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TIJUANA, Baja California, 5 de octubre.- El terror se apoderó de Tijuana durante prácticamente toda la década de los noventas debido a la consolidación de uno de los cárteles de la droga más sanguinario, el de los hermanos Arellano Félix.

En pleno 2019 la ciudad se recupera poco a poco, viviendo aún los estragos de una de las líneas de acción del cártel: la adicción a las drogas, promovida abiertamente entre los jóvenes de aquel entonces.

Descabellada, en muchos sentidos, pero generadora de grandes ingresos, la idea de hacer adictos a los jóvenes tijuanenses de inicios de los noventas les funcionó sobremanera a los Arellano quienes, gracias a ella, generaron una fortuna.

Para llegar a tal fin, los hermanos organizaban escandalosas fiestas a las que invitaban a los hijos de las familias pudientes de Tijuana a los que regalaban dosis de cocaína, marihuana o heroína para engancharlos y después, incluso, invitarlos a vender en sus escuelas o centros de trabajo.

Quien osara quejarse del ruido de las fiestas era amenazado y, si persistía, asesinado. Crónicas periodísticas de la época detallan que una torre de departamentos, ubicada en la Zona del Río, fue abandonada por sus inquilinos por los desmanes ocasionados por los juniors.

Al final, como el edificio estaba vacío, los Arellano Félix decidieron comprar todo el edificio en el que, por lo menos, en un par de años organizaron sus fiestas rodeados de decenas de jóvenes estudiantes de universidades privadas o simplemente empleados de sus papás.

Estos jóvenes, enganchados e inmiscuidos ya en el negocio de la droga se fueron ganando un espacio dentro de la estructura del cártel, en el cual eran conocidos como los narcojuniors, esos mirreyes que, en cierto momento, incluso llegaron a pelear por la dirigencia del grupo criminal.

Los narcojuniors

Se sabe, por las anécdotas periodísticas, que el grupo de los narcojuniors era comandado por Ramón Arellano Félix, cuyo brazo derecho era Everardo ‘El Kitty’ Paéz, un mirrey descendiente de una adinerada familia y casado con la hija de un maquilador del norte de país.

Everardo era el hombre a quien Ramón le depositó el mando de una de las líneas de acción más importantes dentro del cártel: el involucramiento de jóvenes pudientes y adinerados en el mismo, tanto como consumidores como vendedores.

La idea funcionó por algunos años, pero, dado el carácter explosivo de Ramón, quien acostumbraba a matar a quien osara interrumpirlo, por ejemplo, mientras escuchaba música y tomaba cervezas con sus amigos o a quien no lo dejara entrar a un antro, todo se vino abajo.

A mediados de los noventas los narcojuniors habían alcanzado tal poder y su ramificación por toda Tijuana era tan amplía que decidieron pelear por el control del cártel armados hasta los dientes con fusiles que adquirían en California, Estados Unidos. Su idea jamás llegó a buen puerto.

En 1995 Ramón comenzó a desaparecer a sus antiguos socios, principalmente a aquellos jóvenes que habían intentado tomar las riendas de su “negocio”. Los primeros fueron los hermanos Meza Castaños, Endir y Henaín, quienes fueron “levantados” cuando salían de un restaurante ubicado en Polanco, del entonces Distrito Federal.

Días después, la hermana de Endir y Henaín, Abdelía y un sobrino de ellos, el bebé Eduardo Gómez Meza, fueron acribillados en un concurrido centro comercial de Tijuana.

Otro de los llamados narcojuniors, que hasta la fecha se encuentra desaparecido, es Gustavo Miranda Santacruz quien fue baleado en la garita Tijuana-San Ysidro y logró sobrevivir para ser “levantado”.

Everardo ‘El Kitty’ Paéz, otrora líder de los narcojuniors salvó su vida al ser capturado y extraditado a Estados Unidos, lugar en donde aún cumple una condena por narcotráfico.

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