Opinión

Armando Hart Dávalos

La vida ha confirmado la necesidad del diálogo entre ambas Américas, y de América con el mundo, porque, paradójicamente, es en nuestro hemisferio donde, hoy por hoy, puede iniciarse un camino de salvación de nuestra especie amenazada de desaparecer en el presente siglo.

Para promover ese diálogo debemos partir de las enseñanzas de José Martí sobre los Estados Unidos, país que conoció profundamente en los momentos en que hacía su aparición el fenómeno imperialista. Sin embargo, el antiimperialismo martiano no es, en modo alguno, sinónimo de antinorteamericanismo o antiestadounidense.

Sobre el fundamento de ese legado, América Latina y el Caribe pueden trasmitir un mensaje al pueblo de los Estados Unidos. No olvidemos que Martí representa una tradición espiritual y un pensamiento integrador comprometido con la redención definitiva de nuestra especie y que constituye, con su acento utópico, una alternativa al materialismo vulgar y ramplón que predomina en una civilización que se fundamenta solamente, de manera unilateral, en los avances tecnológicos y científicos.

Por eso continuaré afirmando que es imprescindible relacionar el pensamiento latinoamericano y caribeño con el de los hombres y mujeres sensatos del Norte, para alcanzar la modernidad necesaria en el siglo XXI. Para ello resulta indispensable contar con las ideas de los que en la patria de Lincoln y Hemingway están también preocupados por el futuro de su país y de la especie humana, y desean abrir cauce a las soluciones que necesitan los propios Estados Unidos, el hemisferio occidental y el mundo actual. Y siempre con las banderas de la ética, un tema clave al que Martí se refiere una y otra vez. Recordemos que Martí afirmó que Dios está en la idea del bien. En la idea del bien está la clave para entendernos los seres humanos, tanto con una religión o con otra, e incluso los que no la tienen. Martí se convierte así en la síntesis universal que necesita el pensamiento humano para salvarnos de la crisis por la que atravesamos en el mundo de hoy.

En el siglo pasado —el XX— combatimos al imperialismo situados en una posición defensiva. En el XXI, tenemos que prepararnos para colocarnos en posición ofensiva en el orden político y cultural. Se presenta, pues, una nueva forma de lucha, o más bien, una profundización en determinadas formas de lucha y estos se refiere, como ha dicho Fidel, fundamentalmente a la cultura.

Para entender estas nuevas formas de lucha hay que conocer y estudiar la crisis de la superestructura del imperialismo en los tiempos que corren. En Norteamérica, las ideas liberales crecieron a partir de las gestas independentistas. Posteriormente, el pragmatismo y el individualismo propiciaron un proceso que hoy se caracteriza por la fragmentación cultural. Esto lo confirma de forma documentada Daniel Bell, profesor de la Universidad de Harvard, en su obra titulada Las contradicciones interculturales del capitalismo, cuando dice:

El modernismo está agotado y ya no es amenazador. El hedonismo remeda sus estériles bromas. Pero el orden social carece de una cultura que sea una expresión simbólica de alguna vitalidad o de un impulso moral que sea fuerza motivacional o vinculatoria. ¿Qué puede mantener unida a la sociedad, entonces?

En esta disyunción reside la crisis cultural histórica de toda la sociedad burguesa occidental.

Esta contradicción cultural constituye, a la larga, la división de la sociedad más cargada de consecuencias nefastas.

Por su parte, el australiano-norteamericano Robert Hughes describe en detalle la fragmentación, o más propiamente la dispersión cultural estadounidense. Caracteriza algunas de sus expresiones verbales como exquisita estupidez del pensamiento imperial tardío. Desde Cuba, yo también me había preguntado si sería posible un gobierno monopolar en el mundo actual, y sobre todo hacia el futuro, desde un polo como el norteamericano que carece de unidad y base cultural para desempeñar ese papel. Desde luego, me contesté que esto sería imposible.

Las reflexiones contenidas en estos textos confirman que está teniendo lugar un verdadero declive en el pensamiento estadounidense. Se observa también en estos especialistas preocupación y denuncia. Esta crisis en Norteamérica, que llaman postmodernidad, sólo puede ser conjurada si desde el propio seno de los Estados Unidos emergiera una respuesta inteligente y valiente al desorden moral prevaleciente.

El diagnóstico que reflejan estos textos de intelectuales norteamericanos nada sospechosos de contrarios al sistema, pone más en evidencia la actitud aborrecible de aquellos que con diferentes matices han intentado que sea olvidada la tradición cultural cubana, donde ética y política se expresan en una identidad que cohesiona y vertebra la vida espiritual de la nación.

Los enemigos de la Revolución pretenden, precisamente, hacernos caer en el desorden, la desunión y la fragmentación de la historia de la cultura cubana y abrir paso al caos postmoderno. Ante esos fenómenos presentes en la sociedad norteamericana, las nuevas generaciones deben estar muy alertas pues constituyen la fuerza determinante del futuro para hacer prevalecer nuestra gloriosa historia e impedir que caigamos en el citado caos postmoderno.

En nombre de los derechos individuales mantienen el descontrol sobre la tenencia personal de las armas de fuego, el uso de las drogas, la depravación, la pornografía infantil y la violencia, que desborda los medios de comunicación masiva hasta la saciedad.

Debo añadir que una de las diferencias distintivas de Martí con las simples abstracciones sobre el progreso y la libertad que se plantearon en Europa se halla en que el Apóstol descubrió y ejecutó formas de acción política prácticas para llevarlas hasta sus últimas consecuencias sentando así las bases para su ulterior desarrollo.

