Internacional

Zheger Hay Harb

El General Eduardo Zapateiro, Comandante General del Ejército Nacional, ha manifestado su dolor por la muerte de alias Popeye, el sicario más sanguinario de todos cuantos tuvo el también asesino y narcotraficante Pablo Escobar: “Hoy ha muerto un colombiano. Como Comandante del Ejército, presento a la familia de Popeye nuestras sentidas condolencias. Lamentamos mucho la partida de Popeye. Somos seres humanos, somos colombianos”.

No es el pésame de un particular, dice hablar en nombre del Ejército. Nunca le habíamos oído a este general un mensaje de solidaridad con ninguna víctima: no sólo las de este confeso asesino y las de su patrón Escobar, sino tampoco con las más recientes de líderes sociales y desmovilizados de las FARC.

Pero si bien en este caso ese pésame bordea el código penal, el General no está solo en su admiración por el sicario: una vez que Popeye salió de la cárcel, se convirtió en un exitoso youtuber con más de un millón de seguidores y, para vergüenza de este país, en la calle lo abordaban como si fuera una estrella de cine o del deporte para pedirle autógrafos y tomarse selfies con él, quien mostraba orgullosamente los tatuajes en sus dos brazos: el general de la mafia.

En el interregno entre un encarcelamiento y otro, actuaba como líder de opinión defendiendo la labor del ex presidente Uribe y atacando a los sectores de izquierda. Las emisoras le abrían sus micrófonos y él se despachaba dictando cátedra revictimizando así a los familiares de tantos muertos que dejó a su paso.

Se pavoneaba por Medellín ufanándose de haber asesinado por mano propia a 300 personas y haber coordinado 3.000 muertes más, además de su participación en la de 450 policías, la bomba al DAS (Seguridad del Estado) en 1989 con 500 kilos de dinamita que dejó 67 víctimas, la mayoría de ellas particulares; unos días antes habían hecho explotar en pleno vuelo un avión con 117 personas, asesinaron al director del diario El Espectador, al candidato presidencial Luis Carlos Galán, del Partido Liberal, al de la UP (Unión Patriótica, creada en el marco de las conversaciones de paz con las FARC), Bernardo Jaramillo, e hicieron un atentado al candidato del Partido Comunista José Antequera.

Dice que la muerte que le dolió fue la de su novia, que lo había sido también de su patrón, pero éste le ordenó silenciarla, así que le pegó un tiro en la sien.

Eran las épocas cuando Escobar y los demás jefes de las mafias del narcotráfico decían que preferían una tumba en Colombia antes que una celda en Estados Unidos, y presionaban para tumbar el tratado de extradición con ese país.

La Constitución de 1991, producto del pacto de paz que desmovilizó al M19, el EPL y otras guerrillas, así como del acuerdo entre ellas y fuerzas políticas como el Partido Liberal y el Conservador, prohibió la extradición como una forma de propiciar la paz.

Uno no puede dejar de preguntarse, hasta qué grado de postración moral está una sociedad que convierte en ídolo a un sicario. No es un fenómeno solamente colombiano. En Medellín, se organizan giras para mostrar a turistas nacionales y extranjeros la ruta de Pablo Escobar y uno de los guías más solicitados para esos paseos era Popeye.

Me he sorprendido oyendo, por ejemplo, a jóvenes cubanos decir que quieren ir a Medellín sólo para conocer en vivo la historia del sanguinario capo. El Alcalde de Medellín decidió demoler el edificio donde vivía el narcotraficante porque se había convertido en sitio de peregrinación.

A lo mejor ahora también su tumba se convierta en santuario. Ya en la cárcel, se presentaba como un católico devoto con imágenes de santos, escapularios y rosarios en su celda, que no se sabe por qué podía ser filmada y fotografiada por la prensa a excepción de las de los demás reclusos.

Pero de qué nos vamos a extrañar si Luis Alfredo Garavito, el peor depredador sexual y asesino de niños en la historia de este país, que confesó haber asesinado y violado a más de 140 niños, era considerado un santo por sus compañeros de cárcel, quienes aseguraban que era un santo que se había convertido y arrepentido y casi le rezaban.

Ahora nos hemos enterado de que varios ex capos del narcotráfico, hoy tras las rejas, también se han convertido a la religión y dedican sus horas al rezo. Eso sí, a ninguno de ellos la conversión lo ha llevado a pensar en que debe resarcir a sus víctimas.

Lo que sí no habíamos pensado, es que la fascinación por Popeye hubiera seducido también al Comandante General del Ejército. Tendrá que explicar cómo es que la compasión, que nunca le hemos conocido por las víctimas de los falsos positivos, lo lleva a manifestar pesar por la muerte del peor sicario que hemos padecido en este país.