Internacional

EE. UU. reafirma su agarre sobre la OEA

Manuel E. Yepe

En un resultado que no sorprendió a nadie, el títere de EEUU Luis Almagro fue reelegido como Secretario General de la OEA (Organización de Estados Americanos) para los próximos 5 años. Almagro dirigirá la organización multilateral más antigua del mundo, de la que ha sido el más inconsistente y falto de ética Secretario General en su historia reciente.

Dentro de la OEA había un amplio cuestionamiento de su administración, pero él tuvo en el gobierno de EEUU –su principal patrocinador financiero– un apoyo decisivo para ser electo.

Como Secretario General, Luis Almagro se ha destacado por su invocación apasionada a los principios de la democracia, sus citas de la Convención Americana de Derechos Humanos, la Carta Democrática y la Convención Interamericana contra la Corrupción. Pero sus acciones contradicen flagrantemente tal retórica.

Por su vanidad y su obsesión por los recursos de la política virtual, recuerda al dictador estadounidense Donald Trump. El afán de poder de Almagro lo llevó al liderazgo de la OEA. En 2015, se lanzó a una contienda que estaba marcada por la primera etapa del conflicto abierto entre los Estados Unidos y Venezuela, y el optimismo internacional derivado de la reanudación de los contactos diplomáticos entre Washington y La Habana. Se presentó como único candidato capaz de trascender las diferencias políticas e ideológicas entre los miembros de la organización.

Almagro gozaba de una reputación y prestigio internacional por haber sido ministro de Relaciones Exteriores del presidente uruguayo de izquierda José Mujica, lo que le propició, con la complicidad de EEUU, un ascenso oportunista a su posición actual.

Almagro declaró en su discurso inaugural el 26 de mayo de 2015 que no le interesaba ser el administrador de la crisis de la OEA, sino el facilitador de su renovación. Su predecesor como Secretario General, José Miguel Insulza, había preparado a la OEA para amplias reformas que él llamó “la visión estratégica”, la misma que Almagro detuvo tan pronto reemplazó a Insulza.

En varios momentos de su campaña dijo que para recuperar la credibilidad de la OEA renunciaría antes de la campaña electoral de 2020 porque era saludable renovar la organización cada cinco años, con nuevas perspectivas y nuevas dinámicas. Ahora, sin embargo, vemos a Almagro entrando en su segundo mandato como Secretario General.

La gestión de Almagro ha agravado la larga crisis institucional de la organización cuyo presupuesto no ha aumentado y, por el contrario, sigue dependiendo de las contribuciones de Estados Unidos.

Con la esperanza de garantizar la independencia de la OEA, los Estados miembros propusieron cuotas de contribuciones. Pero Almagro evitó el tema de la independencia que ya hoy no se discute dentro de la organización. Esto es en buena parte consecuencia de su obsesión por avanzar un cambio de régimen en Venezuela.

La OEA tiene un complejo sistema normativo desde su carta fundacional hasta las declaraciones, convenciones y decisiones de las cumbres presidenciales, así como sistemas que garantizan la protección de los derechos a través de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Pero bajo Almagro, estos esfuerzos han sido superados por su enfoque en los asuntos políticos.

La obsesión de Almagro por Venezuela divide a la OEA y viola su carta, mientras que sus intervenciones en la política interna de los países miembros de la OEA han revertido completamente los pocos avances diplomáticos en la resolución de controversias habidos, profundizando la división del continente.

Bajo el liderazgo de Almagro en la OEA, Latinoamérica se ha polarizado en torno al tema de Venezuela. Estrategias unilaterales de la organización y acciones del Secretario General han fracasado colosalmente. La confrontación y la polarización han roto la confianza de las partes hacia la OEA, la confianza entre ellas y han disuelto importantes espacios de diálogo.

En escandalosa violación de su mandato diplomático, Almagro amenazó con una intervención militar para derrocar al gobierno del presidente venezolano Nicolás Maduro en septiembre de 2018. Su posición representaba una violación explícita de la carta de la OEA y de la razón de ser de la organización Su obsesión contra Venezuela ha distraído a la organización de abordar las amenazas compartidas de la región. Es evidente que la estrategia seguida hasta la fecha y el papel hiperconfrontativo de Almagro no han contribuido a resolver la crisis política en Venezuela. Su reelección seguramente exacerbará la situación en el país, donde un sector de la oposición ya ha entablado un diálogo con el gobierno con estricta oposición de Washington.

La obsesión de Almagro por el cambio de régimen en Caracas impidió que la OEA adoptara una posición firme en defensa de los migrantes, a pesar de las miles de muertes y violaciones de los derechos humanos contra ellos.

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