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Alfredo García

El 7 de diciembre de 1941, mientras Estados Unidos sostenía negociaciones bilaterales con Japón, un ataque sorpresivo de la Armada Imperial Japonesa contra la base naval norteamericana en Pearl Harbor, Hawái, dejó un saldo de 2,403 muertos y 1,178 heridos, y grandes pérdidas de naves navales y aéreas. El artero ataque conmocionó profundamente al pueblo norteamericano. El presidente, Franklin D. Roosevelt, calificó la agresión como: “una fecha que vivirá en la infamia”.

Debido a que el ataque se llevó a cabo sin una declaración de guerra previa y sin ningún aviso explícito, el inesperado ataque a Pearl Harbor fue juzgado en los Juicios de Tokio como un “crimen de guerra”.

Veinte años después, el 15 de abril de 1961, el presidente John F. Kennedy compitió con el Imperio Japonés. Ocho aviones A-26 con bandera cubana en el fuselaje procedentes de EE.UU., inesperadamente bombardearon los aeropuertos militares de Ciudad Libertad y San Antonio de los Baños, ambos en La Habana, y el aeropuerto internacional, Antonio Maceo, en la oriental provincia de Santiago de Cuba, con un saldo total de 12 aviones destruidos y 7 víctimas mortales.

Esa misma mañana, un piloto exilado cubano aterrizó su A-26 en la base aeronaval de Cayo Hueso, Estados Unidos, procedente de Nicaragua, y se presentó como “desertor” de la Fuerza Aérea Cubana, declarándose “autor” junto a otros pilotos cubanos, de los ataques a los aeropuertos en Cuba, alegando formar parte de un grupo militar rebelde cuyo objetivo era el derrocamiento del gobierno de Fidel Castro.

En la ONU el entonces canciller cubano Raúl Roa acuso formalmente al gobierno de EE.UU. por los bombardeos y de organizar una inminente invasión contra Cuba. El embajador norteamericano, Adlai Stevenson, rechazó las acusaciones y sostuvo que los aviones atacantes eran en realidad “pilotos cubanos sublevados contra Castro”. Al día siguiente, se produjo la invasión contrarrevolucionaria organizado por la CIA en las playas de Girón (Bahía de Cochinos) al Sur de Cuba.

Pocas horas después, la derrota relámpago de los invasores por las fuerzas revolucionarias que siguió la falaz agresión aérea puso al descubierto el engaño del gobierno norteamericano a la ONU y la evidente violación de la ley internacional. La batalla terrestre que duró 66 horas, dejó un saldo de 118 muertos, 380 heridos y 1,202 prisioneros por parte de los invasores y 176 muertos y 500 heridos entre las fuerzas revolucionarias.

En un juicio colectivo en La Habana, transmitido en vivo por televisión, los invasores fueron juzgados y condenados a 30 años de trabajos forzados. La brigada de contrarrevolucionarios cubanos incluía 110 latifundistas, 24 grandes propietarios, 67 casatenientes, 112 grandes comerciantes, 194 ex militares y esbirros, 179 acomodados, 55 magnates industriales, 112 lumpens, 236 empleados fijos, 82 altos empleados y 200 socios de clubes aristocráticos. Tras negociaciones entre los gobiernos de Cuba y EE.UU., la sentencia fue eximida a cambio de una indemnización de 53 millones de dólares en tractores, medicinas y alimentos para niños, productos impedidos de su compra en EE.UU. por el bloqueo comercial.

El 29 de diciembre de 1962, los ex prisioneros invasores regresaron a Estados Unidos y fueron recibidos y homenajeados en Miami, Florida, por el presidente, John F. Kennedy. Para Cuba no hubo disculpas.

Después de seis décadas, las heridas de la invasión de Girón siguen abiertas. El sangriento suceso mantiene divido a los cubanos, únicas víctimas, sin que la responsabilidad del gobierno norteamericano demostrada por la desclasificación de documentos secretos de la CIA, haya servido para que los cubanos de ambas orillas examinen con imparcialidad el cruento hecho, para construir puentes de reconciliación.

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