Georgina Rosado Rosado
“Somos políticos Georgina no pedagogos”, me espetó un compañero del PRD que luego llegaría a ser presidente del partido aunque tristemente renunció antes de terminar el período para el cual fue elegido. Eso fue luego de mi intervención en una reunión, hace algunos años, de la más importante corriente del que entonces era mi partido. Insistí en la necesidad de dejar de fomentar mitos entre los y las militantes y de promover el apoyo a mesías o tlatoanis idealizados en vez de generar un pensamiento crítico y la formación política a partir de preceptos científicos. Hoy, después de una minuciosa lectura de un excelente libro, “Rencuentro. La Izquierda y el liberalismo político. Un proyecto de la modernidad mexicana”, que contiene algunas posturas con las que concuerdo y también otras con las que difiero, estoy convencida de que urge discutir, debatir y promover la reflexión sobre qué es o debe ser la izquierda mexicana.
Sin embargo, tras la lectura del voluminoso libro, le preguntaría al autor Jesús Ortega Martínez sobre lo que somos o debiéramos ser: ¿pedagogos formadores de ciudadanía o políticos pragmáticos en busca del poder? O mejor le hago una pregunta aún más difícil de responder: ¿Cuál es el punto de equilibrio entre las necesidades prácticas para avanzar en la política y el de mantener los principios básicos que le dan sentido a nuestra militancia dentro de la Izquierda?
Y es que concuerdo con el autor, sobre todo después del minucioso y puntual repaso histórico y conceptual de los preceptos que le dan contenido a la teoría y práctica democrática moderna y sus vínculos con la Izquierda que podemos encontrar en los dos primeros capítulos, los discursos de muchos militantes de Morena y de su único tlatoani o redentor, son todo menos de izquierda o democráticos. Opino que algunos de sus más férreos defensores pasaron de la lectura dogmática de manuales soviéticos (Nikitin o Kursánov) a posturas antimarxistas que ponen de cabeza sus más importantes preceptos como aquel de “el ser determina la conciencia” y no al revés, cayendo en un idealismo puro, dogmático y abiertamente religioso. Postura que se pretende plasmar en una “Constitución moral” apoyada por los grupos evangelistas que sostienen gobiernos como los de Trump, Bolsonaro y Andrés Manuel.
Pero su trabajo les costó a los neoliberales borrar entre los jóvenes universitarios el pensamiento crítico al que tanto temen, transformando los programas de estudio y excluyendo, incluso de las carreras vanguardistas en Yucatán como las de Economía y Antropología, las materias y temas que permitirían la construcción de ciudadanía y democracia de calidad. No les costó mucho trabajo a los dirigentes de las izquierdas (así en plural) cuidarse de no ser pedagogos pues estaban empeñados en ganar elecciones de la manera más rápida posible y a costa de lo que sea.
Hoy, mucho de los elementos críticos que encontramos en el libro y que pueden transformarse en propuestas serias a discutir, no encuentran la atención y oídos de la ciudadanía, hoy convertida en “pueblo bueno” versus “fifís, mafias y demás”. Es así porque el discurso del Mesías, dogmático, anticientífico, religioso, incluso plagado de mentiras, no es el mismo discurso con el que contendió en las pasadas elecciones buscando votos por una sola y triste razón, comprendió que sus electores no son las minorías intelectuales formadas y críticas, sino esos amplios sectores de “pueblo bueno” al que se le negó una verdadera formación ciudadana. Es decir, él es el primer beneficiado de la falta de formación política de las grandes mayorías, alimentada por los antiguos regímenes que critica pero que le resulta muy conveniente mantener al actual.
