Pedro Díaz Arcia
Me duele cuando veo a las mujeres, hastiadas de tanta violencia y discriminación, marchar en defensa de sus derechos, algo tan cruel como si alguien reclamara el derecho a respirar. Se trata de una reivindicación que no difiere del combate por democratizar la enseñanza de una nación, que implica a la par democratizar su economía y transformar los obstáculos institucionales que se oponen o limitan este propósito.
José Carlos Mariátegui (El Amauta), escritor, genial ensayista y fundador del Partido Comunista de Perú, escribió en octubre de 1928: “No hay que ver en el feminismo una idea exótica, una idea extranjera. Hay que ver, simplemente, una idea humana”. El respetado líder sudamericano agregó que, en su idea pura, “es esencialmente revolucionario”.
“Cuando sobre los hombros de una clase productora, pesa la más dura opresión económica, se agrega aún el desprecio y el odio de que es víctima como raza, no falta más que una comprensión sencilla y clara de la situación, para que esta masa se levante como un solo hombre y arroje las formas de explotación”, dijo, en una virtual equiparación de géneros, hace casi un siglo.
Al referirse al feminismo afirmó: “no deben ni pueden sentirse extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes emociones de la época”. Hoy es un espacio a ganar por el hombre más allá de actos formales u oficiosos.
Parodiándolo diría que cuando sobre el derecho de la mujer, pesa la más dura opresión económica a lo que se agrega aún el desprecio y el odio de que es víctima como género, satanizando sus legítimas aspiraciones, no falta más que una sensibilidad a piel de humanidad para unirse a una estirpe que se alza en la plenitud de su estatura contra la incomprensión de unos y la aberración de otros.
Pero el respeto a sus derechos tiene que enseñarse en las aulas desde edades tempranas y en el seno de las familias; por encima de cualquier precepto legal, que a veces no pasa de ser letra fría para congelarse ante la indiferencia de un jurado que se interesa más por conocer cuántas páginas tiene un expediente que por el abominable acto de la violación y asesinato que debe condenar.
Se impone una intensa labor de concientización para el respeto al pujante movimiento feminista. Las megamarchas que han tenido lugar en México y en lejanas latitudes, reiteran su capacidad de convocatoria y movilización: que deben conducir a una profunda reflexión por parte de los gobiernos, no para enfrentarlos, sino para solventar las justas demandas de volcanes que han estado en letargo a lo largo de siglos, con infrecuentes erupciones.
Es el momento de actuar para la forja de una sociedad en donde la mujer pueda por lo que valga, y no al contrario que valga por lo que pueda.
La vida me ha enseñado que la mujer no abandona su trinchera; resiste todo riesgo cuando se necesita; es de una tenacidad envidiable al abrazar una causa que hace suya: raza que cuando agarra el principal eslabón de la cadena no lo suelta; y si afinca el pie no le tiembla la pierna.
Al conocer dos días después del grito de independencia el 10 de octubre de 1868 en Cuba, Mariana Grajales Coello se dirigió a la familia con un crucifijo en la mano: “De rodillas todos, padres e hijos delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar la Patria o morir por ella”. Perdió en la gesta, entre 1868 y 1898, a su esposo y a cinco hijos.
¿Moraleja? ¡No hay Patria sin la activa participación de la mujer!
Reciban el modesto apoyo de alguien que las admira.