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Opinión

OAXACA, historia de ATROCIDADES

Hugo Carbajal Aguilar

Tengo en mis manos un testimonio más de la ola de terror de Estado que han sembrado los gobernantes de ese pueblo pleno de riquezas históricas y culturales. Esto es la narración que tuvo que armarse a pedazos de Estela García Ramírez, quien sufrió y atestiguó la saña y crueldad con las que la policía estatal y federal torturaron y asesinaron a su esposo Celerino Jiménez Almaraz, joven campesino zapoteco cuyo mayor pecado fue cumplir con las comisiones encomendadas por su pueblo hasta ser nombrado en asamblea presidente municipal y promover escuelas, albergues para estudiantes, hospital equipado, radio comunitaria, biblioteca bilingüe y defensa de los bosques contra la tala clandestina e ilegal de una banda de delincuentes.

Todo sucedió en Los Limares, comunidad de Jalatengo del pueblo de Loxicha región que, además de poseer gran riqueza de maderas como caoba, cedro, nogal y ocote, según estudios de la UNAM, es rica en yacimientos de minerales útiles en alta tecnología (sic) como uranio y titanio. Una empresa canadiense, Kennecott, S.A., explotaría esas riquezas con base en el proyecto Elvira.

Fue en abril de 1997, escuchemos a Estela: Era una noche de Luna llena, se veían todos los movimientos que hacían los hombres que se llevaron a Celerino.

“Como a las dos de la mañana se escuchó mucho ruido, pasos de gente que gritaba y aventaba balazos al aire. Hombres vestidos de negro y cubiertos del rostro entraron violentamente a la casa, eran una cantidad de 50 a 60, altos y gordos, con voces muy fuertes. Gritaban: ¡Fórmense en abanico! ¡Accionen!

“Nos arrrojaban una luz muy fuerte a la cara y nos golpearon a los que nos encontrábamos dormidos. A mi hermano que dormía en un tapanco lo bajaron a trancazos… A mi papá, que es ciego, también lo golpeaban. ¿Dónde esconden las armas? ¿Dónde están sus compañeros? ¡Aquí ya se los llevó la chingada!

“A Celerino lo golpearon y le amarraron los brazos hacia atrás jalándolo de los cabellos. A mí me tenían sujetada y nos gritaban muchas groserías. ¡Hijos de su puta madre! ¡Entreguen las armas cabrones!

“A mi hermano le quebraron las costillas y la nariz, lo dejaron inconsciente en un charco de sangre. A Celerino le dieron un balazo en la pierna, ya lo venían arrastrando, yo lo abrazaba para que no se lo llevaran. ¿Por qué lo hacen? ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué nos matan?

Los gobernadores oaxaqueños deben ser denunciados y no por simple omisión sino por complicidad al igual que los presidentes municipales que se prestaron a estas represiones y crímenes, como el de San Agustín, un ex policía judicial a quien le han cargado buena cuenta de esta situación con 20 asesinatos y 2 desaparecidos en sólo 4 años; 200 presos políticos y 200 más con órdenes de aprehensión. Ha sido objeto de 2 severas recomendaciones de la CNDH.

Nombres: Diódoro Carrasco, José Murat, el distinguidísimo Ulises Ruiz, quien nunca fue tocado con el pétalo de una muy decente llamada de atención, que cometió toda clase de vejaciones y a quien Javier Sicilia no ha dejado de denunciar y de reclamar su castigo. El otro, perredista por cierto, Gabino Cué, quien nunca supo qué hacer y pasó su período con más pena que gloria.

El problema fue que San Agustín fue marcado con el sello de la subversión cuando aparecieron grupos ligados al Ejército Popular Revolucionario. Desde entonces y a la fecha su población ha sido tratada como criminal.

Hubo caravanas que se organizaron para llevar ayuda solidaria en alimentos y denuncias a esas comunidades. Todo esto después que Estela, terca en su empeño de denunciar y de reclamar justicia, logró que se supiera de estas atrocidades convirtiéndose, además, en portavoz de otras muchas más denuncias de mujeres que habían sufrido algo semejante. La falta mayor era ser joven campesino trabajador, eso lo hacía sospechoso de ser parte del EPR. Y la cobardía de las policías estatales y federales siguió haciéndose presente.

Estela buscó a su esposo, fue un auténtico viacrucis. Se enteró preguntando aquí y allá que estaba en Pochutla. Al llegar con el Ministerio Público no recibía respuestas sólo una andanada de preguntas: ¿Dónde están los demás eperristas? ¿Cuántas armas tienen? Ustedes atacaron en la Crucecita, Huatulco. ¿Quiénes son? ¿Cómo se llaman tus compañeros?

Y acusaciones: Tu marido murió en enfrentamiento. Tenía un rifle. No te hagas pendeja… El nos atacó, porque es del EPR.

Y se burlaban…

Encontró el cuerpo de su esposo Celerino en una galera infestada de moscas. Muchos cuerpos eran colgados ahí como carne de res. Olía a muerte, dice. “Me impresionó con sus brazos colgados, destilaba agua y sangre que corrían por el piso. Lo encontré deshecho, con huellas de tortura, sus pies, sus manos, su cara con quemaduras de pólvora. Un balazo bajo la axila, atravesándolo.

“Miraba asombrada y con rabia su cuerpo… su cráneo roto…le hicieron un hoyo grande, le estrellaron la cabeza. Sus piernas y rodillas lastimadas, también su espalda…lo arrastraron y se le desprendía la piel. ¿Por qué lo mataron de esa manera? Le hubieran dado un balazo y ya. Matarlo como a los pollos, de un trancazo y ya. Pero ¿torturarlo así? No podía dejar de llorar y sentir impotencia, enojo, tristeza”.

A esos trastornados individuos habrá que acusarlos con la Chingada, seguramente esa ha de ser su madre.

Esto no acaba por supuesto. De ahí la exigencia de castigo a todas estas alimañas que desde el poder han sembrado represión, tortura y muerte para los pobres y, en este caso, para los más pobres de entre los pobres.

La lucha de Estela ha seguido y ha rebasado las fronteras… Lo platicaremos no sin indignación.

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