Iván de la Nuez
Treinta años después de la demolición del Muro de Berlín, el neoliberalismo se ha presentado como sustituto del comunismo venido abajo, el socialismo del siglo XXI como contrapeso de ese mismo neoliberalismo en América Latina, el capitalcomunismo chino como enmienda y fusión de los dos viejos sistemas… Y las teocracias de los emiratos y la utopía euroasiática de Rusia y la disputa entre nacionalistas y globalistas se disputan entre sí las alternativas de este mundo múltiple e interconectado que empezó en la ciudad alemana.
Ahora resulta que, entrando en la tercera década del siglo XXI, a todos esos modelos se les han sublevado sin contemplaciones. En Ecuador o Chile, Hong Kong o Bolivia, Nicaragua o Cataluña. Y contra el patriarcado o el cambio climático, como antes lo hicieron primaveras e indignados en cualquier rincón del mundo.
Tales modelos coinciden en la implementación de diversas formas de capitalismo de Estado (casi siempre clientelar), en una merma de la democracia (básicamente liberal) y en que sus respectivas elites han sido rebasadas por movimientos que no tienen un liderazgo convencional.
En esa circunstancia, se hace añicos la antigua licuación de la rebelión por parte de la cultura y de las estrategias intelectuales. Ha entrado en crisis el estilo de ese capitalismo al que antes se le daba a la perfección reciclar los objetos de la revolución mientras tiraba por la borda a sus sujetos. Se desdibuja, entonces, la hoja de ruta de Aby Warburg o Jacques Didi-Huberman –esa que coloca los problemas del mundo en el museo–, mientras parece resplandecer el trecho lateral abierto por Paul Virilio: el que dispone al mundo como un museo de la catástrofe, levantado a la vista de todos y en el que las consecuencias prevalecen sobre las causas.
No es casual, entonces, que la política sea narrada en términos de desastres naturales, gritando a los cuatro vientos que necesita tanto un sismógrafo como una enciclopedia. Y tampoco es casual que la cultura sea aplastada por el impacto de una catarata que primero se llevó por delante el comunismo, después la socialdemocracia y ahora, probablemente, al liberalismo.
“Todo era para siempre hasta que ya no lo fue más”, nos dice el ensayista ruso Alexei Yurchak ante esta circunstancia. “La luz era para siempre, hasta que no hubo luz”, nos dice la narradora chilena Lina Meruane ante un apagón que las elites políticas ya no consiguen gobernar, ni las económicas comprar ni las intelectuales explicar.