Jorge Gómez Barata
China es el país más poblado del mundo, la segunda economía mundial, el primer exportador, segundo importador, cuarto lugar por el número de emigrantes. En 2018 fue visitada por más de 30 millones de turistas y en ese año, 149 millones de chinos viajaron al extranjero. Un país así es imposible de bloquear, desdichadamente también lo es el coronavirus que se originó allí y se ha propagado a otros 29 países.
Consecuente con su responsabilidad, China se ha esforzado para preservar a sus ciudadanos y evitar que el virus rebase sus límites.
Otros países han mostrado comprensión y, a la vez que se protegen, la han apoyado, cerrando las fronteras, evitando los viajes y contactos personales, pero aún así el virus no ha podido ser contenido porque vive y viaja con las personas y un país con semejante protagonismo en la economía global no puede aislarse como se aísla a un enfermo. China no es un enfermo, ni hay burbuja que pueda contenerla.
Aunque la emergencia lo requiere, obviamente en las condiciones del mundo global, aislar países y regiones e impedir el tráfico de personas y los intercambios comerciales y de todo tipo, no parece viable. El comercio exterior de China supone el trasiego diario de millones de toneladas de mercancías, para lo cual se mueven miles de buques, aviones, trenes, camiones y vehículos de todo tipo que, con sus respectivas tripulaciones, llegan y parten desde y hacia todos los destinos.
Un dato relevante es que la mayor parte de los países hacia donde el virus se ha propagado, son naciones abiertas con amplias relaciones comerciales e intercambios turísticos, académicos, culturales y de negocios con prácticamente todo el mundo. El caso más notorio es Estados Unidos, el país con más contactos con China que es el segundo emisor de emigrantes hacia su territorio. Chinatown, el barrio chino de San Francisco, California, es la comunidad china más grande fuera de Asia. Según el censo de 2010, en Estados Unidos viven casi cuatro millones de personas de origen chino.
En este caso, Estados Unidos es como una bisagra. A la vez que es el país con más contactos con China, es el destino que más visitantes y emigrantes recibe y el que más viajeros emite hacia todo el mundo. Un observador calculó que un individuo infectado en un aeropuerto de Nueva York, Los Ángeles, Atlanta, podía estar en contacto con viajeros de otros cincuenta países. Dado que, en París, Londres, Hong Kong, Seúl, Tokio, Ciudad México, Sao Paulo, el propio Beijín ocurre lo mismo, la circulación del virus asume rangos exponenciales y se traslada a grandes distancias.
La mala noticia es que, si bien China no puede ser aislada, mucho menos puede serlo Estados Unidos, no sólo por el volumen de sus contactos con el extranjero, sino también por sus leyes y prácticas relativas al movimiento de las personas dentro y fuera del país que son extraordinariamente permisivas.
No me imagino cómo pudiera impedirse que la gente entre y salga de Nueva York, Chicago, Filadelfia y cualquier otra ciudad norteamericana. También ocurre así con Paris, Roma o Amsterdam. Tal vez esta invisible conexión explica por qué la epidemia se remite en China, pero avanza fuera de ella y por qué afecta a pacientes sin conexión epidemiológica con ninguno de los focos.
Hasta ahora, el coronavirus se ha instalado en naciones con sistemas de salud y capacidad económica que les permite lidiar con ese fenómeno, cosa que no podrían hacer con eficiencia estados pobres, muchos de los cuales están menos expuestos a la enfermedad por ser poco frecuentados. Sin embargo, no ocurre así con países emergentes que, como México, Turquía, Malasia, Sudáfrica y otros, que son como un puente o un filtro entre las naciones desarrolladas y regiones pobres y densamente pobladas.
Países como México, que recibe alrededor de 40 millones de turistas, entre ellos casi 200,000 chinos y 13 millones de estadounidenses y, a la vez, es el país con mayores contactos con América Latina, especialmente con Centroamérica donde dada la pobreza y las limitaciones del sistema de salud, el coronavirus pudiera convertirse en pandemia. Así ocurre también con Turquía, que recibe 37 millones de visitantes y se relaciona ampliamente con Oriente Medio, Malasia visitada por 25 millones de turistas y posee extraordinarios vínculos con Asia y Sudáfrica, que cada año es frecuentada por 10 millones de europeos y estadounidenses y es el umbral de África.
Tales países son la última barrera donde debe ser contenida la enfermedad antes de que se convierta en un azote mundial. Tal vez por eso ayer, el presidente chino acudió a la televisión estatal para revelar sus preocupaciones al admitir que: “Coronavirus es la mayor emergencia sanitaria en la China moderna”, “…Tiene la transmisión más rápida, el más amplio rango de infección y ha sido la más difícil de prevenir y controlar”. “… Es necesario, añadió, aprender de las evidentes deficiencias que ha habido en la respuesta de China…” “Esto es para nosotros una crisis y una gran prueba”, añadió.
Encontrar los remedios para curar la enfermedad y los modos de prevenirla puede demorar meses y el bloqueo del virus, hasta ahora ha sido de efectividad relativa. Esta enfermedad no acabará con la civilización, pero es la más concluyente de las advertencias. Allá nos vemos.