Pelayo Terry Cuervo
Cuba está desde hace muchos años en una compleja etapa de su dinámica demográfica, marcada por el decrecimiento de la población, los bajos niveles de fecundidad y el envejecimiento poblacional, debido al incremento sostenido de la esperanza de vida.
Por tanto, el país llegó al enfrentamiento a la pandemia del nuevo coronavirus con un alto por ciento de adultos mayores.
El presidente Miguel Díaz-Canel encabezó la víspera una reunión donde se analizó la dinámica demográfica de la nación y el cumplimiento del programa de atención a este importante asunto.
Entre los principales temas abordados estuvo el de la ancianidad. De acuerdo con datos revelados en el encuentro, el pasado año el número de cubanos con 60 años o más llegó al 20.8% de la población; cifra que para el 2020 se estima en un 21.2%.
Esta ha sido siempre una de las prioridades del Estado, pero ahora, en medio de la epidemia y los reiterados llamados al aislamiento social y a quedarse en casa, las autoridades aprobaron medidas especiales para este segmento de la ciudadanía, tomando en consideración la alerta de expertos y científicos acerca de las mayores vulnerabilidades de los ancianos y su propensión a enfermar de manera más acelerada.
La inmensa mayoría de los 58 decesos reportados hasta ayer en el país debido al COVID-19 son personas de más de 60 años, por lo tanto, siempre será poco lo que se haga en favor de ellos.
Entre las tantas decisiones aplicadas resaltan las experiencias que facilitan el acceso a alimentos, medicamentos y otros servicios esenciales a esas personas, sin salir de sus hogares.
Se ha extendido la venta de módulos alimenticios destinados únicamente a quienes tienen más de 65 años, continúa la distribución prioritaria de las gotas homeopáticas Prevengho-Vir como medicamento preventivo y se han restablecido prácticas de atención mediante los trabajadores sociales.
De tal manera, los ancianos que viven solos no salen de sus hogares, y desde la comunidad, con el apoyo de organizaciones barriales, reciben el apoyo en las puertas de sus casas, en correspondencia con la decisión de impedirles hacer colas en panaderías, comercios, mercados agropecuarios o en las tiendas recaudadoras de divisas.
A ello se suma la práctica de muchas familias mudadas hacia los espacios de sus progenitores, mientras otras se las ingenian para garantizarles el debido cuidado sin dejar de cumplir con sus labores habituales, sobre todo quienes no han detenido su quehacer laboral en medio de la pandemia.
Pero este “encierro hogareño forzado” para los de más edad no ha sido tampoco un régimen de estricto confinamiento, pues hay experiencias de aporte de muchos de ellos a la lucha contra la pandemia.
En barrios y comunidades se multiplican las abuelas sentadas frente a viejas pero provechosas máquinas de coser, elaborando mascarillas protectoras, habituales ya en el paisaje cotidiano de la isla.
Otros son la retaguardia para el cuidado de hijos y nietos de médicos, enfermeras, agentes del orden, trabajadores de industrias, comercios, bancos, transportistas, en fin, de todos aquellos que no pueden quedarse en casa porque su labor es imprescindible en esta carrera contra el tiempo.
Cada mañana, cuando las autoridades del Ministerio de Salud informan la evolución de la enfermedad en el país, no dejan de hacer referencia a los abuelos de casa y los cuidados hacia ellos. Otra señal más de que siguen siendo prioridad.