Opinión

Las calles vacías de la insurrección

Iván Alexander Baas Osorio

Ahí resonaba, entre las colinas desiertas y faltas de agua, la campana hueca de la revolución, con eco penetrante, con un tañido reseco, que se perdía entre los montes despojados una vez más por el prójimo de la España católica.

Tal como si fuese una mentira, ahí volvía a sonar la campana diminuta de aquella iglesia pequeña, de aquel pueblito olvidado de Dolores. Llamaba a la misa dominical del 16 de septiembre para una más de las interminables celebraciones eclesiásticas. Cuando ya estaban todos reunidos en la casa de Cristo, la noticia de la revolución y de la insurgencia amainó la larga espera de cientos de años, de años de opresión blanca sobre los ya reconvertidos hijos de Quetzalcóatl a través de la fuerza implacable de la muerte, el despojo y el poder.

Ahí en esas mismas colinas desiertas y en otras parecidas en el territorio novohispano se replicó, en esos y en años más tarde, el inminente cultivo de la tierra con la sangre derramada de los indígenas, la carne de cañón necesaria para liberación económica y tributaria impuesta por la Corona a los hijos de españoles nacidos en esta tierra. Torrentes de sangre que germinaron unos campos de olvido, injusticia y de marginación constante, cultivada por los descendientes de nuestra mitad de pasado español.

Un error de cálculo y de planeación bastó para hacer realidad la lucha de los ofendidos criollos que perdían terrenos, dinero, y ansiaban el poder político de la Nueva España, ante el avance en esa materia de los gachupines españoles, que por esa época empezaron a controlar la economía y los impuestos.

-Oh, madre Patria. Tus hijos desprotegidos hoy irán a la guerra, a fraguar esa guerra que se arrastró desde los 500, hoy utilizados para morir en tu nombre y hacer real, aunque sea por cinco minutos, la idea de la libertad anhelada. No os procupéis, pues aunque haber de morir como hombres valientes y dignos de la tierra, en el cielo tendrán un paraíso como premio a la lucha librada contra los opresores, mientras que acá en la tierra, sus vástagos serán gobernados por el tirano del poder o el poder del tirano por mil años más, hasta que la sangre germinada anuncie el retorno de Aztlán con hermosas flores de cuatro pétalos. La luz de la libertad y la idea libertadora velarán su crecimiento en noches secas, sin murmuro del viento, sin susurro de plagas. Oh Patria.

Viva el campesino eterno sin rostro, utilizado para derramar su sangre y aliento en la lucha y en la tierra, mientras los héroes usurpan los altares intocables, impenetrables, de la gloria. Amén, mientras la insurrección no eclosione de las mentes perversas de la revolución y la justicia.

Acabó la ceremonia eclesiástica del cura.