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Fábricas de periódicos

Zheger Hay Harb

Los medios de comunicación en Colombia han pasado a ser propiedad de empresarios y banqueros que los han convertido en una simple fábrica para producir diarios y revistas sin compromiso con el deber de informar.

Veamos lo que ha ocurrido con los más importantes del país:

El periódico El Tiempo, el de mayor circulación, se había mantenido desde su fundación en los años cuarenta del siglo pasado como propiedad de los herederos del presidente de la República Eduardo Santos; la presidencia, dirección editorial y demás cargos decisivos del periódico fueron ejercidos por miembros de esa familia que tenían el periodismo como profesión y compromiso, con una posición liberal en cuanto al ideario aunque siempre alineados con el gobierno de turno. Por eso en las manifestaciones estudiantiles de los años 60 y 70 el grito era unánime al pasar frente a las instalaciones del diario en una de las esquinas más famosas de Bogotá: ahí están, esos son, los que venden la nación.

Era noticioso y guardaba siempre, pese a su posición gobiernista, un equilibrio respetable en la información. En marzo de 2012 se conoció la noticia de que Luis Carlos Sarmiento Angulo, un banquero y empresario, compró el 88% de las acciones de ese periódico y, pese a las críticas que siempre se le habían hecho, hubo la sensación general de que una era de las comunicaciones en el país había llegado a su fin. Los dos codirectores del periódico, ambos de la familia Santos, uno de ellos considerado entre los mejores periodistas del país, se retiraron en edades productivas, como si se hubieran cansado.

Esa venta no puede explicarse sólo por motivos económicos, ya el periódico era parte de un pool de empresas muy vigorosas de televisión y prensa. Desde luego los dueños tenían libertad para venderlo pero hubiera sido deseable que el comprador no fuera alguien tan caracterizado como miembro de la oligarquía más voraz y totalmente alejado del periodismo.

Más tarde nos enteraríamos de las alianzas non sanctas del banquero con Odebrecht y de los contratos que recibe del Estado a cambio de su apoyo a campañas presidenciales, además de la retribución en gabelas tributarias y flexibilidad para contratar a sus empleados como en cualquier otra de sus empresas.

Por eso de los escándalos de Odebrecht tuvimos que enterarnos por la prensa internacional y los medios y columnistas independientes que afortunadamente sobreviven; el nido de corrupción que involucra al actual presidente del país y su mentor Alvaro Uribe con un mafioso apodado El Ñeñe, que al parecer pagó la compra de votos que llevaron a Duque a la presidencia fue completamente silenciado por este periódico. Luego vino el coronavirus y, como siempre ocurre, la tragedia opacó el escándalo. Ahora El Tiempo destaca que su propietario “donó” ochenta y dos mil millones de pesos pero oculta que en la reforma tributaria y la flexibilización laboral el Estado le regaló más del doble y que en sus bancos el costo de intermediación se duplicó durante la epidemia.

Por su parte, la revista Semana que había fundado el ex presidente Lleras Camargo en los años 40 del siglo pasado y que desde hacía 38 era propiedad de Felipe, hijo del ex presidente Alfonso López Michelsen, fue comprada por el banquero y empresario inmobiliario Jaime Gilinski y ya empiezan a verse los frutos: han ido despidiendo a los columnistas independientes que han sido reemplazados por otros de orientación de derecha gobiernista. Despidió de mala manera al director y la editora de la revista Arcadia, de esa misma casa, por la denuncia que hizo de la manipulación de la memoria por el actual gobierno. Se ha formado un gran movimiento de rechazo a la revista, antes considerada un medio liberal independiente y son muchos los anuncios de personas que han decidido cancelar su suscripción. Dejó de ser un medio de comunicación para convertirse en una empresa más de este pulpo involucrado en el escándalo de lavado de dinero conocido como Panama Papers. Ya no es un medio comprometido con la información, es una fábrica más como cualquier otra de ese grupo empresarial, sólo que en vez de casas o jabones produce papel impreso.

Al parecer por presiones de los Gilinski al Canal Uno de televisión le fue cancelado el espacio a Noticias Uno, un noticiero independiente, molesto por sus denuncias de corrupción. Un movimiento ciudadano de miles de pequeños aportes ha logrado mantener este medio alojado en otro canal.

En cuanto al periódico El Espectador, cuyo fundador y dueño, Guillermo Cano, fue asesinado por Pablo Escobar como venganza por sus denuncias, pasó a ser propiedad del grupo Santodomingo, uno de los más grandes del país. El hecho de que estos nuevos dueños tengan cercanía con la cultura y de que hayan mantenido en la dirección del periódico a un hijo del inmolado director, también periodista, respetando su línea editorial, ha permitido que el diario mantenga una postura digna y que albergue a varios de los mejores columnistas de este país, independientes y críticos. Es el único de los grandes medios que conserva su herencia.

Desde luego que un medio de comunicación debe producir réditos económicos a sus dueños; el que sean dignos e independientes no tiene por qué significar que deban mantenerse al borde de la mendicidad; de hecho El Tiempo y Semana eran propiedad de periodistas miembros de la oligarquía; pero lo que los define es su compromiso con la verdad, con el deber de informar, el fin que se propongan y que no puede ser otro que la fidelidad a la información objetiva, manteniendo una distancia frente al poder que les permita reivindicar su oficio con dignidad.

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