Francisco Javier Pizarro Chávez
La Caravana de emigrantes integrada por cerca de 8 mil personas oriundas de Honduras, El Salvador y Guatemala que salió el 13 de octubre de Centroamérica y cruzó la frontera mexicana el 19 de octubre, ha estado en el foco de la atención pública nacional a internacional.
Y no es para menos. Se trata de uno de los desplazamientos migratorios más vastos de los últimos años en América Latina, de familias enteras agobiadas por la miseria, la violencia y la falta de empleo en sus países de origen y para sorpresa y vergüenza de todos, de una respuesta xenofóbica, racista, “nacionalista”, discriminatoria y clasista de los gobiernos y de amplios sectores sociales de los países receptores, violatorios de los derechos humanos fundamentales, que la ONU proclama pero no defiende.
Trump muy a su estilo, en cuanto supo de la caravana amenazó vía Twitter, con retirar los apoyos financieros a Honduras, El Salvador y Guatemala, si no suspendían la marcha, y a México con dejar de lado el nuevo tratado comercial trilateral, si no impedida la entrada de los emigrantes y su traslado a la frontera con Estados Unidos, que es la meta que se han propuesto alcanzar.
Dijo que en caso de que México no pusiera freno a los migrantes y éstos se trasladaron con rumbo a EEUU, llamaría al Ejército para sellar la frontera e impedir se internen en territorio norteamericano; exabrupto en torno al cual la ONU y Organismos Internacionales defensores de los Derechos humanos, han hecho caso omiso, lo que ha envalentonado a Trump, quien ha criminalizado la marcha, la cual, dice, está integrada por delincuentes, violadores y narcotraficantes –como él califica a los migrantes en lo general, sean del país que sean— y por si fuera poco, también de “terroristas de países islámicos”.
Estamos en presencia de una crisis humanitaria que ha expulsado a cientos de miles de personas de sus territorios y también de una crisis de civilidad, lo que pone en evidencia que los miles de millones de habitantes que poblamos la Tierra, estamos inmersos en una involución humana sin parangón alguno.
Con el paso del tiempo y la fallida globalización mundial, hemos perdido nuestra identidad y antepuesto las diferencias raciales, sociales, de nacionalidad, religión, ideología, género, etc.
No se explica de otra manera las actitudes y conductas discriminatorias prevalecientes por miles de mexicanos que, en las redes sociales, han denostado a los migrantes y pedido su expulsión por el sólo hecho de ser extranjeros y pobres.
Se les olvida que millones de mexicanos han emigrado a Estados Unidos por las mismas causas y circunstancias que motivaron este éxodo de centroamericanos: la violencia, la pobreza extrema y falta de empleos.
Pregunto ¿cuál es la diferencia entre unos y otros? No la encuentro.
¿Por qué nos indigna el que a nuestros paisanos y familiares los discriminen, ofendan, encarcelen, deporten y hasta las separen de sus hijos y en cambio se acepta y hasta se aplaude el que a los centroamericanos se les detenga y deporte? No lo entiendo.
Todos somos seres humanos, distintos pero iguales.
Los humanos somos migrantes por definición. Es la única especie del reino animal que además de adaptarse a los cambios climáticos de la naturaleza, la transforma.
Esa condición explica el porqué nuestros antecesores (Homínidos, Homos Erectus y Homo Sapien), se expandieron del Noroeste de Africa al Asia, Europa, Medio Oriente y América.
Gracias a la migración de los pobladores de Asia y Africa por el Estrecho de Behring se habitó el continente Americano que va de Alaska a la Patagonia desde aquel entonces.
Las demarcaciones territoriales que se derivaron de esa prodigiosa hazaña ancestral, distan mucho de ser feudos amurallados como lo concibe el inefable Trump. Y esto hay que tenerlo muy claro en todo momento.
Las migraciones forzadas deshonran a la especie humana y provocan la muerte de millones de personas. La historia es testimonio de ello.
Recordemos algunos unos casos emblemáticos: El comercio de esclavos africanos (12 millones) entre 1500 y 1830; la expulsión de medio millón de judíos en 1492 y de los moriscos españoles en 1609 realizada por Felipe III por no convertirse a la religión católica; del desplazamiento forzado de 8 millones de Europeos en la Primera Guerra Mundial; la esclavización de judíos y otras razas “inferiores” en la II Guerra Mundial; el exilio de mas de un millón de españoles, la mayoría de los cuales se refugiaron en Francia y México; la cruenta “Guerra de los 6 días” de Israel contra Palestina que dejó a más de 2 millones de palestinos sin tierra ni país; la crisis alimentaria provocada por la epidemia Mildiú en Irlanda, que arrasó las plantaciones de patatas y provocó la muerte por inanición de un millón de personas en la isla y la emigración de 2 millones de ingleses que se trasladaron a Estados Unidos; las guerras civiles y étnicas en Africa que han expulsado a millones de sudaneses, liberianos y ruandeses; la Guerra de la “limpieza étnica” en los Balcanes que desmembró la antigua Yugoslavia y generó el desplazamiento de 4 millones de habitantes y, finalmente, los conflictos armados auspiciados por Estados Unidos en Centroamérica y el desplazamiento que esos hechos y la violencia criminal han generado un flujo anual migratorio de 75 mil centroamericanos a México y Estados Unidos.
Es inadmisible que México asuma el papel de policía migratoria a mandato del presidente de Estados Unidos, como lo ha hecho y está documentado. Mientras que Estados Unidos deporta, en cifras globales, alrededor de 250 mil inmigrantes por año, México deporta alrededor de 450 mil centroamericanos anuales.
Fuimos, años atrás, un país soberano y autónomo que fue reconocido mundialmente por dar asilo y refugio a miles de víctimas de la discriminación política y la crisis humanitaria.
Hoy somos los guardianes del traspatio de Trump.
Como bien lo dijo el portugués José de Sousa Saramago: “El odio está servido y necesitamos políticos que sepan estar a la altura de las circunstancias”.