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Opinión

Pueblos originarios, la vida integral de las Américas

Alejandro Solalinde

Una opinión frecuente del mundo financiero capitalista es que no hay nada más obsoleto e inútil, pero sobre todo disfuncional, que los indígenas. De hecho, en México se sigue insultando a la gente comparándola con el “indio”, con el “indígena”. Después de 500 años estas expresiones son una vigencia cultural. Algunos dicen que los indígenas no producen nada, que son un reducto en extinción, una carga para el sistema económico. Se los mira desde la destreza tecnológica y la producción, desde esta óptica, como un estorbo para el “progreso”.

Los que no vemos la vida desde el dinero, sino desde la riqueza humana, reconocemos en estos pueblos originarios, nativos de nuestras Américas y del mundo, nuestras raíces, nuestra riqueza cultural, pero, sobre todo, valores humanos y espirituales que conjuntan la sabiduría ancestral, el sentido de la vida compartida en armonía con la naturaleza.

Crisis y decadencia del mundo occidental

Nuestra crisis actual, a diferencia de otras anteriores, parece ser más prolongada; casi estacionaria, por tratarse de una transformación cíclica con desmoronamientos múltiples de paradigmas, identidades, parámetros, valores, relaciones…

Algo característico es la pérdida de la fe en Dios y en el aprecio al ser humano.

Hay auge de religiones para todos los gustos y conveniencias, muchas de ellas compatibles con la idolatría del dinero y el no reconocimiento de las personas.

Se han debilitado valores éticos, humanos, sociales, espirituales, al mismo tiempo que se constata desde años atrás, fragmentación, soledad y violencia que apuntaban hacia la confrontación. Hoy percibimos que esa tendencia se detuvo, con la esperanza de fortalecimiento de nuestra riqueza como nación, pero especialmente ante la oportunidad de reconstruir el país, para bien de todos.

El hecho es que gobiernos anteriores y unas cuantas familias más favorecidas se habían olvidado de la gente de abajo: indígenas, campesinos, trabajadores mal pagados. Ni había un proyecto nacional sincero para rescatar el campo. Lo más preocupante es que no importaba la muerte lenta de nuestras culturas indígenas, indisolublemente unidas a la tierra.

Los indígenas vienen también del Sur de América; sí, personas de los pueblos originarios también migran; ellas y ellos, representan más de la mitad del flujo neto. Es todo un motivo de reflexión profunda contemplar un desplazamiento multiétnico procedente de Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, Chiapas, Oaxaca, Guerrero y los demás Estados de la República. ¿Qué significa esto? ¿Qué repercusiones tiene en la vida del Continente?

Sabido es de todos que los pueblos originarios son los que han cuidado por siglos la naturaleza, porque han considerado la tierra como algo sagrado, como una madre que les sustenta. ¿Quién la cuidará ahora que la dejan en sus lugares de origen?

¡Las mujeres indígenas! Ellas, al salir, recogieron sus raíces como matriz cultural, sabiendo que las condiciones generadas por el capitalismo norteamericano en Centroamérica no les permite volver fácilmente, y si lo hacen, seguramente hallarán su terruño privatizado y ellas saldrán sobrando.

Las personas y grupos afroamericanos se han puesto también en camino. Tapachula concentra a miles de ellos, además de otros extracontinentales. En nuestro país, las personas afromexicanas, fueron reconocidos apenas e incorporadas a nuestra Constitución. El Padre Glin, un gran sacerdote católico antillano, afrodescendiente, fue a vivir al Ciruelo, cerca de Chacahua, costa oaxaqueña. Los atendió durante años y luego se fue. En esa zona es donde precisamente se está acompañando a un grupo de familias africanas y haitianas que han permanecido en Tapachula. Estarán en Pinotepa por seis meses probando la integración en nuestro país. Ellos, como el primer grupo de familias haitianas que ya vive en Solidaridad, Playa del Carmen, Quintana Roo, probarán la vida de nuestro querido México, sin presiones, con cariño y con el apoyo de instituciones como Migración, Secretaría del Bienestar, Secretaría de Gobernación, Comar, Acnur, autoridades de los tres niveles de gobierno.

Las culturas indígenas, no obstante sufrir agresiones seculares a su integridad, a su identidad, siguen resistiendo, ahora con la variable migratoria. Resisten en sus nichos de origen, como es el caso de los defensores ecologistas del Amazonas, Brasil, de Honduras, de México y de todo nuestro continente, lo mismo que en sus destinos migratorios. ¿Podrán sobrevivir sus valores comunitarios, clave para la sobrevivencia americana?

Las culturas indígenas aportan al mundo, a la sociedad actual, una riqueza intangible, pero indispensable para hacer habitable nuestro planeta: fe en el Dios de la vida, único dueño de la tierra y de todo, aprecio de la tierra como madre que sustenta, como es madre, no se vende, sólo se aprovechan racionalmente los recursos comunitarios, dejando el resto para otros usuarios. Los pueblos originarios respetan la ecología, valoran a la gente y a la comunidad, con quien toman opinión y decisión. Su cosmovisión en la dinámica migratoria dialoga con las culturas diversas. Diálogo nada fácil si analizamos factores como: simetría de poderes, de género, etnocentrismo, prejuicios, xenofobia, ceguera cultural, haporofobia.

La migración indígena, en cualquiera de sus formas: los que se van, los que se quedan, los que cruzan, los que llegan, los que regresan, los que vuelven a empezar, son una escuela y un aprendizaje de valores comunitarios, sustentados en la fe en Dios de todos y para todos, y en el respeto a las personas y a la vida integral ecológica.

Hay muchas personas que, ancladas a lo pasado, por miedo a perder seguridad de lo conocido, se resisten a contemplar lo nuevo que está surgiendo, la realidad que se va modificando, como el enorme deterioro ecológico. No quieren ver, no quieren saber que el mundo está mutando vertiginosamente. El no quererse dar cuenta del acontecer significativo no detiene los hechos y sí en cambio priva a la persona inconsciente de ser un actor histórico.

La primera consecuencia de esta inconsciencia es la indiferencia y, lógicamente, la no relación con determinados grupos. La cercanía, el diálogo, favorecen el conocimiento mutuo y la buena convivencia con los diversos.

Por siglos nos hemos acostumbrado a ver a los indígenas como ciudadanos de segunda, ahora el mundo está cayendo en la cuenta, ante la destrucción planetaria, que los que han cuidado la naturaleza son ellos.

Nuestra sociedad actual está en crisis, desequilibrada y contaminada, ha confiado más en el dinero que en Dios; en su tecnología y sus químicos que en la sabiduría ancestral indígena, al mismo tiempo que ha devaluado al ser humano. Las culturas indígenas tan ricas humana y espiritualmente son consideradas anacrónicas y disfuncionales, cuando que son referente válido para salir de la crisis, salvar nuestro planeta.

El Sínodo para la Amazonia, abierto en Roma, del 6 de octubre al 27 del presente año, habla de todo esto. Acepta que el mundo está cambiando, que la Iglesia “dejó de ser el único punto de referencia para la toma de decisiones”, que estamos en un tiempo de esperanza, de oportunidad, de diálogo para salir “de la senda de la autodestrucción socioambiental”. Insiste en que la solución a la crisis ambiental supone dar una respuesta inmediata al clamor de la tierra y de los pobres. En el caso de los católicos, nuestra atención se debe centrar en la formación permanente, enriquecida por la sabiduría de los pueblos que han sabido cuidar y defender la naturaleza y renovada por el sentido misionero bautismal, y desde luego recomenzando por el encuentro y trato cotidiano con Cristo.

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