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Opinión

Las bombas también matan las dudas

Por Iván de la Nuez

En 1945, la aviación de Estados Unidos recibió la orden nefasta del presidente Harry Truman y lanzó la bomba atómica sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Aquella hecatombe en Japón inauguró la Guerra Fría y tuvo consecuencias de todo tipo que todavía perduran. Entre las más conocidas, están las secuelas humanas, el arrasamiento físico y psicológico de la población, el parteaguas moral de un horror tan innecesario desde el punto de vista militar como oportunista desde el punto de vista simbólico.

Entre las consecuencias menos conocidas, se encuentran los efectos causados por aquellas bombas en el pensamiento moderno. Por ejemplo, el eclipse de unos pensadores norteamericanos que habían alimentado buena parte de las teorías, las leyes, los proyectos de enseñanza y la vida pública desde la guerra civil (1861-1865) hasta el crimen masivo en Japón. Unos intelectuales que habían aparecido con la misma velocidad que habían sido borrados de la escena cultural.

¿Por qué? Pues, porque la política norteamericana prefirió alimentarse de razones extremas y convicciones definitivas. Muy pronto quedó abandonado el legado intelectual de gente como Oliver Wendell Holmes, John S. Peirce, John Dewey o William James, que dedicaron su obra, y su vida, a “evitar la violencia que veían oculta en las abstracciones”.

Hace ahora veinte años que Louis Menand se decidió a rescatar esa herencia, silenciada durante medio siglo, en el “El club de los metafísicos”, libro por el que obtuvo el Pulitzer de Historia en el año 2000. Hay que decir que tal club fue una institución tan misteriosa como incierta. Sólo Peirce dio indicios de su funcionamiento y dejó claro que en ningún caso este pequeño grupo de polemistas debía entenderse como una secta de contornos estrictos. Esto no quiere decir que no compartieran la misma vocación antidogmática o la convicción de que hay pocas cosas tan abstractas como la pragmática (algo a contracorriente en un país que la ha encumbrado).

Para armar su ensayo, Menand se valió de los libros y las interpretaciones tanto como de las leyes y las guerras, las amistades y las biografías, los diarios y las correspondencias. Así, compartimos las vidas apasionantes del abolicionista Holmes, héroe de guerra y al mismo tiempo biógrafo del escritor Ralph Waldo Emerson; de James, conocido como “el hombre de dos mentes”; del casi inédito y a veces delirante Peirce; del pensamiento organizado de Dewey y su dedicación a revolucionar la enseñanza...

Desde “El club de los metafísicos” se demandaba, hace dos décadas, una nueva conducta a favor de la filosofía, la ciencia, el pensamiento en general. Y contra esa violencia cultural dedicada a sospechar de la duda o el experimento. Tan atenta a los tambores de guerra como sorda ante cualquier disidencia.

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