Internacional

Jorge Gómez Barata

Al avanzar en el control de la COVID-19 y por necesidades perentorias, muchos países que establecieron el aislamiento social y limitaron al mínimo la actividad económica, estudian o ponen en práctica alternativas para el retorno a la normalidad. En la mayoría de los casos se trata de una especie de “riesgo informado”. En trascendidos de prensa, algunos gobiernos son tildados de “irresponsables”, porque hacen prevalecer el interés de empresarios y negociantes sobre la salud del pueblo.

De lo que en realidad se trata es de que el funcionamiento de las sociedades modernas se basa en grandes encadenamientos cuyo eje es la actividad económica, especialmente la del sector productivo y de servicios de todo tipo. Excepto gasolina y algunos otros productos, en aislamiento social o cuarentena, las personas consumen lo mismo que en situaciones normales y, en algunos casos, más. El esquema:

producción-elaboración-distribución-consumo, es un mecanismo no solo de bienestar, sino de supervivencia.

Con estos propósitos existen redes que como el abasto mayorista y el comercio al detalle se han formado a lo largo de siglos y que, difícilmente puedan ser sustituidas por mecanismo eventuales como las ventas a domicilio, las comidas para llevar, comercios móviles, mercados digitales y otras modalidades eventuales que funcionan para pequeños grupos o períodos cortos pero que resultan insostenibles, especialmente, en las grandes urbes y períodos dilatados.

A las complejidades se añade que las familias en aislamiento consumen tanto o más que en tiempos normales, aunque ganan menos. Los trabajadores suelen recibir solo parte de sus salarios, algunos no perciben nada y en los países donde existen los seguros de desempleo y las prestaciones de seguridad social, aportan solo una parte del dinero necesario. Allí donde el crédito no funciona o lo hace deficientemente, ni siquiera existe la posibilidad de endeudarse. De hecho, el paulatino y controlado retorno a la normalidad económica y social es una emergencia dentro de otra.

Para Cuba, que vive una precariedad económica inducida, sobre todo por el bloqueo de los Estados Unidos que afecta el desempeño en todas las

áreas: producción, comercio exterior, servicios de todo tipo, finanzas en particular el acceso a las fuentes crediticias, adquisición de equipos y transferencias tecnológicas y dificulta la inversión extranjera, la dinamización de la economía interna es una urgencia, incompatible con el aislamiento social.

Al imponerse el aislamiento social y paralizarse el transporte aéreo, Cuba perdió automáticamente los ingresos por concepto de turismo, exportaciones de tabacos y rones y reducción de remesas familiares y otros. Solo en esos ítems, las pérdidas son multimillonarias. A ello se suma el aumento de los gastos gubernamentales y la reducción de ingresos fiscales. Debido al carácter global de la pandemia, la Isla es afectada por el desplome de los precios de las exportaciones, por ejemplo, níquel y el encarecimiento de sus importaciones, particularmente, los alimentos.

Entre las consecuencias económicas más visibles, figura la paralización de la actividad de la mayoría de los trabajadores por cuenta propia y los pequeños negocios a los cuales se vinculaban cientos de miles de personas que deberían formar parte de la reanimación de la economía, para lo cual el estado debe crear condiciones, entre otras, la instalación de mercados mayoristas.

Afortunadamente, los éxitos en el enfrentamiento a la pandemia, permiten a la dirección cubana preparar opciones de salida de una crisis sanitaria para enfrentar otra de carácter económico. Para el primer caso, el presidente ha contado con un sector con altos niveles de integración, un excelente equipo de profesionales avanzados, especialmente médicos, científicos y directivos y un eficaz instrumento constituido por el sistema nacional de salud y ninguna oposición.

En la economía urgida de una reforma no ocurre lo mismo. La reforma que, desde hace diez años, desde los cargos de primer secretario del Partido y presidente, impulsa el general de ejército Raúl Castro, han contribuido a desempolvar el pensamiento económico que, no obstante, en términos teóricos, permanece uncido a enfoques trascendidos y es rehén de dogmas y prejuicios.

No obstante, usando las fortalezas del sistema, como es la enorme influencia del estado en el diseño de las políticas económicas y la administración de la economía, la cohesión social que aún es suficientemente sólida y la capacidad de convocatoria del liderazgo nacional, el presidente puede conducir un proceso de relanzamiento económico que será viable en la medida que convoque a la nación, incluyendo a miles de emprendedores a los que la Revolución y la Constitución reconoce el derecho a ejercitar plenamente la iniciativa económica y esperan su oportunidad.

En la recuperación y más allá de ese horizonte, el sector estatal de la economía es lo fundamental, pero el estado solo no puede.