Opinión

Lorenzo Salas González

El hecho de que salgan a marchar con intenciones migratorias miles de centroamericanos –hondureños, salvadoreños y guatemaltecos– resulta insólito por el número pero no por la intención, pues desde hace décadas millones de personas abandonan sus países en busca del “sueño americano”.

Según comentan los propios marchistas, hace años, los que emigraban lo hacían en pequeños grupos de cinco o diez personas, pero en el camino padecían asaltos, violaciones, despojos y hasta asesinatos, como el caso de los 72 migrantes cuyos cuerpos fueron hallados sin vida en una fosa grande, en el norte de México.

Con un número muy elevado de gente, pretenden impedir que los narcotraficantes y bandidos de todo tipo se acerquen a ellos con la intención de hacerles daño.

Hasta aquí, todo parece lógico y “normal”, porque la pobreza azota a América Latina desde hace varios siglos y no se han podido desprender de ella gracias a la acción depredadora del gobierno de Estados Unidos, que les succiona sus riquezas naturales y les impide ser libres, autónomos, autosuficientes, como naciones soberanas y con derechos propios.

Al segundo día de iniciada la marcha, en Estados Unidos ya sabían el número de migrantes y hasta su composición racial, además de sus actividades o la falta de éstas. Casi mil marchistas fueron regresados a sus países de origen porque tenían tatuajes en el cuerpo y esto era indicador de pertenecer a la delincuencia, según los que ejercieron el control de su flujo en la frontera entre México y Guatemala.

Las reacciones de Donald Trump fueron sospechosas, porque primero felicitó a México por haber detenido la avalancha y luego pasó a las amenazas: que pediría más dinero al Congreso de su país para que le terminen su obsesión, el muro divisor entre México y Estados Unidos, o enviar al Ejército (norte) americano ante la impotencia de las autoridades mexicanas.

El electorado guerrerista que tanto apoya a los republicanos reaccionó de inmediato y les dio tres puntos electorales a los seguidores de Trump, que ya veían acercarse una derrota en las elecciones del 6 de noviembre, en donde se compite por las diputaciones –les llaman de otra manera– y una parte de las senadurías.

Y llegamos al punto central: ¿La caravana fue organizada por agentes al servicio de Norteamérica para beneficiar a Donald Trump y su partido? La jugada es audaz y peligrosa. Además, tiene un ingrediente que no hay que descuidar: ya de una vez Trump les pasó la responsabilidad a los presidentes mexicanos, el saliente y el entrante, de tal modo que si en los 1,200 kilómetros que les hace falta caminar llega a haber un incidente grave, los mexicanos responden. Trump se irá a festejar el triunfo electoral de su partido y a seguir jorobando a media humanidad.