México

Así son los campos donde el CJNG entrena: hay cohetes, granadas, infrarrojos, miras telescópicas…

Nueva York, Estados Unidos, 22 de mayo (Telemundo).– El primer día de entrenamiento para convertirse en sicario del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), Francisco aprendió que la única forma de escapar del campamento era salir “con los pies por delante”. Tres meses más tarde ya habría aprendido mucho más: a manejar armas cortas y largas, a tender emboscadas, a respetar las reglas, a no ser chismoso y también a matar. “Ves cómo matan a la gente, pruebas la carne humana, vives el terror”, asegura.

Francisco -el nombre que ha elegido para proteger su identidad- ha contado a NOTICIAS TELEMUNDO INVESTIGA  que pasó tres meses en un campo de entrenamiento del CJNG. Su testimonio, único hasta la fecha, no ha podido ser corroborado con otros testigos, pero su relato coincide con las tácticas descritas por ex agentes de seguridad mexicanos y estadounidenses consultados. Cuenta que tuvo que soportar pruebas de resistencia física, psicológica y superar pruebas de lealtad.

Dice que todavía tiene miedo. Lo llama “la escuela de terror”.

Durante la entrevista, pide revisar la cámara de video para asegurarse de que quien le visita es en verdad un equipo de reporteros. Consulta su celular cada 15 minutos. Le sobreviene un tembleque en pies y manos cada vez que repasa los momentos más crudos. Sobre él sólo nos permite decir que tiene 34 años, un hijo y que en su vida anterior trabajó en una fábrica de galletas.

Según su relato, el terror comenzó en abril de 2018, por casualidad. En un bar de un estado del sur de México, un desconocido se le acercó, le dijo que se había quedado sin dinero y le pidió el favor de darle un raide . Francisco le llevó en su carro y al llegar al destino, el desconocido sacó dinero de un cajero y le pidió su número de celular: “Te voy a marcar, me caíste bien”.

Francisco no sabía aún quién era este desconocido. Después sabría que era uno de los hijos de Nemesio Oseguera, alias “El Mencho”. Al poco tiempo, tal y como prometió, le contactó. Quería ofrecerle un empleo como guardia privado de seguridad en Villahermosa, estado de Tabasco. Serían 3 mil 500 pesos por semana más viáticos y gastos. Todo pagado, incluso las cuatro semanas de entrenamiento. Francisco aceptó. Le pidieron el acta de nacimiento y un número de cuenta para recibir el salario.

Al día siguiente, le citaron en una estación de autobuses. “Yo veía que llegaba mucha gente. Éramos 19 hombres de edades entre los veinte y los treinta y tantos años. Había albañiles, carpinteros, mecánicos, guardias de seguridad de antros, licenciados, contadores…”. Les trasladaron a la Ciudad de México, les alojaron en un hotel con spa . A las seis de la tarde, la persona que dirigía la expedición dijo: “¡Vámonos!”. Partieron rumbo a Puerto Vallarta, Jalisco y en dos ocasiones les preguntaron si querían continuar: “Para quien se suba al autobús, ya no hay vuelta atrás”. Los más chavos dijeron: “Yo sí voy. Yo quiero trabajar”. Y los demás les siguieron. Al llegar al destino, los metieron en una casa. Otro hombre se les acercó:

-Bueno, van ustedes a un adiestramiento en la sierra de Guadalajara para ser guardias de seguridad, ¿verdad?

-Sí -asintieron todos-.

-Pues no van para guardia. Van a trabajar para el Cártel Jalisco Nueva Generación.

-Pero es que a mí no me dijeron esto -protestó uno de ellos-.

-Si te quieres ir, anda, vete -y cortó cartucho con la pistola- Aquí la única forma de que te vayas es con las patas por delante. El que se quiera ir detrás de él, que lo diga ahorita. No estamos para jugar.

“Entonces ahí entendí y entendimos todos que estábamos metidos en un gran problema. No sabes lo que va a venir, pero te tienes que quedar callado y muy serio porque podrían tomar a mal cualquier gesto”, recuerda Francisco.

Por su cabeza pasaron años de videos de descuartizados, balaceras, cabezas cortadas y todo tipo de violencia atribuida al cártel. “Pensé mucho en mi hijo”. Y decidió quedarse.

El CJNG ha crecido hasta convertirse en el cártel más poderoso de México, coinciden analistas y fuerzas de seguridad. De acuerdo a reportes de la prensa mexicana, la Fiscalía General de la República (FGR) estima que su presencia está consolidada en 28 de los 32 estados del país. Además, en los estados de Durango, Campeche, Coahuila y Zacatecas mantiene alianzas con grupos criminales locales.

La Administración para el Control de Drogas estadounidense (DEA, en inglés) señala que el cártel también se ha expandido en el exterior, “con una significativa presencia no sólo en Estados Unidos y México, sino también en Europa, Asia y Australia”.

