TIJUANA, Baja California, 15 de julio (AFP).- Cuarenta y seis carpas se apiñan en un galpón oscuro y caluroso en la ciudad mexicana de Tijuana, donde decenas de migrantes esperan impacientes por resolver sus cada vez más inciertos procesos de asilo en Estados Unidos.
La risa de los niños que corretean por el lugar rompe el letargo que se respira. Quienes no están ayudando en la cocina o pasando una escoba, se sientan mirando a la nada, sin mucho que hacer.
Sus días se van básicamente en esperar.
La mayoría son centroamericanos que huyen de la violencia en sus países y aspiran a que Estados Unidos les otorgue el estatus de refugiado.
Por orden del presidente conservador Donald Trump, tienen que esperar en México por una respuesta a su solicitud y no al norte de la frontera, como era antes.
“Eso hace que los lugares de atención en las zonas fronterizas estén llenos”, dice a la AFP José María García, que dirige este albergue, el Juventud 2000, que acoge 150 migrantes y está ubicado a pocos pasos de la barrera cobriza que divide ambos países.
“Llega gente de todas partes, y luego la que alcanza a entrar es retornada hacia México, eso nos está ocasionando sobrepoblación”.
A la incertidumbre que ya de por sí conllevan las solicitudes de asilo, se le suman las constantes iniciativas del gobierno de Trump por complicar el proceso. La última se conoció este lunes y busca rechazar el asilo a los extranjeros que entren a Estados Unidos a través de México y no hayan solicitado previamente el estatus de refugiado –sin éxito– en alguno de los territorios que atravesaron.
“¡Todo es cama!”
El Instituto Madre Asunta, otro albergue dirigido por religiosas a unos 5 km del Juventud 2000, ha rebasado tres veces su capacidad en medio del masivo éxodo de centroamericanos que comenzó entre el 2015 y el 2016.
Pensado originalmente para 44 personas, hoy viven allí 130, que se arreglan como pueden para no dejar a nadie por fuera. “¡Cerrando la puerta, todo es cama!”, lanza risueña la hermana Salomé Limas, que trabaja allí hace seis años.
Los administradores de estos albergues temen que si Trump cumple con su plan de hacer deportaciones masivas o si regresa a todos los solicitantes que están recluidos en centros de detención, la situación se podría agravar.
“No podríamos atender a tanta cantidad” de gente, señala García.
Del otro lado de la frontera, la situación es distinta.
El Protocolo de Protección de Migrantes, más conocido como “Permanencia en México”, ese que obliga a esperar fuera de Estados Unidos, ha reducido el flujo de personas que buscan un techo en los albergues de la zona de San Diego, alguna vez llenos y que ahora “están quedando vacíos”, según Hugo Castro, de la organización Border Angels.
“Los barren como basura a México”, lamenta el activista, que teme que la situación empeore para Tijuana y otras ciudades fronterizas.
“Si vuelvo me matan”
La hermana Limas, de 38 años, está en todo: supervisa la ampliación de una sala de juegos, que en la noche servirá de dormitorio, mientras acaricia la cabeza de un niño que le pasa por al lado y está pendiente del almuerzo del día: 10 kilos de pasta con jamón y ensalada.
En otro salón, voluntarios de Unicef reparten pinturas, marcadores y papel para los niños.
Brian, de unos 7 años, dibuja meticulosamente una casa que se parece al albergue. Solo que aclara que no, que es su hogar en Honduras, adonde quizás ya no vuelva.
En el patio central de este caserón de paredes azul claro, mujeres usan la baranda de una escalera de madera como tendedero para la ropa recién lavada, que muchos reciben como donaciones porque llegaron allí con lo que tenían puesto.
Fue el caso de María, quien terminó en el lugar equivocado a la hora equivocada, y presenció “una masacre” de la sanguinaria pandilla MS-13 en un mercado en Honduras.
Ella trabajaba en la limpieza y al oír los disparos se escondió, pero fue identificada por los pandilleros que amenazaron con matarla y violar a sus hijas adolescentes.
Como pudo, con la ayuda de una hermana, huyó y tras tres meses de difícil recorrido llegó a Tijuana.
“Nunca consideré ir a Estados Unidos, pero si regreso me matan”, dijo esta mujer, identificada con otro nombre por seguridad.
María aún espera por “ficha”, un número que reparten diariamente voluntarios a los solicitantes de asilo para tener un orden sobre el número limitado de casos que Estados Unidos atiende diariamente.
“Yo voy a pedir una oportunidad, si me la dan, estaré eternamente agradecida. Si no, México es muy grande y hermoso”, zanjó.