Por eso seguiré insistiendo en que es no solo necesario sino que es imprescindible, acompañar cualquier empeño revolucionario con la educación y la transformación del hombre sobre la base de una ética genuinamente universal, tal como postuló el Che cuando habló de la formación del hombre nuevo. Sin esto no se podrán, incluso, aplicar certeramente las mejores esencias intelectuales de la modernidad, cuya más alta escala intelectual y moral está en el ideal socialista.

Para esto es necesario estudiar el carácter de los enfrentamientos al imperialismo, en el nuevo siglo que ya tenemos iniciado; y se refieren, esencialmente, a lo que ha planteado Fidel sobre la importancia decisiva de la cultura. Hay que conocer y saber cómo proceder. Para estar a la ofensiva ideológica en este siglo es indispensable estudiar qué entendemos por cultura. Se trata de todo lo que el hombre ha creado a partir y sobre la naturaleza, es decir, lo que se ha llamado segunda naturaleza.

La singularidad humana en la historia universal está en que el hombre toma conciencia de su propia existencia, de su pertenencia a la naturaleza y se plantea como exigencia descubrir y descifrar el misterio de lo desconocido. Es el único ser viviente que tiene ese reto, de ahí nace la cultura hasta convertirse en segunda naturaleza. Ella es, a la vez, claustro materno y creación de la humanidad. El hombre, en su afán por descubrir, llega al extremo de intentar encontrar el sentido de su creación. No hay, obviamente, respuesta racional a este interés humano; sin embargo, en parte la puede hallar aquí en la Tierra cuando asume que todos los hombres sin excepción tienen derecho a una vida plena de felicidad tanto material como espiritual y, por tanto, facilitar que supere la enajenación social a que está sometido. Ahí nacen la ética y la necesidad de ejercer la facultad de asociarse que Martí sitúa como el secreto de lo humano.

Para enfrentar concretamente el análisis de la importancia práctica de la cultura en los actuales momentos es preciso estudiar los componentes más universales del hecho cultural en sí; que se refiere a lo siguiente:

–al lenguaje;

–los sistemas éticos;

–los sistemas de derecho.

Las leyes descubiertas por Marx y Engels existen y se desarrollan a partir de estos tres factores esenciales, fuera de ellos no existen propiamente. Es metafísica hablar de leyes económicas sin tener en cuenta el lenguaje que se emplea, la ética que aspiramos aplicar y el sistema de derecho que implementemos. Las luchas ideológicas sin el estudio de estas tres formas esenciales de la conciencia social sería incompleta o inexistente. Desde luego, que ellas actúan a partir del desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado en una sociedad dada, con el apoyo de las formas de hacer política y la práctica de la educación entendida esta última en su acepción más amplia.

Otro aspecto íntimamente relacionado con el anterior se refiere al concepto o la idea que tengamos de la violencia y la única forma culta de ejercerla está en el derecho.

Hoy que insistimos con tanta fuerza en el valor de la cultura hay que acompañarla con el valor del derecho que, en nuestro caso, se expresa en el sistema jurídico en cuya cabeza se encuentra la Constitución socialista. El contenido del derecho es la justicia y el socialismo eleva esta aspiración al más alto grado. Hay que tener en cuenta el pensamiento martiano de que hasta el derecho sin cultura se parece a un crimen.

Lo expuesto obliga a estudiar el papel del lenguaje, la ética, el derecho, la educación, la política culta en la construcción del socialismo. Esto con la aspiración del equilibrio que demandaba Martí y que debe establecerse tanto en el plano individual como entre las naciones.

Cuando se cumplió el centenario del imperialismo, Cuba ya presentaba como respuesta a la fragmentación y decadencia de las ideas modernas que se observaba dentro del sistema norteamericano, la solidez de un pensamiento cultural orientado a la integración y el equilibrio. El mismo tiene una de sus raíces, pues las otras son la africana y la de Nuestra América, en la mejor tradición occidental, orientado a la integración y el equilibrio. Todo esto lo representa José Martí. Desde él, los cubanos lo venimos renovando y actualizando con los progresos de la ciencia y la cultura universales.

Los grandes imperios en la historia de la humanidad suelen derrumbarse provocando de antemano desastres de proporciones incalculables. Esta vez, el colapso que se avecina del imperio norteamericano tendrá un efecto aterrador, porque podría provocar la desaparición de la humanidad en pleno y sus consecuencias no solo en los hombres y mujeres, sino también en la naturaleza y la propia vida de nuestro planeta.

Hay que tomar conciencia de la gravedad de la situación que se está gestando: se viene generando un proceso que conduce a un colapso de proporciones incalculables, que afecta no sólo la vida del hombre sobre la Tierra sino también la existencia del planeta, es decir, de la naturaleza, de la cual se nutre la capacidad de vivir. Es indispensable encontrar los fundamentos teóricos para su solución.

Para esto se necesita el análisis concreto de los grandes problemas que tenemos delante y en especial en la fase terminal de una civilización basada en la explotación del hombre por el hombre, dentro de esto último (habría que) analizar cómo las contradicciones internas del imperialismo están generando tragedias que pueden conducir al fin de la Humanidad. La crisis universal del sistema imperialista tendrá para la humanidad trágicas consecuencias, trabajemos unidos para salvar la humanidad del holocausto al que nos arrastra cada segundo, el imperialismo –el peor enemigo de la humanidad–.