Internacional

Pedro Díaz Arcia

Como se conoce, el inquilino de la Casa Blanca fue advertido sobre la inminente irrupción en el país del nuevo coronavirus. El secretario de Sanidad y Servicios Unidos, el estadounidense Alex Azar, le informó directamente del riesgo el 18 de enero durante una reunión en su mansión de Mar-a-Lago, Florida; el 30 de enero le advirtió nuevamente sobre el peligro de una pandemia, pero el gobernante le dijo que estaba siendo “alarmista”, según The New York Times. Pero no sería hasta el 13 de marzo que el gobernante declarara la emergencia nacional y recomendaciones para el distanciamiento social.

Azar había sido impuesto por el epidemiólogo Robert Redfield, un crítico de Donald Trump, director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC), quien lo alertó cuando el virus no había traspasado las fronteras de China.

Pero ojo con el ministro Azar, que antes de ser nombrado por el magnate en 2017, era un lobista farmacéutico: Presidente de Lilly USA, LLC, la mayor división de Eil Lilly and Company, siendo el responsable de todas las operaciones de la empresa en Estados Unidos. Los precios de los medicamentos se dispararon bajo su liderazgo. Negocio completo, el manejo de influencias sin pudor.

A propósito, en una conversación telefónica con Los Angeles Times, Rick Bright, un doctor en inmunología, quien se ocupaba de supervisar el desarrollo de medicamentos y vacunas en el Departamento Federal de Salud y Servicios Humanos, dijo que fue presionado por funcionarios gubernamentales para que apoyara el uso de medicamentos para la malaria promovidos por Trump como un tratamiento para el virus, ante su alarma por los riesgos que representaba para la salud, lo relevaron del cargo.

Al participar ayer ante la Comisión de Salud, Educación, Trabajo y Pensiones del Senado, Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, dijo que ante un levantamiento prematuro del confinamiento las consecuencias “podrían ser muy serias; y advirtió que las cifras son superiores a las ofrecidas. También participaron en forma virtual o con presencia en el hemiciclo: los doctores Robert Redfield y Stephen Hahn y Brett Giroir, sub secretario de Salud. Resulta llamativo que tengan prohibido comparecer ante la Cámara de Representantes.

Las expectativas se encuentran hoy concentradas básicamente en el tránsito hacia una relativa “normalidad” que no se parecerá a la de las vísperas. El mayor problema radica no sólo en cómo y en qué gradación se realizará una transición a la búsqueda de una solución que se debate entre alternativas a conciliar; sino en la secuela de una naturaleza multifacética que nos dejará, sin irse del todo, la crisis sanitaria; y las alteraciones que provocará en el regreso a una realidad incierta que debemos enfrentar.

De pasar factura a las gobernanzas que han actuado con ligereza, como “quien pasa el plumero sin que las vean”, se ocuparán los pueblos a la hora de ir a las urnas. Estados Unidos, el país más rico y poderoso del planeta: ha sido también el más desprotegido.

Un enorme panel, colocado en un rascacielos de Times Square, Manhattan, lleva el conteo de las víctimas fatales de la pandemia que azota la nación. Se trata del “Trump death clock” (“El reloj de la muerte de Trump”), que atribuye al mandatario el 60% de los que fallecen por el nuevo coronavirus.

El autor, el cineasta estadounidense Eugene Jarecki, se inspiró en el “Reloj de la Deuda Nacional”, que registra en otro edificio los adeudos, arrastrados por los estadounidenses desde que nacen y que son los más altos del mundo.

El también escritor y poeta, dijo en un artículo para el diario The Washington Post, que se trata de un símbolo que “pide a gritos” el fin de la impunidad y “un liderazgo receptivo y responsable”.

Triste: ambos relojes ofrecen cifras de luto y de vergüenza.