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Internacional

Pesimismo informado

Jorge Gómez Barata

La II Guerra Mundial fue como un parteaguas para la economía y las relaciones internacionales, entre otras cosas, porque abarcó un período histórico (1939-1945) suficientemente dilatado como para permitir la maduración de las premisas y las gestiones para cambios históricos, permitió el despliegue de las fuerzas que lo llevarían a cabo y dio tiempo para diseñar la arquitectura del nuevo orden internacional.

A diferencia de lo ocurrido entonces, la COVID-19 carece de potencial para provocar cambios sustanciales en la economía mundial y en las relaciones internacionales, incluso al interior de los países, porque se despliega en un breve período (no más de un año) y por la falta de competencia y de cohesión del liderazgo mundial para tareas de envergadura global.

El mundo que emergió de la II Guerra Mundial fue completamente distinto del anterior porque ante el peligro mortal e inminente del fascismo, se gestó una alianza entre las superpotencias de entonces y se construyó un consenso no ideológico, sino pragmático que permitió levantar una arquitectura capaz de sustentar los trascendentales cambios que tuvieron lugar y que, no obstante criterios que, a pesar de las divergencias al respecto, me parecen que fueron para mejor.

A pesar de la muerte de Roosevelt, la Guerra Fría, el alejamiento de Churchill del poder y la limitada capacidad de Stalin para enfocarse en una estrategia política innovadora, conducidos por los Estados Unidos que emergió de la guerra económica y financieramente fortalecido y con un poderío tecnológico y militar decisivo, incluido el monopolio nuclear, se realizaron cambios que sustentaron una era de prosperidad económica y de consolidación de la democracia la cual, debido al atraso político, América Latina no aprovechó.

El “cambio de época” comenzó cuando espantado por la ferocidad de la Primera Guerra Mundial, el presidente Woodrow Wilson envió más de dos millones de efectivos hacia aquel teatro de operaciones de los cuales 350,000 fueron bajas, de ellas 130,000 muertos, introdujo los 14 puntos que presuntamente pondrían fin a todas las guerras, al menos en esa escala y que permitieron crear la Sociedad de Naciones, un buen proyecto que fracasó al no poder impedir la II Guerra Mundial.

No obstante, en 1941 antes de involucrarse en la II Guerra Mundial, F.D. Roosevelt, redactó la Carta del Atlántico en cuyo texto impuso a Churchill, que era un colonialista de la vieja escuela, las premisas para la construcción de nuevas relaciones internacionales en la posguerra, con un contenido progresista que permitió a la Unión Soviética sumarse a la coalición aliada.

De ese modo, mientras se combatía en todos los continentes, excepto, en América, mediante siete conferencias de alto nivel efectuadas entre

1941 y 1945 en Moscú, Teherán, Washington, Potsdam, Yalta, Chapultepec y San Francisco, se forjó un consenso entre las superpotencias de entonces, que permitió avanzar en el diseño de la ONU cuya Carta es todavía el más importante documento político de la era moderna. En ese proceso se gestó la voluntad para la descolonización afroasiática.

Cuando la victoria sobre el fascismo era inminente, en 1944 con 44 países (20 latinoamericanos) se efectuó la Conferencia de Bretton Woods que permitió avanzar en la instalación de un nuevo orden económico, comercial y financiero internacional. De allí surgieron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y el GATT. El consenso dio lugar también a la OEA y el BID. El proceso fue complementado por el Plan Marshall y la reincorporación de Alemania y Japón.

Ninguno de aquellos elementos está presente hoy, porque Estados Unidos, que pudo sacar ventajas del colapso soviético para reforzar sus posiciones de liderazgo mundial, desaprovechó sus oportunidades y su actual dirigencia está incapacitada para gestionar la reorientación mundial que requeriría de un poderoso escenógrafo que no existe.

La pandemia que en lo que resta del año puede llegar a 20 millones de enfermos, un millón de fallecidos y ocasionar pérdidas a la economía mundial por 20 billones de dólares, dejará una enorme zaga de pobreza y dolor y, obviamente, nada positivo.

El mundo no cambiará porque para que ello ocurra tendría que haber líderes que quisieran cambiarlo. Una hoja de ruta y una meta. Nada de eso existe a escala global y no se percibe la existencia de países listos para entronizar innovaciones trascendentales. Mi posición al respecto es la de un “pesimismo informado”.

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