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Opinión

Todos somos migrantes

Humberto Musacchio

Una multitudinaria caravana de migrantes avanza en territorio mexicano. Sus integrantes, hombres, mujeres, niños y ancianos, son la expresión más elocuente de la tragedia de varios países centroamericanos donde imperan la miseria y la criminalidad de las bandas y los gobiernos.

En Estados Unidos, Donald Trump ha desatado la histeria que, con fines electorales, quiere ver en cada migrante a un criminal. En el mismo tenor, Mike Pompeo, secretario de Estado del país del Norte, exige a las autoridades mexicanas detener el éxodo y lamentablemente, otra vez, “nuestro” gobierno acata las disposiciones de Washington y al terrorismo de los agentes de Migración agrega que la Marina-Armada se encargará de contener a los centroamericanos, lo que celebran los chovinistas y xenófobos de siempre.

Lo cierto es que los peregrinos en desgracia avanzan empujados por su desesperación y, por fortuna, no están solos. El pueblo chiapaneco se ha volcado en las tareas de solidaridad brindándoles agua, comida, ropa, atención médica y medicinas, en tanto que ministros de diversos credos organizan colectas para dar apoyo a esos caminantes.

La mayoría la forman familias que decidieron huir de su país con todo y los hijos en busca de lo que les niega la terrible situación de sus lugares de origen. En la gran marcha viene un grupo de madres que buscan a sus hijos desaparecidos y muy probablemente asesinados.

El gobierno mexicano exige a estos peregrinos que se registren, que muestren su visa y probablemente dinero y cartas de recomendación. Pocos migrantes lo han aceptado. Desconfían de las autoridades mexicanas, como los migrantes mexicanos desconfían de la Migra y las autoridades estadounidenses.

En una actitud plausible, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, propone a Estados Unidos no que regale, sino que invierta 30 mil millones de dólares para levantar la economía de los países que expulsan mano de obra. Mientras tanto, una vez que asuma el poder, se compromete a emplear a esos migrantes en proyectos que requerirán mucha mano de obra.

Lo dicho por AMLO ha sido descalificado por los círculos conservadores, los que arguyen que ni siquiera hay empleos suficientes para los mexicanos y mucho menos los habrá para los extranjeros. Sin embargo, cabe recordar que entre 1978 y 1982, durante la dictadura del general Romeo Lucas García, se produjo un éxodo de guatemaltecos muchas veces mayor que el de ahora.

Eso ocurrió cuando en el vecino país del Sur las autoridades y sus bandas paramilitares asesinaban dirigentes políticos, sindicales, campesinos y estudiantiles. La orgía de sangre llegó al colmo en 1980, cuando aquel gobierno criminal incendió la embajada de España para matar a quienes ahí habían buscado asilo.

La migración de aquellos años llegó, según algunas estimaciones, a la cifra de cien mil personas, los que, con fondos del gobierno mexicano y de la ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados), fueron contratados, sobre todo, para las tareas agrícolas y especialmente para abrir al cultivo tierras de Chiapas, Campeche y Quintana Roo.

A partir de 1985 se inició el retorno y en 1999 volvieron a Guatemala los últimos grupos de refugiados, de los cuales 23 mil se quedaron en México en forma definitiva, muchos de ellos ya nacidos en México. La inmensa mayoría de quienes se quedaron son hombres y mujeres que aquí se hicieron de un patrimonio legítimo.

La ayuda recibida por los guatemaltecos a lo largo de esos años no fue un gasto estéril, sino dinero que salvó vidas, dio empleos y se convirtió en capital productivo. Una experiencia que a partir del primero de diciembre debe retomar el Estado mexicano.

La llamada Unión Americana tiene un pasado determinante en este renglón. Su grandeza la debe a los migrantes, los que han soportado discriminación y toda clase de abusos guiados por un sueño que, si bien es una frecuente pesadilla, ha sido invariablemente el motor del progreso estadounidense, de la expansión capitalista y de la extraordinaria y enriquecedora mezcla de hombres y mujeres llegados de todas partes.

Esa experiencia no es ajena a México. A los inmigrantes debemos la aparición y el desarrollo de múltiples giros. Cada grupo ha hecho su aporte y el progreso, que siempre es obra de todos, les debe una cuota considerable. Para nosotros, las migraciones no han sido un lastre, sino un estímulo para crecer y madurar. Es mejor no olvidarlo, porque a fin de cuentas, todos somos migrantes.

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