Síguenos

Última hora

Conductor de plataforma saca un machete contra taxista en Cancún

México

Policías matan a niña de 11 años y a su abuelo

ATZALAN, Veracruz, 12 de enero (Blog Expediente).- Gente de todos los pueblos vecinos a Tepetztitla, que conocían a Berllarmino Cardeña Cortés, han venido a darle el último adiós a él y a su nieta, María Magdalena, de 11 años.

Hace tres días fueron abatidos por la policía durante un operativo para detener a presuntos delincuentes. Mientras transcurre el sepelio, la gente del pueblo se muestra dolida e indignada. Los adultos beben alcohol de caña para el frío y se turnan la pala y el pico para extraer tierra de los agujeros en los cuales depositarán a los difuntos.

Sin embargo, escurridizos y con la cara tapada para esconder las lágrimas, un sinnúmero de niños se cuelan entre gente grande para despedir a María Magdalena.

Los pobladores rechazan que hubiera sido un operativo exitoso, “se trató de un asesinato, me mataron a mi marido y a mi niñita, ¿ella que culpa?”, reclama Genoveva Hernández, de 64 años, esposa del finado y abuela de María Magdalena.

Ante féretro de la menor, se forma un desfile de niños, amiguitos, compañeros de escuela, primos y primas.

En 2019, el informe Anual de La Red por los Derechos de las Niñas y Niños en México ubicó a Veracruz entre los estados más letales para menores de edad en razón de género, pues del 2015 a mediados del 2019 se reportan 33 niñas asesinadas en la entidad, aunque reportes de prensa exponen que tan solo en 2019, 35 menores veracruzanos resultaron asesinados.

Alguien abre el féretro de la niña y expone su rostro, que muestra la marca de un disparo en la frente.

Juanito, quien se sentaba delante de ella en el mismo salón de la primaria Juan Escutia, lleva una flor que humedece en agua bendita.

El ceño del pequeñito se descompone y brota la angustia.

Toma la flor y rocía un poco de agua sobre el vidrio del ataúd que lo separa de su compañera de clase. Se marcha en silencio para dejar pasar a los demás.

Llega una más, aún con mamila llena de leche, de unos ocho años, quien reúne fuerza para asomarse al cajón de muerto y despedirse de su familiar.

Toma su flor, mira a su madre, que se aferra a su manita mojada por las lágrimas, y hacen una señal de la cruz sobre el cristal mientras se alejan.

Sin llorar, se queda un instante contemplando el rostro de la víctima, quizá, recordando los ratos de juegos en la tienda donde María Magdalena ayudaba a su abuela.

Su familia cuenta que por eso era tan querida, ya que en la tienda, ella administraba las maquinitas (juegos de video) y vendía recargas de internet y para teléfono celular.

La esquina en donde se levanta el negocio, construido de tablas de madera y láminas de cartón, es uno de los sitios más populares en este poblado de menos de mil habitantes, porque así como se vendían artículos de primera necesidad, también se comerciaban golosinas, galletas y refrescos, lo que garantizaba que siempre había parvulitos cerca.

Ellos no dejaron sola a la familia de María Magdalena en su dolor, al igual que los adultos, acá están despidiendo a la pequeña que conocieron con muchas ganas de vivir, sueños y esperanzas de salir adelante en este poblado, ubicado dentro del cinturón de pobreza extrema en la sierra de Atzalan y Altotonga, a unas 3 horas de Xalapa.

“Mamá, mira, yo quiero ir a la escuela, pero está muy lejos, mejor cuando salga, me voy a poner a trabajar”, relata Genoveba sobre su nieta.

La esperanza de salir adelante de alguno de estos menores, es limitada. Los caminos son de piedra, sinuosos, sobre los cuales de pronto caen rocas o son bloqueados por árboles derribados por el mal tiempo. El transporte público es una utopia. Los niños que al salir de la primaria desean seguir la secundaria, deberán caminar dos horas diariamente, la mayoría de los casos, sin desayunar, para sacar el curso. Los que lo hacen, son los menos, y mucho menos, quienes marchan a la preparatoria, en estos lugares donde campea la pobreza, la prioridad es trabajar para llevar consumo al hogar.

Por eso Genoveba estaba enseñando a su nieta a manejar el negocio, y le había dejado en su responsabilidad la cuenta de las recargas, su ganancia la ponía en una lata de cocoa a la que abrió dos agujeros para colar billetes y monedas. “Jesús”, le escribió en letras de cartulina azul.

“Ese botecito era sagrado para ella, lo cuidaba mucho, siempre lo tenía alzado, escondido para que nadie se lo tocara.

Pero el día que fue el operativo, la policía se metió a revisar las casas y, acusan los deudos, a robar todo lo de valor, entre ese botín se fueron las ganancias guardadas en el botecito de las recargas, el cual la abuela encontró destapado, tirado en el suelo, vacío, junto a la sangre de la víctima, ya cuando se habían llevado los cadáveres a la morgue.

Ahí mismo quedaron ensangrentadas las cobijas de colores con las cuales la niña se tapaba del frío cuando se iba a la cama.

Tal vez pensando que le servirían de protección, al momento de los disparos, María Magdalena bajó a esconderse con las cobijas entre las alacenas de la tienda, cerca de ella, su abuela Genoveba también se cubría en forma de ovillo.

En el comunicado oficial el Gobierno de Veracruz dijo que la policía había efectuado un operativo para detener a tres sujetos que habían agredido a las fuerzas del orden, y en el lugar se reportaron “dos personas fallecidas” (un hombre y una mujer). La mujer, según esta narrativa, era María Magdalena.

En la casa donde se dieron los hechos, se mira la cama de la pequeña: imágenes de la virgen. Santos mezclados con fotos de sus seres amados. Juguetes. Tareas de la escuela. La ropita que delata su edad. Zapatitos. Un mundo infantil distante de la palabra “mujer”.

Esa noche, la muerte encontró a la pequeña pese que se escondió y se tapó bien tapada con sus cobijas. El disparo mortal en medio de las cejas es la gran vergüenza para la abuela. “Hasta le dieron el tiro de gracia”, recrimina mientras pareciera lamentar que la belleza de su rostro de niña haya quedado opacado por el rigor mortis y el camino de la bala.

“¿Y a la niña por qué, a la niña porque?”, es el reclamo que se replica de boca en boca en el sepelio, que retacha en las montañas y desciende de pueblo en pueblo hasta el paso de Alseseca, donde docenas de turistas norteamericanos disfrutan de los rápidos, montados en sus kayaks, llevados por las violentas corrientes que jamás los harían imaginar el drama que se esconde en el pueblo Tepeczintla, donde la policía presuntamente asesinó a una niña de 11 años, y que ayer la fueron a enterrar.

Siguiente noticia

Médico 24/7 cubrirá 105 cabeceras municipales