La psicóloga y conocida profesora de liderazgo, la española Margarita Mayo, al referirse a los aspectos que pueden explicar el liderazgo del presidente estadounidense, aunque no comparta su ideología política, recuerda cómo en 2016 un analista dijo: “te guste o no, Trump va a ganar las elecciones” porque sabe cómo influenciar, es decir, tiene la capacidad para conectar con una parte importante de los ciudadanos.
Entre los elementos de mayor peso está la visibilidad, para ser influyente la gente tiene que hablar del líder, de una u otra forma, lo que hoy facilitan las redes sociales en las que el magnate se distingue; que sus mensajes sean simples y claros, como el lema: “Hacer Estados Unidos grande” y la nueva versión de “Mantener a Estados Unidos grande”; mostrar una visión positiva del futuro y a un enemigo común, nada mejor para unir a una agrupación; y el recurso a convocar a la emoción más que al razonamiento.
Agregaría la ventaja para influir en segmentos obnubilados por políticas extremas, supremacismo o xenofobia; así como el uso desmedido de la mentira. No es fácil contender contra alguien para quien la ética no aporta votos.
Otra característica, más que una fe de liderazgo, es el ataque contra sus contrincantes en una retórica burlesca, despreciativa, con el propósito de minimizarlos ante la opinión pública; cuando se refiere a ellos o a ellas, lo hace regularmente por sus apodos. Unos cuantos ejemplos: la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, para el presidente es la “ladrona, chueca o retorcida Hillary”; la senadora demócrata Elizabeth Warren, es la “Pocahontas o la mentecata E.W.”; el senador Bernie Sanders es “el loco Sanders”.
A las congresistas demócratas Ilhan Omar, la primera mujer en el Congreso de origen somalí y confesión musulmana; Alexandria Ocasio-Cortez, de ascendencia boricua; Rashida Tlaib, de origen palestino y también musulmana; y a Ayanna Pressley, las instó a “regresar a sus países”. Son como el peor de los virus.
Pero no se salvan quienes lo enfrentan. En la pasada campaña el evangélico y colega de partido Ted Cruz, fue el “mentiroso Ted”; Marco Rubio, se transformó en el “pequeño Marco o Marquito”; el ex gobernador de Florida Jeb Bush, el “bajo de energía Jeb”.
El fin de semana hubo una reyerta a través de Twitter entre Trump y el también multimillonario demócrata Michael Bloomberg, ex alcalde de Nueva York, que compite por la nominación a la Casa Blanca. El gobernante lo llamó “Mini Mike” por su estatura y dijo que había solicitado “ponerse sobre cajas para los debates”. En realidad, Trump está preocupado por el poderío de Bloomberg (54,000 millones de dólares; fortuna 17 veces mayor que la suya).
El presidente Donald Trump asistirá hoy al Capitolio, según lo establecido, para pronunciar el discurso sobre el “Estado de la Nación”; cuando está por concluir en el Senado, sin dudas a su favor, el juicio político en su contra incoado por los demócratas.
Es de esperar que presuma de logros en importantes indicadores de la economía; de firmeza en la defensa de los valores patrios en distintas latitudes, así como en riesgosas operaciones y exaltar su firmeza en las riendas del gobierno; de la seguridad en la frontera con México y la firma del T-MEC; mostrará músculos al referirse a conflictos militares, particularmente respecto a Medio Oriente; la triada Venezuela, Cuba, Nicaragua, puede ser objeto de ponzoñosas alusiones; los riesgos por la expansión del coronavirus; en fin, se mostrará enérgico, triunfante, llamando a la unidad desde el Olimpo: en un Capitolio tan polarizado como lo está el país. Pero nadie escapará al show mediático.
Si algo faltaba para elevar su ego hoy, se lo puso en bandeja de alelíes el Partido Demócrata con el caos creado en Iowa, sin resultados de la elección hasta esta noche. El único que salió triunfante fue Trump. Esperen nuevas burlas y “memes”. Entonces sobra la autocompasión. Así, será difícil derrotarlo.