Internacional

Pedro Díaz Arcia

 

“Mi administración ha tomado la acción más agresiva en la historia moderna para controlar nuestras fronteras y proteger a los estadounidenses del coronavirus”, afirmó el presidente Donald Trump ante la Conferencia anual de Acción Política Conservadora (CPAC), realizada el 29 de febrero en Maryland, Estados Unidos.

“Ordené amplias restricciones de viaje para prevenir la propagación incontrolada de esta enfermedad y fui muy criticado por eso ya que lo hice muy temprano”, dijo, y agregó que lo llamaron racista por imponer las medidas. Para agregar ante el foro: “Y esa decisión ahora ha dado muy buenas calificaciones, como un A-más”.

El tema central de la convención conservadora más grande en el país, fue “Estados Unidos vs. Socialismo”, ante los temores de la campaña del senador demócrata, Bernie Sanders, hoy en un grado de declive. El cónclave se convirtió en un podio para promover la reelección del mandatario republicano. Mientras el vicepresidente Mike Pence, a quien Trump había nombrado tres días antes al frente de un grupo sobre coronavirus en la Casa Blanca, no perdió la ocasión para lanzarse sobre su pedazo de torta y dijo que “No será suficiente ganar las próximas elecciones. Tenemos que ganar la próxima generación”.

El gobernante recurrió a su habitual retórica del miedo ante la posibilidad de un triunfo demócrata en noviembre. “Ellos quieren quitarles su dinero, sus opciones, su libertad de expresión, sus armas, su religión, su historia, su futuro y, en definitiva, su libertad. Pero nunca les dejaremos hacerlo”, afirmó.

En fin, un rosario de noticias falsas para sumar a su extenso expediente, cuando la propagación del coronavirus sigue una acelerada espiral en medio de medidas de última urgencia y una gran tensión. Más de 70 millones de estadounidenses recibieron la orden de “quedarse en casa”: en Nueva York, epicentro del virus en el país, California, Illinois y Connecticut; además, de ordenar el cierre de negocios no esenciales en sus estados.

Entretanto, los cálculos totales del costo de la pandemia para Estados Unidos son “asombrosos”. La empresa de fondos de cobertura Bridgewater Associates estima que la economía se contraerá en los próximos tres meses a una tasa anual del 30%; en tanto Goldman Sachs la fija en un 24%. El deterioro ha obligado a la Reserva Federal acudir, como es habitual, a la “maquinita de hacer dinero” para paliar los grandes desafíos y tratar de calmar las aguas en un complicadísimo año electoral.

¡Qué paradoja! Un imperio donde el dinero habla más fuerte que los principios y el de un pequeño país en el que los principios priman sobre el dinero.

Cuando cientos de médicos y enfermeros cubanos se encuentran en varios países de América Latina enfrentando la pandemia del coronavirus y una brigada sanitaria arribó el domingo a la región de Lombardía, para prestar ayuda de emergencia en el principal foco infeccioso que desbordó las capacidades del sistema de salud en la región italiana; entre otros actos de desinteresado altruismo.

En estas circunstancias, Estados Unidos persigue con saña a quienes comercian con Cuba mediante un criminal bloqueo para colapsar la economía e intentar derrocar su sistema político. Pero a pesar de los pesares, la isla mantiene presencia médica en más de 60 países, como una muestra reiterada de una riesgosa solidaridad por parte de sus hijos, que no vacilan a la hora de encarar peligros para proteger vidas ajenas.

Nadie podrá arrebatarnos el sueño mayor, el de un país digno, libre y soberano: porque “Patria es humanidad” y “Pueblo que se somete, perece”.