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Localizan restos del octavo minero víctima del derrumbe en la mina El Pinabete en Coahuila

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Opinión

Jorge Lara Rivera

La aparente declinación de la guerra civil siria con un desenlace imprevisto (la posible victoria del dictador Bashar Al Assad), aunque temido, no deja de arrojar su cuota de muerte y saldo rojo.

De nueva cuenta la población civil padece los estragos producidos por la encarnizada lucha entre los bandos combatientes y quienes los apoyan. De esta suerte, en Haiin, de la provincia Deir Ezzor, al parecer 17 personas perdieron la vida durante un ataque de la coalición occidental liderada por Estados Unidos que apoya a los milicianos rebeldes al régimen sangriento de Bashar Al Assad, según reportaron el 16 del mes y año en curso medios locales de prensa y televisión. Este largo conflicto (más de 7 años y medio) presenta también ribetes muy peculiares que hacen del territorio sirio campo de experimentación para el enfrentamiento entre potencias regionales y mundiales y sus alianzas abiertas o secretas, cambiantes: además de su guerra civil, está Siria contra Israel y Estados Unidos (que permite el contrabando de petróleo al interior de Siria); Rusia, que respalda a Siria, contra Israel (aunque Moscú mantiene contactos del más alto nivel con Tel-Aviv) y contra Estados Unidos; Turquía rivalizando con Arabia Saudita, ambas e Israel contra Irán; Estados Unidos y Europa Occidental contra el autoproclamado ‘Estado o Califato’ islámico que financia Arabia Saudita y combate Irán; Estados Unidos contra Irán; Francia, Reino Unido y Estados Unidos frente a Alemania, Rusia, Irán y Turquía por el tema migratorio, ésta contra Irak; Irak, Irán, Siria y Turquía contra los kurdos.

La peculiar explosividad de la zona enfrenta los intereses de la Casa Blanca con los de Turquía, su otrora firme aliado, por el discordante tema de los kurdos –esa minoría de 30 millones de almas clamantes de justicia, tan molesta para Irán, Irak, Siria y Turquía que se han repartido su patria– en Siria a los que la Unión Americana y parte de la coalición de países occidentales con presencia en aquélla ayudan porque combaten a los yihadistas del Califato o Estado Islámico –curiosamente de la línea islámica sunita wahabí, como la de la Casa Real de Ryad, rival del chiísmo que gobierna en el Irán de los ayatolás, y que ha contado con financiamiento saudita, aunque norteamericanos y turcos patrullan juntos la zona; y en medio de esto las advertencias y ofrecimientos mutuos de no comprometer la seguridad de los soldados norteamericanos destacados allí y de cooperar más y mejor en materia de ayuda humanitaria, tal recién el 7 de este mes acordaron en Ankara grupos de alto nivel norteamericanos y turcos, según James Jeffrey el alto representante para Siria de Estados Unidos, fijando febrero como límite y Washington como sede para otro encuentro de estos grupos.

En la misma Península Arábiga, al Suroeste, frente a las costas de Africa otro conflicto –el de Yemen entre grupos huttíes (a quienes respalda Irán y a éste Rusia) y el gobierno de Saná reconocido internacionalmente y apoyado por la coalición que lidera Arabia Saudita –integrada por los sunitas Qatar, Kuwait, Emiratos Arabes Unidos, Bahrein, Egipto y Jordania, aunque también están Marruecos, Sudán, Senegal y el propio Yemen (la cual recibe apoyo logístico y de inteligencia de Estados Unidos, Reino Unido y Francia)– pone al borde de la muerte por inanición a 15 millones de personas de acuerdo con informes de la ONU.

“La paz posible de Yemen”, según Mike Pompeo, Srio. de Edo. del gobierno de Donald Trump, tras el acuerdo de alto al fuego no se ve próxima. Precario, este alto al fuego pactado entre las partes enemigas que ya denuncian los huttíes, alzados contra el gobierno reconocido por la comunidad internacional; al parecer es violado con bombardeos de la coalición e incluso con empleo de bombas de fósforo blanco, cuyo uso está proscrito.

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