Ya era hora de que el Instituto Cultural Mexicano, brazo cultural de la Embajada de México en Washington, honrara a las víctimas de la violencia en su Altar de Día de Muertos. La regla había sido homenajear a personajes en la lista A de la cultura: Diego, Frida, García Márquez, Fuentes, Cuevas, María Félix, Juan Gabriel, etc. El año pasado fue dedicado a las víctimas de los terremotos de septiembre. En 2010, con motivo del centenario, el Altar fue dedicado a la Revolución Mexicana, pero se decidió excluir los rostros de Zapata y Villa. Nada polémico. La corrección política ante todo.
De ahí que fue una bocanada de aire fresco que el Altar de este año reconociera a las víctimas del feminicidio en el mundo. Un delito global del que ningún país, rico o pobre, se exime. México no es el peor, pero sí de los peores. Según cifras oficiales, en los últimos tres años los casos se duplicaron. El Estado de México, Nuevo León, Veracruz, Guerrero y Chihuahua lideran la negra estadística de mujeres, adolescentes y niñas asesinadas (Reforma 29/10/2018).
El Altar de Día de Muertos en el Instituto, que permanecerá abierto al público hasta el 8 de noviembre, fue idea de la artista mexicana Irene Clouthier, hija menor de los 10 descendientes del Maquío. En entrevista, Clouthier narra que cuando el director del Instituto Alberto Fierro, la invitó a hacer el Altar le aclaró que sólo si podía dedicárselo “a algo que me llegue”.
En colaboración con María Freixas, Enrique Quiroz, Marta Pita y Guido Lara, Clouthier construyó tres grandes barcos de papel con 90 calaveras pintadas a mano. Decoradas con largas pestañas y boquitas pintadas, trenzas y moños, aretes y collares, las calaveras simbolizan a las mujeres muertas en feminicidios.
Al colocarlas dentro de los barcos suspendidos sobre un tapete hecho de arroz blanco, con grecas simulando olas del mar dibujadas con frijol negro, los vivos invitamos a las muertas a bajar a estar con nosotros para acercarnos a escuchar lo que nos quieran decir, explica Clouthier. “Y a lo mejor nos quieren decir su último grito, su reclamo de no justicia, o nos quieren decir su última sonrisa, su último baile que no bailaron. Los barcos de papel evocan el Infierno de Dante Alighieri. Ellas fueron al inframundo y ahora regresan a estar con nosotros”.
La ofrenda tradicional –pan, tamales, frutas y flores de cempasúchil frescas, una hazaña poder encontrarlas por estos rumbos–Clouthier la tituló “Mujeres, La Vida no Vale nada”. El mensaje, destaca, es recordarle a la gente que aunque el Día de Muertos es una tradición que disfrutamos, colorida y bonita, los cráneos en las barcas son muertas. “Los muertos son reales y tienen familia. Cuando se muere o mata a una persona, también muere una parte de la familia, que se va quedando manca.”
Las “muertas de Juárez”, un hito que marcó el no retorno de lo que hoy ha degenerado en una crisis de feminicidios, siguen sin resolverse. Por comisión u omisión las autoridades en todos los niveles son cómplices. Pregunté a Irene qué pensaba de la impunidad que no sólo perpetúa sino incrementa el feminicidio. Soy de Sinaloa, me respondió, un estado donde quieren que pensemos que la violencia debe normalizarse. Honrar a las mujeres asesinadas, es una manera de decir sigue pasando, pero no hay porqué normalizarlo.
Todas, como mujeres, tenemos una historia de violencia. “Unas terminan peor que otras, en feminicidios. Otras nada más salieron a decir ‘Me Too’. A todas nos han agarrado una nalga, a todas han querido pasar de lanza”. Un vagón rosa en el metro de la CDMX no es suficiente. A la pregunta de si tiene un mensaje para Andrés Manuel López Obrador, a quien su hermana Tatiana ayudó a ganar, respondió que el mensaje en todo caso es para cualquier gobierno del mundo: garanticen la seguridad de sus mujeres. “Nos han ultrajado y nos han matado desde la Edad Media hasta las marchas de las sufragistas encarceladas y pateadas”.
Pese al clima tóxico propiciado por la retórica racista contra los mexicanos, el Día de Muertos sigue ganando popularidad como una celebración auténticamente nuestra. El sábado, 2,000 personas se dieron cita, según el Instituto. Coco, que narra el viaje de Miguel al Mundo de los Muertos, fue premiado este año con el Oscar. El Museo del Indio Americano, parte del complejo de museos del Smithsonian, celebra el Día de Muertos. Lo mismo hacen otros museos.
No sé si la decisión del Instituto de ampliar el menú de muertos para su Altar anual sea un caso aislado. Hace tiempo sugerí dedicar la ofrenda a los periodistas asesinados. Mi interlocutor me miró con cara de what. Los miles de colegas que han sido asesinados por decir la verdad también merecen la oportunidad de regresar en barcos para que podamos escucharlos. Darles voz para que nos cuenten: cómo murió desmembrado en un consulado saudí; acribillado en las calles de Culiacán; asfixiada en su casa; decapitado en tiempo real por Internet; ejecutado ante la mirada de sus hijos menores. O quizá prefieran hablar con nosotros sobre la última nota que redactaron, la entrevista que perseguían, la investigación que planeaban, la fotografía que no vieron publicada, el hijo que no conocieron y la pareja que dejaron sola. Javier Valdez, Regina Martínez, Miroslava Breach, Francisco Ortiz Franco, Jamal Khashoggi, Anna Politkovskaya, Daniel Pearl, Daphne Caruana Galizia, Ján Kuciak y miles más. Voces muertas pero no calladas.
Twitter: @DoliaEstevez
(SIN EMBARGO.MX)