Alfredo García En torno a la noticia
El pasado sábado el presidente, Donald Trump, reinició con el “pie izquierdo” su campaña de reelección en el estadio Bok Center de la ciudad de Tulsa, Oklahoma, Estado petrolero y republicano, donde Trump ganó por más de 30 puntos porcentuales en 2016.
En medio de las protestas nacionales tras la muerte del afroamericano, George Floyd, a manos de un policía blanco de Minneapolis, Trump programó el mitin como un “gesto de respeto por el “Juneteenth”, que cada 19 de junio conmemora el inicio de la abolición de la esclavitud en el Estado de Texas hace más de siglo y medio, extendida después a todos los afroamericanos esclavizados. Sin embargo fue a partir de entonces que la sufrida comunidad afroamericana, inició el largo calvario de discriminación que llega hasta nuestros días. Personalidades blancas y afroamericanos, rogaron a Trump que cambiara la fecha. Por esa razón, el evento tuvo lugar el sábado y no el viernes.
No se conoce si por ignorancia o por hacer un giño a su base más fanática, Trump escogió el lugar. Tulsa es notoria por haber sido escenario del mayor linchamiento masivo de afroamericanos en EE.UU. El 31 de mayo y 1 de junio de 1921, una multitud de residentes blancos atacaron a afroamericanos del distrito de Greenwood, saqueando e incendiando a más de 35 manzanas con un saldo de 1,200 edificios destruidos, 300 afroamericanos muertos, más de 800 heridos y 6 mil detenidos sin cargos durante más de una semana. La masacre se registra como “el peor incidente de violencia racial en la historia de Estados Unidos”.
Casi un siglo después el 8 de noviembre de 2016 y contra todo pronóstico, fue elegido presidente de EE.UU., el candidato republicano, Donald Trump, sin experiencia política o mérito militar. Procedente de un sector oligárquico ultraderechista, Trump se presentó como “un político al margen de la política”, prometiendo devolver a Estados Unidos su grandeza, cautivando con su excentricismo a gran parte de la población frustrada y cansada de la rutina de la clase política bipartidista, así como cierto resentimiento racial hacia el primer presidente afroamericano elegido. A una hábil estrategia publicitaria a través de internet y redes sociales, se atribuye el triunfo electoral de Trump, a pesar de obtener 2,8 millones de votos menos que su rival demócrata, Hillary Clinton.
Sin embargo el favorable impacto de la interacción entre el marketing político y los electores en su primera campaña, no parece tener el mismo efecto en esta segunda ocasión, después de la errática política interna y exterior de su mandato. Tras anunciar el reinicio de la cruzada electoral, con más de un millón de entradas vendidas, Trump tuvo que conformarse con un estadio semi vació y completa ausencia de miles de personas en las afueras, que se suponía no podrían entrar al coliseo. El jefe del equipo electoral, Brad Parscale, culpó a los opositores del presidente por la poca asistencia al mitin, al infundir “miedo” con el coronavirus.
A pesar del fracaso de público, Trump mantuvo en el discurso su populismo histriónico, evitando el debate nacional sobre el racismo, con anécdotas personales jocosas, burlándose de China, criticando la violencia de “extrema izquierda” en las manifestaciones antiraciales a los que había calificado de “anarquistas, agitadores y saqueadores” y advirtiendo sobre las “facultades mentales disminuidas” de su rival demócrata, Joe Biden.
Trump recupera su condición de advenedizo. La segunda campaña de Trump, no es igual a la primera. Si en 2016 su atípico estilo “showman” resultó una novedad, en 2020 esa peculiaridad sufre un irreversible desgaste, agravado por los “trapos sucios” que revela el escandaloso libro de su ex asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, la inesperada recesión económica y desempleo por la pandemia del coronavirus y la incertidumbre por los desacuerdos con socios y adversarios en el campo internacional.