La tesis que se sostiene en el libro es que la Izquierda ha fracasado en su intento de realizar un cambio económico alternativo al capitalismo por pretender fundarlo en sistemas políticos autoritarios, por tanto propone como alternativa la vía de la democracia moderna basada en los preceptos liberales, que si bien tienen como antecedentes un largo camino histórico que inicia con la Grecia clásica, se establecen con la revolución francesa y han evolucionado hasta la democracia moderna que hoy conocemos. La democracia liberal que establece los derechos de las personas y un Estado donde los individuos son jurídicamente iguales y gozan de las mismas libertades, pero sobre todo permite los consensos y disensos y favorece el dialogo entre los diferentes sectores, serían la base para un sistema más justo, que aunque no lo dice abiertamente se inclina hacia la socialdemocracia.
Efectivamente los cambios revolucionarios, aun los violentos, no implican un total rompimiento con el pasado, por tanto el liberalismo, tanto el francés como el mexicano, con sus postulados “igualdad, libertad y fraternidad” no son totalmente contradictorios con una ideología de Izquierda moderna no dogmática. El transitar, de ser un individuo que en el sistema feudal se podía vender, rentar y explotar sin límites porque carecía de derechos, a convertirse en persona o ciudadano con sus derechos humanos reconocidos desde el momento de nacer es indiscutiblemente un avance para la humanidad, específicamente para las sociedades occidentales.
Solamente que la democracia liberal tiene sus límites y contradicciones, históricas y actuales, entre ellos que el reconocimiento de derechos no fue para todas las personas y esa libertad individual que tanto se pregona implicó para algunos el derecho de explotar el trabajo de l@s otr@s y de acumular bienes bajo un régimen capitalista, mientras que para las grandes mayorías la libertad se restringió a la posibilidad de vender su mano de obra en el mercado y una relativa participación política, aparentemente autónoma, pero mediada por su acceso restringido a los recursos materiales y simbólicos.
Se le olvida al autor que el liberalismo también puso las bases teóricas y políticas para el sistema capitalista patriarcal que finalmente concentra la riqueza en unas pocas manos y destruye el medio ambiente. El espíritu de la igualdad que le dio origen se topó desde siempre con intereses muy concretos y pragmáticos, situación imposible de transformar dentro de un sistema capitalista por más reformas que realicemos, porque son precisamente esas diferencias las que lo sostienen y le permiten su reproducción.
Celebro que en el libro se considere la necesidad de reconocer los derechos de las mujeres e incorporar sus demandas en los programas de las izquierdas. Sólo que el movimiento feminista está formado por corrientes y entre ellas la que, surgida de la Izquierda, afirma que la situación de las mujeres de desigualdad, discriminación y violencia, no sólo corresponde a una cultura machista sino a un sistema patriarcal capitalista. La violencia sexual contra las mujeres y su confinamiento al espacio doméstico, si bien están legitimadas por una ideología que favorece el dominio de un género sobre otro, corresponden también al interés de los capitalistas de beneficiarse del trabajo no remunerado de las mujeres y mantener el sistema de herencias sin el cual el capitalismo no sobreviviría. Por tanto, nuestra liberación implica el desmantelamiento del sistema capitalista.
En el caso de los grupos étnicos, en sus formas de organización y manifestaciones culturales, por ejemplo en la etnia maya, el espíritu colectivo, el “nosotros” es prioritario sobre el individuo autónomo y el “yo”, lo que choca frontalmente con las bases del liberalismo. Es un hecho histórico que el liberalismo, base ideológica del capitalismo, trastocó negativamente en México las formas de vida de los pueblos indígenas. Durante el porfiriato en la Península de Yucatán los mayas fueron despojados de sus tierras comunales para parcelarlas y privatizarlas, por lo que se vieron forzados a trabajar en las grandes haciendas bajo sistemas de sobreexplotación. Esta problemática, entre otros factores, provocó el gran levantamiento maya de 1847 para frenar el despojo de sus territorios, la mal llamada “guerra de castas”.
