Iván Vallado Fajardo
En julio de 2010 se erigió, en el remate del Paseo de Montejo de nuestra ciudad, un monumento a los conquistadores Montejo. Creo que somos la única ciudad del mundo que en pleno siglo XXI erige una estatua a unos personajes cuyas acciones fueron masacrar pueblos nativos que nunca habían hecho nada contra los pueblos europeos. El Alcalde panista de ese entonces lo hizo de forma un tanto escondida, negando en ocasiones que habría tal monumento. Mandó a poner las estatuas el último día de su gestión.
A la Conquista de Montejo siguió un era terrible para la gran mayoría de la población de la península: extracción forzada de tributo, explotación laboral, destrucción de costumbres locales, es decir, opresión cultural y política (en el sentido de que los recursos de toda la sociedad quedó en manos y a beneficio de una minoría de conquistadores y allegados). En síntesis, los indígenas fueron obligados a cambiar en mucho su modo de vida.
Esta era la iniciaron los Franciscos de Montejo, personajes sedientos del poder y la riqueza de la que carecían en su tierra natal. Apenas se entronizaron aquí, se enriquecieron con lo que pudieron, siendo además corruptos, nepotistas y más. Con todo ello, esa nacida desigualdad entre blancos e indios que Montejo apadrinó fue cuidada y multiplicada por sus descendientes. En general, en Yucatán, como en todas las colonias, los blancos adinerados se ocuparon por que las barreras que los separaba de los indios se hicieran más grandes e infranqueables.
Desafortunadamente algo de esta manera de ser, ablandada, disminuida, reciclada o disfrazada, perdura hasta hoy: se expresa en la discriminación y el racismo de distintas formas e intensidades en todas la ex-colonias españolas. Y en nuestro caso, ya dije: se la debemos en buena medida a los Montejo.
Por lo anterior, muchos habitantes de Mérida no queríamos ni queremos ese monumento. No porque Montejo sea español. No, no se critica su nacionalidad, ni su religión, ni su lengua. Eso no se puede criticar. Es decir, no somos discriminadores. Sino, justamente al revés, porque estamos en contra de la discriminación étnica o racial, no queremos un monumento a los fundadores de esta manera de ser.
Permítase insistir: a los Montejo se les juzga no por lo que eran en sí, sino por lo que hicieron. No importa si eran blancos o negros, españoles o franceses, católicos o protestantes, gordos o flacos, hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales. Lo que hicieron fue fundar una nueva era de desigualdad entre los seres humanos y establecieron un orden social en el cual el desprecio hacia la gente diferente era algo normal.
Hoy aunque la población indígena es minoritaria, el dispositivo discriminador que los Montejo nos heredaron sigue dañando nuestras relaciones sociales. Hemos continuado esa fea tradición de sentirse más de los demás y despreciar al prójimo. Es hora de deshacernos de esas herencias enquistadas en nuestra forma de ser que aprendemos en la vida rutinaria.
Por lo mismo, tampoco se trata de poner a un indígena guerrero en lugar de los Montejo. Necesitamos un símbolo que nos unifique a todos e implique un compromiso de igualdad y buenas intenciones para con los demás. Si se sustituye por un guerrero maya, sólo se cambiaría una tontería prejuiciada por otra.
Este 12 de octubre una nueva manifestación contra el monumento se ha expresado, pacífica, sin pintas, ni grafitis. Un simple recordatorio y un llamado a la sociedad para resolver el problema. Esperemos que en esta ocasión, las autoridades del Ayuntamiento de Mérida tomen en serio las cosas y actúen con la responsabilidad que les compete. Mientras tanto, la discusión continúa abierta.