Alfredo García
Mañana 11 de marzo, se cumple 22 años del fallecimiento del legendario comandante cubano, Manuel Piñeiro Losada, (Barbarroja). Desvanecido como consecuencia de un coma diabético mientras manejaba, Piñeiro chocó contra un auto estacionado después de asistir a una recepción en la embajada de México. Mientras recibía los primeros auxilios, un paro respiratorio terminó con la vida del mítico combatiente.
Muchas historias se tejieron sobre Piñeiro. Amado por unos, odiado por otros, respetado por todos, su trayectoria guerrillera y fundador de la Inteligencia revolucionaria a partir de la década de los 60 del pasado siglo, liderando el combate contra la CIA y la solidaridad hacia el movimiento revolucionario latinoamericano, lo convirtieron en una leyenda.
Carismático y criollo, con su estampa de guerrero vikingo, Piñeiro fue leal asistente de la estrategia revolucionaria de Fidel y apoyo operativo de la gesta internacionalista del Che. Sin embargo entre historias reales o inventadas por el enemigo, los que conocieron a Piñeiro siempre destacaron su fina vocación como educador. Para Barbarroja transmitir su experiencia política y profesional constituía un arte. En los primeros años del triunfo revolucionario las responsabilidades que asumían los jóvenes de su equipo de trabajo desbordaban su experiencia y madurez. Ese déficit era llenado por Piñeiro, transmitiendo su veteranía en métodos clandestinos o predicando las ideas de Fidel, del cual era su mejor discípulo.
Piñeiro abogaba que sus subordinados estuvieran siempre presentes en las reuniones de los dirigentes latinoamericanos con Fidel, con el propósito de que conocieran directamente sus ideas. Y para ello nada mejor que escuchar de forma directa los relatos sobre sus experiencias en la Cuba republicana, las relaciones entre las organizaciones políticas de entonces, los principios y ética revolucionaria en la lucha clandestina y guerrillera, sus vínculos con las organizaciones de masas, la estrategia y táctica que derrotó al Ejército de la dictadura, la enfermiza obsesión de EU contra la independencia de Cuba, así como el audaz ingenio y los riesgos a correr para hacer avanzar la revolución, con una estrategia contra el enemigo de unidad política y ataque-contraataque, tanto nacional como internacional.
Algunos meses antes del accidente que le costó la vida, Piñeiro promovía un autorizado proyecto histórico, para que sus subordinados escribieran las memorias sobre la ayuda internacionalista al movimiento revolucionario y de liberación nacional de América Latina y Africa, así como las relaciones con partidos y organizaciones revolucionarias que habían atendido desde la década de los 60, para que la dirección del PCC dejara ese legado a las nuevas generaciones.
Desafortunadamente la inesperada muerte impidió consumar su iniciativa, llevando a la tumba valiosos secretos, pues mientras las relaciones con partidos y organizaciones revolucionarias estaban rigurosamente compartimentadas, sólo Piñeiro conocía de conjunto la historia de esas cuatro décadas de Inteligencia política y solidaridad con el movimiento revolucionario.
El comandante Piñeiro no sólo dejó su histórica impronta como mambí cubano del siglo XX, sino que marcó con su ejemplar austeridad, discreción, disciplina y lealtad a Fidel, el camino a seguir. Las fluidas relaciones con líderes revolucionarios y personalidades políticas de todas las ideologías y regiones del mundo, incluyendo al Papa, Juan Pablo II, fueron prueba de la admiración y respeto de amigos, adversarios y enemigos, con los cuales nunca evadió el diálogo político.