Jorge Gómez Barata
En ejercicios literarios que aproximan eventos hipotéticos, se ha fantaseado que, ante una agresión militar extraterrestre, el planeta sólo puede ser defendido por una alianza de grandes potencias que cuentan con capacidades militares para ello. En las presentes circunstancias, esa coalición que obviamente incluiría a China y Rusia, sería liderada por Estados Unidos. La moraleja es que, ante un peligro que compromete a la especie y la civilización humana, los adversarios depondrían objeciones. Por cierto, no sería la primera vez.
Aunque no proviene del espacio, ni los agresores son criaturas de otros planetas o galaxias, sino microscópicos virus, está en marcha lo que pudiera ser la primera amenaza global no militar que implica a la humanidad y obliga a concertar esfuerzos; en este caso científicos, organizativos y políticos para enfrentarla. Se trata del coronavirus, que está presente en 55 países y acaba de debutar en Africa por Nigeria y en América Latina por Brasil y México.
A propósito de adversarios que se aliaron por causas mayores, no conozco ni puedo imaginar a dos personas ideológica y culturalmente más diferentes y con posiciones políticas más contrapuestas que Franklin D. Roosevelt y Iósiv Stalin. Uno, un refinado aristócrata neoyorquino, liberal y demócrata consecuente y presidente de los Estados Unidos y el otro, un campesino georgiano, luchador contra el zarismo y conspirador nato que mediante dudosos procederes se hizo con el poder en la Unión Soviética, la cual lideró durante 30 años, función que desempeñaba cuando en 1941 las hordas nazis invadieron el inmenso y heroico país.
Apenas dos meses después, en agosto del propio año, Franklin D. Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, que entonces no estaba en guerra con el eje fascista, convocó al primer ministro británico, Winston Churchill a un encuentro a bordo de un buque de guerra en el cual suscribieron la Carta del Atlántico, un documento político avanzado en el que se fijaron los principios bajo los cuales, Estados Unidos podría entrar en la guerra, entre otros, no buscar anexiones territoriales, no modificar fronteras y avanzar hacia el desarme.
En enero de 1942, después del ataque a Pearl Harbor, Estados Unidos organizó en Washington una reunión de los 26 países que entonces estaban en guerra contra Alemania para, sobre la base de la Carta del Atlántico, emitir la Declaración de las Naciones Unidas, a la cual se adhirió la Unión Soviética que, de ese modo, se convirtió en el más importante aliado de Estados Unidos y viceversa.
Se trató entonces de la primera alianza político militar que rebasó las ideologías y las contingencias políticas para aunar esfuerzos en el enfrentamiento al fascismo que constituía una amenaza global. Al amparo de la colaboración de la superpotencia imperialista con el país líder del comunismo mundial, entre Stalin y Roosevelt se forjó una amistad genuina, terminada por la repentina muerte de Roosevelt en 1945. En los cuatro años que duró aquella relación, ambos líderes se encontraron personalmente en dos oportunidades, Teherán 1943 y Yalta 1945; así mismo se cruzaron más de 300 cartas y mensajes. Como dato significativo no puedo dejar de señalar que Roosevelt trataba al líder soviético de “Querido mister Stalin.
Como parte de sus programas sociales, en Cuba se han elaborado estrategias y doctrinas de salud que han permitido lidiar con todo tipo de enfermedades transmisibles, muchas de las cuales fueron erradicadas y otras controladas. Así mismo, la isla ha enfrentado con razonable eficacia epidemias de Fiebre Porcina Africana (1971), dengue
(1981) y en la década de los ochenta ante la aparición del VIH Sida, se elaboraron protocolos que permitieron interrumpir la cadena de contagios y controlar la propagación de la enfermedad.
Este desarrollo y la voluntad política hicieron posible que la isla desempeñara el papel principal en la lucha contra el cólera en Haití, y en 2014, junto a varios países, incluso médicos militares estadounidenses, contribuyera a la lucha contra el ébola en Africa, de un modo que el New York Times calificó de “impresionante”.
Existen precedentes que evidencian cómo ante situaciones de emergencia, el liderazgo cubano ha depuesto las diferencias políticas y evidenciado su disposición para colaborar con Estados Unidos. Así ocurrió el 11 de septiembre de 2001, cuando en medio de las tensiones generadas por el ataque a las Torres Gemelas, Fidel Castro ofreció todos los aeropuertos de Cuba para acoger a los cientos de aviones que en ese momento sobrevolaban los Estados Unidos y, en 2005 tras el paso del huracán Katrina, organizó una brigada médica para acudir a Nueva Orleáns y asistir a las víctimas de la tragedia.
El nuevo Coronavirus, que amenaza con convertirse en pandemia, constituye una amenaza global ante la cual, como hizo ante el fascismo, con sus enormes recursos económicos, médicos y farmacéuticos y su capacidad de convocatoria, Estados Unidos, la Organización Mundial de la Salud y otros estados, pudieran liderar una coalición mundial para formular una estrategia que permitiría lidiar con la crisis sanitaria en progreso. En un esfuerzo así, la participación de Cuba que ha acumulado vastas experiencias, pudiera ser importante.
Tal vez, haya que calzar otra vez las botas de Roosevelt y Stalin, forjar una nueva coalición, con el añadido que esta vez no será tan difícil porque no se trata de un conflicto militar, sino de un esfuerzo benefactor en bien de la humanidad. Como ha sido dicho, las crisis son también oportunidades. Dar un chance a la solidaridad y a la paz, devolvería a los Estados Unidos el liderazgo que tuvo en la más letal de las guerras y pudiera revivir el multilateralismo imprescindible en la solución de los asuntos globales.