Opinión

Que siniestra tan siniestra

Diego Petersen Farah

“Había sufrido un cambio radical. Amaneció zurdo cuando siempre se valió de la derecha…Jamás vimos una siniestra tan siniestra”, escribió el gran Eliseo Diego en un tan breve como escalofriante relato llamado “El espejo” en el que un hombre es asesinado por su propia imagen. El cuento me vino a la mente por dos razones. Primero por lo siniestra que ha resultado esta izquierda de origen priísta que es capaz incluso de desconocer a las organizaciones de la sociedad civil de izquierda que la llevaron al poder. Pero segundo y más preocupante es lo siniestro que resulta un Presidente enamorado de su propio personaje, de la imagen que se ha construido de sí mismo.

En los albores del sexenio de Fox escribí un texto sobre el dulce encanto de la propia voz, una enfermedad que aqueja con harta frecuencia a los políticos y a no pocos periodistas; de tanto escucharse a sí mismos terminan confundiendo la realidad con su propia imagen. El “yo ya no me pertenezco” de la toma de posesión, más allá de la función retórica y sus poco democráticos antecedentes (antes la habían usado nada menos que Luis XIV, el rey sol quien dijo también “El Estado soy yo”; Maximilien Robespierre, dito “el incorruptible” instaurador de la época del terror en la postrevolución francesa; Fidel Castro y Hugo Chávez) fue la primera señal de auto enamoramiento del presidente.

La pérdida de sentido de realidad aqueja a todos los gobernantes. Es un problema de los que muy pocos han podido escapar y tiene más que ver con las condiciones externas que con la fortaleza psicológica. Zedillo, por ejemplo, no tuvo tiempo para saborear el poder porque la ola de la realidad lo revolcó a los 20 días de iniciada su presidencia, pero la mayoría pierde piso en los primeros meses de gobierno. López Obrador cambió los símbolos externos del poder, aviones, guardias, comitivas, por los símbolos históricos; él piensa que su misión como Presidente no es hacer un buen gobierno, sino cambiar la historia. Es la misma megalomanía puesta en otro sitio.

Decir que el asesinato del activista contra la termoeléctrica en Morelos, Samir Flores, se cometió para enturbiar su consulta en lugar de entender que lo que provocó el famoso discurso sobre las organizaciones de izquierda conservadoras fue un enrarecimiento del ambiente político de la zona, refleja un Presidente convencido de que todo y todos giran a su alrededor. Decir que las llamadas organizaciones de la sociedad civil, esas que se opusieron a la militarización y lograron cambios fundamentales en el dictamen del Senado, no son de izquierda porque la izquierda es él y que sólo los que piensen como él y le aplaudan pueden llamarse así es, regresando a Eliseo Diego, siniestro.

El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Y corrupción no es sólo robarse el dinero del erario. Corrupción es también abusar del poder para aniquilar a los que estorban (como sucedió con el director del Instituto Mexicano del Petróleo y ahora con el presidente de la Comisión Reguladora de Energía); imponer funcionarios sin el perfil adecuado para el puesto; eliminar programas públicos que, independientemente de sus problemas, funcionaban para cambiarlos por otros que generen clientelas electorales.

Jamás vimos una siniestra tan siniestra.

(SIN EMBARGO.MX)