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Opinión

Visión martiana y Cuarta Transformación

Por Ramón Huertas Soris

José Martí Pérez, Apóstol de América (1853 -1895), es un ideólogo eterno para la visión de una América humanista en total realización de su gran potencial, que es patrimonio intangible del más bello, justo y sabio futuro de la condición humana. Martí resumía sus empeños intelectuales en la pretensión de que la América sea “...una poderosa, trascendental y pura institución americana”. La Cuarta Transformación se complace en dar la mayor muestra de humildad, tino y auto halago, al reconocerse no contenedor sino contenido metodológico y práctico, para servir al potencial de esa América propuesta, paradigmática, humanista, que Martí promovió de forma excelsa. Cuando nuestro Presidente Constitucional recibe y corresponde el abrazo de nuestros sacerdotes indígenas, misiones milenarias recibe y emociona sentir que así lo entiende. Martí parece haber cumplido con dicha humildad y su palabra americana, pareciera ser vocera de esas misiones sacerdotales autóctonas, que perduran y se aprestan hoy en México a su difusión y acreditación por decreto presidencial. “Lo que quede de aldea en América ha de despertar”. “Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.”

Queda claro que la identidad nacional en nuestro país, y la identidad americana en general, no podrá hacerse cierta sin la intelectualidad y la herencia cultural de nuestros pueblos autóctonos, asumiendo sus grandezas y nimiedades, sus orgullos y sus bochornos, para que puedan construirse patrias nuevas con intereses comunes. La Cuarta Transformación no dará cabida al caudillismo siguiendo las advertencias martianas: “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifiquen al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal”. Nuestro presente actual reclama idear y actuar intensamente: “Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas de almohada (…): las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedras”. Con inteligencia, mientras se baña de pueblo virgen. Nuestro Presidente, sabiamente, promueve que esos pueblos se conozcan entre sí, porque juntos deben caminar hacia las grandes realizaciones que potencialmente portan: “Los pueblos que no se conocen, han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos (…) Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.

Sabe el Presidente que el etnocidio se ha esforzado mucho por borrar la identidad mexicana auténtica y es necesario fortalecerla para que renazca el orgullo de ser quienes somos. No más muertos de espíritu, carne de siervos, y potenciales oportunistas y traidores en oferta: “¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan porque llevan delantal indio, de la madre que lo crió, y reniegan, bribones, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades”. Sana debe ser la interculturalidad propuesta, para dirigir y ser dirigido entre nuestros colectivos madres y nuestra presidencia: “La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglo de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia (…) “El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”. Es clave precisar desde la directiva del nuevo México, la correcta relación que debe existir relación entre los intelectuales y el pueblo, entre los que se apegan a las raíces autóctonas y los extranjerizantes: “Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.

Efectivamente, nuestro gobierno no aplicará el código extranjero, sino las leyes que se avengan al espíritu nacional: Gobernante en un pueblo nuevo, quiere decir creador”: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas (…)”. “Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino de plátano, y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”. Es vital atender a nuestra memoria histórica y reforzar la ideología guía, para no padecer de falta de optimismo, al actuar desde una correcta visión política: “La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus yerros: -de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importancia excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen”. Música para despertares de gigantes del sentido humano, eso es el pensamiento martiano y tal cosa pretende y requiere la Cuarta Transformación.

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