista que, según Nelson, se ocupa, con calidad, de ese tipo de vestuario en la capital: Idalmis.

Les gustaría más promoción y más certámenes como el concurso que anualmente convoca la Casa del Benemérito Benito Juárez, casi el único de su tipo en la capital.

Pero ellos no cejan. Ronny siente recompensado el esfuerzo con la alegría de la quinceañera sorprendida por su música, o la sonrisa que aflora cuando tocan y cantan para un enfermo.

Nelson está seguro de que la música mexicana nunca pasará de moda. “Transcurrirán cien años y se seguirá escuchando ‘La niña de los hoyitos’”, confía.

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