Así encontramos que más allá de las diferencias entre el liberalismo y el neoliberalismo, vemos entre ellas que el primero promovió la laicidad y el pensamiento científico, y se enfrentó a la Iglesia Católica que representaba un freno al desarrollo del capitalismo, mientras que el neoliberalismo, tanto el de anteriores regímenes panistas y priístas así como en la 4T, se apoya en el pensamiento fanático religioso y en la participación de las iglesias en la política de Estado para mantener el control ideológico del “pueblo bueno”. Sin embargo, ambos finalmente (liberalismo o neo-nuevo liberalismo), se basan en la liberación de las fuerzas productivas (mercancías y trabajo) para su venta en el mercado capitalista que tienen como fin último la acumulación lo que, como nos explicó ya Marx, se logra principalmente a través de la plusvalía y por lo tanto con la sobreexplotación de los y las trabajadoras. Ambas ideologías, la liberal y la neoliberal, son el sustento ideológico del capitalismo y por tanto favorecen la reproducción y la acumulación del capital. La lógica del gran capital de expandirse en mercados, como ya nos explicaron hasta el cansancio los ambientalistas, terminará agotando los recursos naturales del planeta, gran parte de ellos no renovables. Por tanto no se puede tener una agenda a favor del medio ambiente sin ser anticapitalista.
Por supuesto que esta crítica al sistema capitalista y al liberalismo que le abrió paso, no implica que creamos que el cambio a otro sistema será automático o inminente, como sostuvieron marxistas dogmáticos del pasado. Ya que habría que recordar que para Marx el socialismo y su fase superior, el comunismo, se daría en los países donde existiera un capitalismo desarrollado, lo cual incluye una tecnología avanzada (estructura) pero también un sujeto social formado. Si bien el sujeto social vanguardista, que no es necesariamente el proletariado ya que cambia de acuerdo a los contextos históricos e incluso puede ser multiclasista como lo es el movimiento feminista, no surge por generación espontánea como los estructuralistas marxistas seguidores de Althusser pensaban, puede y debe ser construido a partir del diálogo y difusión de ideas en una sociedad plural, libre y democrática.
En este punto concordamos con el autor sobre la necesidad de dialogar sobre el mejor camino para una verdadera transformación del sistema. Diálogo donde se pueda cuestionar a los llamados “socialismo reales” que innegablemente generaron y generan procesos de redistribución de la riqueza y bienes como en el caso de Cuba, donde la salud y la educación están muy arriba de las de nuestro país, pero que lo hicieron y aún hacen a costa de cancelar algunas libertades. Lo que en apariencia pone en contradicción dos conceptos: el de libertad y el de justicia.
También podemos y debemos examinar los casos de países que han establecido la formas de gobierno socialdemócratas manteniendo el sistema de producción y de mercado capitalista pero poniendo límites a la explotación (humana y del medio ambiente) a través de controles estatales, altos impuestos a los grandes capitalistas, salarios suficientes y reparto de utilidades significativos, entre otras medidas, buscando transformar las pirámides sociales en pentágonos. Sin embargo, hay que mencionar casos como el de Canadá y de diversos países europeos que no se han tocado el corazón para transferir riquezas de los países hoy dominados política y económicamente a sus propias arcas, esto a través de las grandes transnacionales que fuera de sus países explotan la mano de obra y destruyen ecosistemas, como lo hacen hoy las mineras canadienses en México. Son transferencias de riquezas y de perjuicios que explican en gran parte el éxito de sus sociedades haciéndolas más equilibradas socialmente, a costa de las nuestras.
En fin, estoy convencida de que no existe aún la respuesta del cómo avanzar para alcanzar un mundo más justo y democrático, cómo transformar a México para que la violencia, la discriminación, la desigualdad, la exclusión dejen de seguir cobrando vidas todos los días, es decir un cambio real hacia la izquierda. Urge establecer el diálogo entre todos y todas, que la Izquierda organizada se siga preocupando en ganar elecciones para que promueva los cambios necesarios desde el poder, sin que por eso deje de cumplir una tarea indispensable que en el pasado negó y que hoy nos invita a recorrer, seamos todos y todas l@s pedagog@s que hacen falta para lograr desde la Izquierda democrática la transformación real del país.