Jorge Lara Rivera
A los problemas de la República Bolivariana de Venezuela ha venido a sumarse un sismo de 4.9 puntos en la escala Richter recién ocurrido y sus réplicas que estremecieron todo el norte del país sintiéndose, incluso, en la propia Caracas. Apenas en agosto, el país debió afrontar una situación más grave (6.9 puntos de la misma escala Richter) que casi coincidió con el llamado éxodo venezolano, agravándolo por la emergencia y escasez de bastimentos que generó. Arriesgando por poco sensible dada la emergencia, podría decirse que también hubo uno equivalente que remeció el ambiente diplomático de América en especial norteamericano y de sus subordinados en la OEA, con el anuncio de la oficialización de intereses rusos en la economía venezolana a la que ha venido a auxiliar de última hora con miles de millones de dólares a cambio de concesiones por 40 y 60 años (Washington y Ottawa no le han dejado de otra) en la minería y los yacimientos petroleros, lo que implica su involucramiento en la zona al punto de estar en posición de defenderlos de cualquier injerencia intervencionista (presuntamente estadounidense o con su patrocinio). Tal anuncio ha sido precedido un par de semanas por la decisión de la OPEP –de la que Venezuela es miembro plenario– de disminuir la producción del crudo brindando un respiro a la tambaleante economía petrolizada de la cuna del Libertador Simón Bolívar, derivada de la ya prolongada depreciación del crudo en los mercados internacionales; y contra el gobierno de Nicolás Maduro (al tiempo que Arabia Saudita propinó un revés a la diplomacia estadounidense, con consecuencias previsiblemente negativas para la economía internacional).
El acercamiento con China y la nueva política exterior de México desde luego no le vienen mal. Pero el presidente Maduro ha hecho público que en el Departamento de Estado del gobierno norteamericano hay en marcha un plan para asesinarlo y derrocar a su gobierno, el cual cuenta con la complicidad de gobiernos de Colombia y el que encabezará Jair Messias Bolsonaro, en Brasil. A despecho de lo manido de los dictadores de inventarse complots enemigos, hay evidencias de que tal plan existe, es real, aun si en fase larvaria, de acuerdo con revelaciones de la más prestigiada y confiable prensa estadounidense, y de que el mismo es patrocinado por la administración Trump (se alude a aquél en el libro ‘Fire & Fury’, de Michael Wolf) y se ha promocionado por el Secretario de Estado, Mike Pompeo, ejecutándolo en sus fases primarias durante sus recientes giras a Latinoamérica, en especial Sudamérica. El tema retomado en reciente reunión en La Habana, Cuba, por países que afrontan bloqueos, boicots y sanciones para presionarlos (Venezuela, Nicaragua, Bolivia y la propia Cuba) evidenció dictados de la Casa Blanca que busca imponer su voluntad al planeta. (El legado ‘chavista’ también hace frente a la campaña para su aislamiento diplomático cabildeado por personeros de Washington con aquiescencia de potencias de gobiernos neoliberales –Argentina, Brasil, Colombia, etc. Y un encarnizado conflicto interior con la oposición de derecha y penurias resultantes de la sumatoria del ataque de esas fuerzas combinadas que han mermado la efectividad para mantener el control de la inflación anunciadas en marzo, para la reducción de 3 ceros al ‘bolívar’, la moneda nacional, cuya eficacia psicológica en la práctica fue, rebasada por la dinámica hiperinflacionaria.
Presionado por la situación y la divulgación de las proyecciones negativas del FMI sobre la inflación venezolana que rebasaría 1.000.000% al final de 2018, el gobierno anunció nuevas medidas: entre ellas la entrega al Banco Central de Venezuela de un “bloque completo de reservas petroleras certificadas” de 29.298 millones de barriles de crudo, situadas en la Faja Petrolífera del Orinoco para respaldo de la emisión de activo financiero y como parte de la reserva financiera del Banco e igualmente una reconversión monetaria en el propio agosto con la cual sustituyó al ‘bolívar’ por el ‘bolívar soberano’, en el que se eliminarían 5 ceros; la exención de impuestos por 1 año a quienes “traigan bienes de capital, materias primas, maquinarias, insumos y agroinsumos”).
Si el arribo de aeronaves rusas (por momentos “vigiladas de cerca” por aviones de Noruega) con poder misilístico nuclear, su participación en ejercicios militares conjuntos con las fuerzas armadas venezolanas y su posterior partida sin incidentes, tras exhibir su capacidad de vuelo de miles de kilómetros que rebasa las de los aviones de las fuerzas aéreas de la OTAN, Estados Unidos incluido, causó inquietud (que fue desde el alarmismo al compararla con la crisis de los misiles en Cuba en 1962, hasta el desprecio de que se trataba de “piezas de museo” entre los comandos enfrentados por el diferendo Caracas/Washington) el régimen de Vladimir Putin dio un claro mensaje, la letras chiquitas han quedado en negritas con las inversiones rusas pactadas con el régimen de Maduro. Y Washington no puede fingir no leerlas, sino a su propio riesgo.