Por Alejandro Páez Varela
Tengo sentimientos encontrados con respecto a dos de los megaproyectos de Andrés Manuel López Obrador. Uno es el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) que, aunque lo inició Enrique Peña Nieto, tendrá el destino que decida el Presidente Electo. El otro es el Tren Maya.
Los dos quedarían, se supone, en el sexenio de AMLO. Los dos se llevarían enormes tajadas de dinero: entre 200 mil millones y 300 mil millones de pesos. Pero uno, el NAIM, será decidido en una consulta; el otro va sin consulta. El que podría suspenderse, el Nuevo Aeropuerto, es vital para el país en los siguientes años –de acuerdo con las proyecciones de la industria–, tanto que el mismo López Obrador ha planteado opciones para compensarlo; el que va, el tren, es el que no tiene asegurado su éxito y no es una necesidad; una urgencia, digamos.
Hay un tercer megaproyecto que se llevará grandes cantidades de recursos: las refinerías. Creo que allí aplica una decisión de Estado, independientemente de que en el mismo sector, salvo los que podrían salir afectados, se aplaude. Algunos dicen que no, cerrando los ojos; creo que son una minoría poco estudiada o con razonamiento comprometido (por conflicto de interés o por inclinaciones partidarias): en estos momentos, mientras escribo, se trabaja a todo vapor en la mayor refinería del mundo, que quedará en Texas porque está cerca de la frontera y responde a la necesidad de (y al negocio con) México, el país que se quedó, en apenas 18 años, sin industria energética. Y aplica “decisión de Estado” porque hay un argumento, además, irrebatible: es por Seguridad Nacional que se reaviven; se abate por razones de Estado la dependencia a los energéticos de Estados Unidos, una nación voluble y chapucera.
Regreso al NAIM y al Tren Maya.
Primero el Nuevo Aeropuerto. En mi percepción es una gusanera, de acuerdo a la enorme cantidad de trabajos periodísticos publicados en estos dos años y que jamás fueron atendidos por el Gobierno sordo de Peña Nieto (recomiendo los de la periodista Daniela Barragán en SinEmbargo). Es una podredumbre brutal, creo, como pocas veces se ha visto. Pero no creo que eso lo haga candidato per se a cancelarse. Lo hace candidato a revisarle hasta las muelas, simple y sencillamente porque Gerardo Ruiz Esparza tuvo algo (mucho) que ver y esa es razón suficiente. Yo metería un equipo enorme, enorme, enorme a documentar el saqueo, el sobrecosto, las barbaridades que se cometieron con los pueblos vecinos; impulsaría una comisión legislativa (al cabo la mayoría es de Morena) y contrataría sabuesos para buscar, hasta en las facturas de chicles Motita (¿todavía existen?), una sola razón para mandar a varios a la cárcel. Eso haría. Y luego, quizás, buscaría que los privados se hicieran cargo de él para no tener que gastar un peso en terminarlo. El cálculo conservador indica que si se le cancela, sin embargo, sí se llevará unos 100 mil millones de pesos. La obra se necesita, insisto, y AMLO lo sabe: por eso ofrece alternativas; si no se necesitara, lo cancelaría y ya.
Por el otro lado está el Tren Maya. Va porque va y sin consultar ni al pueblo (que es sabio) ni a las comunidades (que tanto se quejaron porque nunca los pelaron durante el periodo neoliberal). Es más: pasan los días y se amplía, es más grande.
Creo que hay dos motores que alientan el ánimo de Andrés Manuel en este megaproyecto: primero, marcar el sureste mexicano, dejarle su huella con una gran obra con la que se le recuerde por años; segundo, generar luego un montón de empleos (sobre todo de construcción) en una zona empobrecida que requiere justicia económica. Agregaría un tercero, que creo que en el argumento que se pone como el primero: el turismo. Cifras de ayer, domingo: en el primer semestre de este año arribaron a México 20.6 millones de turistas internacionales que dejaron 11 mil 582 millones de dólares.
La idea es desparramar el turismo que llega a las playas del Caribe que, creo, es el turismo menos desplazable. Llega a México con ganas de divertirse sin salir del hotel, de preferencia, que el país no tiene la mejor fama en el mundo, que digamos. Muchos, aunque no todos, son springbreakers que arriban con un plan armado por las agencias de viajes desde sus lugares de origen. Les garantizan que regresarán con cabeza si no se salen del kilómetro cuadrado que les han asignado. ¿Cuántos de ellos querrán aventurarse hasta Palenque? No sé. Y como no sé, yo haría un estudio justamente sobre eso: sobre el aforo posible, sobre la viabilidad económica del tren y sobre la posibilidad de que los turistas que llegan a esa zona se transformen en turistas aventureros, no de encerrona, no de disco, margaritas y sol. Dicho en pocas palabras: ¿será rentable el tren?, ¿querrán las comunidades que pase por su territorio?, ¿tendrá impacto en el equilibrio natural de la Reserva de la Biósfera de Calakmul, una territorio –como bien dice mi amigo Jorge Ismael Rodríguez– único en México y frágil como pocos en el mundo?
Sé, porque trabajo para viajar y viajo porque me alimenta el alma, que los trenes transforman el suelo que pisan, los pueblos y ciudades. A diferencia del avión, que pasa por encima, generan derrama en las localidades por donde van. Sus estaciones muchas veces se vuelven el corazón de las ciudades (Kyoto, Tokio, Madrid, etcétera). He hecho un esfuerzo por recorrer países en tren y me gustan, los amo, y lamento que México no tenga trenes, lo lloro, más ahora que abandoné el uso del auto pero no tomo camiones foráneos por la inseguridad. Sé, porque lo he visto, que Europa se mueve en trenes y una parte de Asia también, y funcionan. Se me cayó la baba el año pasado cuando vi que la Unión Europea premiaría con boletos de tren a miles estudiantes con promedios altos para mostrarles sus propias tierras, para enamorarlos de sus paisajes y para generar gasto –y ocupación– en temporadas bajas. He visto cómo el Shinkansen, el tren rápido en Japón, es motivo de orgullo nacional. Insisto: amo los trenes. Y con esto digo que espero que el Tren Maya sea una buena idea y, sobre todo, que esté muy razonada porque no habrá consulta y todavía no conozco los estudios sobre su viabilidad económica.
El Tren Maya rondará los 200 mil millones de pesos; dos terceras partes que el Nuevo Aeropuerto, dicen. Y se habla de hecho de un poquito menos. Pero si no está bien razonado, lamento decirlo, será un tropiezo para AMLO. Es casi seguro que el NAIM tenga viabilidad; su problema es la corrupción que seguramente saldrá, como pus, en cuanto le piquen con un palito. Sería una pena que el primer sexenio de izquierda se atorara con un megaproyecto inspirado por el corazón, pero no razonado –me temo– con el bolsillo. Y sin consulta. Tanto que los pueblos le han reclamado a Peña porque no hizo consultas de nada.
En fin. Ojalá, de verdad ojalá me equivoque. Feliz, feliz juntaría mi dinerito para subirme a ese Tren Maya. Se me antoja, mucho, mucho. Pero un país como éste, con tantas necesidades, no puede moverse por antojos. Eso creo. Ojalá me equivoque. Ojalá.
(SIN EMBARGO.MX)