La génesis de esta organización criminal- según Nathan P. Jones, profesor de la Sam Houston State University- se remonta a 2010, con la muerte del líder del Cártel de Sinaloa Ignacio “Nacho” Coronel, especializado en la producción de metanfetaminas en la región de Jalisco. Cuando las autoridades mexicanas lo mataron, sus operaciones se fragmentaron en varios grupos. Uno de ellos estaba liderado por Nemesio Oseguera Ramos, alias “El Mencho”. Supo aprovechar la situación geográfica de Jalisco cerca de los puertos del Pacífico para aumentar el volumen de negocio gracias a la venta de metanfetamina en los mercados europeo y asiático y de fentanilo en los Estados Unidos. El control de los puertos fue clave para obtener los beneficios que les permitieron expandirse territorialmente, corromper a funcionarios mexicanos y entrenar a sus sicarios como a una fuerza de élite.

El campo de entrenamiento al que llegó Francisco estaba en Talpa de Allende, un municipio de poco más de 15 mil habitantes en el estado de Jalisco. Un grupo de hombres pertrechados con fusiles de asalto y lanzamisiles portátiles, subieron a los 19 hombres a bordo de camionetas de lujo y les condujeron por caminos de terracería a un lugar oculto den la sierra de Talpa. La primera camioneta se paró, alguien sacó una pistola por la ventanilla, y ¡PUM, PUM, PUM!, soltaron tres tiros y automáticamente se abrió un portón. Pasaron todos y, de nuevo ¡PUM, PUM, PUM!, otros tres tiros era la señal para volverlo a cerrar. Desde algún lugar desconocido abrían y cerraban ese portón.

Una vez dentro, les quitaron los celulares y los desnudaron. “Tenían unas baterías de carro y nos mojaban y nos hacían agarrar los bornes. Así, si llevabas un GPS enterrado en la carne, se quemaría. El toque fue tan fuerte que prácticamente me oriné”, explica Francisco.

El jefe de plaza era un hombre joven, de unos 28 años, calcula Francisco. Eligió un apodo para dirigirse a cada uno de ellos y el entrenamiento empezó con la instrucción en el manejo de armas cortas y largas: escuadras, cuernos de chivo y también lanzacohetes similares al que el cártel utilizó para derribar un helicóptero del Ejército mexicano en un ataque que acabó con la vida de siete soldados en Villa Purificación, Jalisco, en mayo de 2015.

Los instructores les hicieron saber las reglas del cártel impuestas por “El Mencho”. Empezaron con las reglas relacionadas con las armas de fuego:

-Regla número uno: El dedo siempre debía estar fuera del gatillo. De lo contrario, frente a un jefe de plaza o alto mando del grupo, serían considerados una amenaza y podrían matarlos.

-Regla número dos: Revisar siempre el seguro.

-Regla número tres: Saber entregar un arma. Siempre se entregan ofreciendo la culata, no el cañón.

En la estricta disciplina que impusieron los instructores, un error podía ser fatal y lo fue para uno de los 19 reclutas que, nervioso, no fue capaz de armar la pistola.

“En un abrir y cerrar de ojos, ¡PA, PA, PA!, lo mató. Nos dijo que no servía porque en una acción real le agarraría el pánico y nos pondría a todos en peligro”, asegura Francisco. Entonces comenzó lo que el cártel llama “el bautizo”. Todos se acercaron al cadáver del compañero recién asesinado.

-¿Cuál es la primera regla? -preguntó el jefe de plaza.

-Si no hay cuerpo, no hay delito que perseguir -respondieron dos de los comandantes.

-Ok, ven para acá tú, greñudo. Córtale la mano sin miedo. ¿No lo quieres hacer? Nada más dime que no lo quieres hacer.

“Sabías que si decías que no, te iban a matar”, continúa Francisco. Temblando, empezó a cortarle la mano. A Francisco le tocó el antebrazo. “Lo tuve que hacer, no tienes opción. El miedo, la sangre,…”.

Fueron pasando uno por uno. Al más tímido del grupo le reservaron la tarea más difícil: cortarle la cabeza y machacarla con una piedra. Cuando el cuerpo estuvo cercenado, les obligaron a comer algunos pedazos. “Hubo uno que no lo pudo comer y lo vomitó, pero se lo levantaron con tierra y le obligaron a comerlo”.

Las prácticas de canibalismo que describe Francisco coinciden con la versión de un grupo de sicarios del cártel detenidos en junio pasado. Declararon que lo hacían para llegar a ser insensibles. La Fiscalía de Jalisco ha descubierto al menos cinco campamentos que el cártel empleaba como centros clandestinos de entrenamiento y narcolaboratorios. Han desmantelado dos más en Veracruz y Tabasco.

Para Francisco, esto sólo fue la primera parte de un cautiverio de tres meses. Lo que vendría después sería el peor de los entrenamientos.